Las flores de Georgia O’Keeffe

Georgia O’Keeffe nació el 15 de noviembre de en 1887, en Wisconsin. Desde muy joven fue consciente de su vocación artística. Proviniendo de una familia tipo en la que “the american dream came truth”, tuvo acceso desde la adolescencia a escuelas privadas de arte. Ella misma impartió clases de dibujo en diferentes centros. Su primera exposición la realizó en 1917 con muy buena aceptación.

En 1925 expuso por primera vez sus cuadros de grandes flores. “La mayor parte de la gente en la ciudad corre tanto, que no tiene tiempo de mirar flores. Quiero que las miren, lo quieran o no”. Sus pinturas de calas gigantes se vendieron en $25.000 dólares. El éxito le ratificó que podía vivir del arte, por y para el arte.

Para muchos críticos, psiquiatras y público en general sus flores son símbolos sexuales. Los pétalos son vulvas carnosas, los pistilos clítoris exhuberantes y la corola representa el introito vaginal.

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Otro motivo permanente en su obra son los paisajes urbanos, que surgen a partir de una larga permanencia en Nueva York. Vivió 16 años en un hotel céntrico en el piso 30 desde donde Georgia se inspiraba para retratar en lienzos la ciudad. Decía al respecto: “Uno no puede pintar Nueva York tal cual es, solo puede pintarla como la siente”

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Nueva York.
Nueva York.

 

Su marido Alfred Stieglitz tenía 56 años cuando se deslumbró por una Georgia de 27. Era un reconocido ingeniero y fotógrafo, al cual se le debe la introducción del arte impresionista y postimpresionista europeo en Estados Unidos. Convivieron desde 1918, y luego del divorcio de Alfred de su primera esposa, se casaron en 1924.

Consumaron y consumieron un matrimonio tranquilo, con idas anuales al lago George donde ambos aprovechaban para trabajar. Su marido la fotografió más de 300 veces en este lago. Las poses eróticas datan de los primeros años.

Desde 1928, Georgia sintió la necesidad de viajar para encontrar inspiración ya que exponía anualmente. Viajó alrededor del mundo, con numerosas visitas a Occidente y Japón. Su marido era renuente a acompañarla.

A raíz de estos continuos viajes, el matrimonio entró en crisis. Su esposo tuvo un affaire con una estudiante 40 años menor. Georgia se deprimió y rompió parte de su obra. Por un tiempo se internó en un hospital del cual salió segura, radiante y renovada. “Ya no estoy enferma, todo en mí se ha vuelto a mover “, le escribió a Alfred. Desde entonces se le conoció una activa vida secual con amantes hombres y mujeres.

En los años 50, Georgia se estableció definitivamente en México, donde ya había viajado en varias oportunidades, pero siempre volvía a Nueva York para estar un tiempo con Alfred. Así lo hizo hasta la muerte de su marido en 1946.

En México tuvo un reencuentro con Diego Rivera y Miguel Covarrubias, al tiempo que influye en la obra (y en la vida sentimental) de Frida Kahlo. Decía que el aire fino y seco de allí, y la sensación de espacio infinito le permitía ver más lejos. Llamaba a México “The faraway”.

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Georgia se compró un auto, con dificultad aprendió a manejar y lo convirtió en un atelier. Recorría el desierto pintando dónde, cuándo y cómo quería.

Al visitar el pueblo de Taos pintó su iglesia, de un modo original, distinto a todo lo hecho antes. Era una obra muy simple pero, sin embargo, se convirtió en una de sus pinturas más famosas. “No copio las cosas enteras, sino fragmentos, porque pinto lo que me parece importante o me hace sentir emociones dentro del todo”.

A los 80 años todavía tenía un amante, que había nacido en 1946, justamente el día de la muerte de Alfred. Esto le parecía un homenaje simbólico a su marido. Bisexual declarada, su primer y último amante fueron hombres.

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De esta época son sus últimas pinturas “Paisajes de cielo”, nubes y cielos, vistos desde aeroplanos.

Al final de sus días sufrió una disminución visual por una maculopatía senil, entonces cambió la pintura por la cerámica siguiendo el modelo indoamericano. Nunca se encontró cómoda con esta técnica, decía que sus manos la dominaban, y no ella a sus manos.

Raramente firmaba su obra. Solo le ponía un OK en el reverso del lienzo.

Murió a los 98 años, el 6 de marzo de 1986, en Santa Fe (Nuevo México). Sus cenizas fueron esparcidas por el desierto, una forma de integrarse al paisaje que tanto le gustaba.

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Georgia O’Keeffe.

 

 

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