1982, Mundial de España. Estadio Santiago Bernabéu, Madrid.
Italia 3 – Alemania Occidental 1.
Este fue el primer Mundial con 24 equipos participantes en su fase final. En la fase de grupos, Italia no pudo ganar ni un partido. Tres empates con Perú, Camerún y Polonia depositaron a un seleccionado de juego pobre en la zona de semifinales, en la que Argentina lo superó durante todo el partido, pero Italia atacó dos veces y marcó dos goles. Lo mismo, corregido y aumentado, ocurrió con Brasil (el mejor equipo del torneo), que lo bailó casi todo el partido. Errores garrafales defensivos de un equipo que ni siquiera fue atacado y el oportunismo impresionante de Paolo Rossi pusieron a Italia inesperadamente en la final. El rival era Alemania.
El primer tiempo es friccionado, trabado. Alemania juega mejor, pero el catenaccio todavía sigue vigente y da sus resultados. De hecho, el partido se juega como Italia prefiere.
En el segundo tiempo Marco Tardelli abre a Gentile, éste tira un centro a media altura y en el medio del área chica, con Shumacher atornillado en la raya, Paolo Rossi baja la cabeza y pone el 1-0.
Alemania se derrumba. Va al frente por ir, nomás. Diez minutos después, Scirea encuentra a Tardelli solo en la medialuna. Tardelli es un guerrero, a él no le hablen de sutilezas con la pelota. De hecho, le cuesta dominarla, se le va larga hacia la izquierda, queda mal parado y le pega de zurda, forzado. El tiro le sale cruzado, es el 2-0 y la corrida de Tardelli gritando el gol con sus puños apretados y su cara desencajada es uno de los símbolos más emotivos del éxtasis deportivo. Altobelli, el tercer nueve del plantel, que había entrado hacía un rato, metió el tercero, de zurda y amagándole a Schumacher, que ahora salió… cuando tenía que quedarse en la raya. En fin. Breitner entró en el club selecto de jugadores que hicieron goles en más de una final (y eso que era defensor) decorando con un gran tiro libre el 3-1 final de un Mundial que no dejó sensaciones de buen fútbol.
1986, Mundial de México. Estadio Azteca.
Argentina 3 – Alemania Occidental 2.
Fue una de las finales más emocionantes de la historia de los Mundiales. Y fue un partido bien jugado, tanto táctica como técnicamente. Pero claro, lo que se recuerda es la emoción.
Argentina se pone 1-0 a los 23′, con un gol de cabeza del Tata Brown (que si Passarella no hubiera quedado misteriosamente afuera del equipo, ni siquiera hubiera jugado) entrando por el segundo palo en un centro magistral de Jorge Burruchaga.
En el segundo tiempo, en la mejor jugada colectiva del seleccionado argentino en todo el torneo, Pumpido descuelga un centro y se la da por abajo a Jorge Valdano, en el costado derecho de su propia área. Valdano le da un pase diagonal a Maradona, éste otro similar a Enrique, y éste sigue la misma diagonal y se la da a… Valdano, que ha hecho todo el recorrido en el mismo sentido diagonal y ahora está en el extremo izquierdo del ataque. El inefable Schumacher sigue en su feudo sin salir (sigue ahí desde el Mundial anterior, parece), y cuando decide hacerlo (tarde) Valdano ya la colocó al lado del palo; un gol brillante, de toda la cancha, en sólo cuatro toques.
Pero Alemania es Alemania, y en dos ráfagas empata con dos goles que Bilardo no hubiera soñado ni en su peor pesadilla: el primero, doble toque en el área con Karl-Heinz Rumenigge definiendo de atropellada en el área chica; el segundo, dos cabezazos en el área y gol de Voeller faltando menos de diez minutos. Con Bilardo al borde del infarto y sus libros sobre cómo defender centros quemándose, Diego Maradona, en su propio campo, echa su espalda levemente hacia atrás y hace un toque hermoso y simple para Burruchaga, que emprende su carrera interminable. Toca la pelota tres, cuatro veces, y se le va larga, pero Schumacher (otra vez, y van…) no sale… así que llega él, la puntea al costado y liquida el asunto.
Fue justo: Argentina fue mejor que Alemania, y obtuvo su segundo título mundial.
1990, Mundial de Italia. Estadio Olímpico, Roma.
Alemania 1 – Argentina 0.
Argentina llega a la final después de jugar muy mal todo el torneo, ganándole milagrosamente a Brasil con una sola jugada decente en todo el partido (Diego Maradona limpiando gente y dejando solo a Caniggia) y eliminando al local Italia en el San Paolo napolitano, después de un 1-1 y penales en los que San Goyco lleva al equipo a la final. El inefable Claudio Caniggia (que había hecho el gol del empate) se hace amonestar tontamente, por lo que no podrá estar en la final.
Alemania había ganado cómodamente su zona y luego se sacó de encima a Holanda, Checoslovaquia y a Inglaterra (aquí por penales, aunque había sido muy superior).
La final muestra un juego muy malo. Alemania domina pero respeta demasiado al equipo argentino que está bastante deshilachado y que se ve claramente que no tiene con qué hacer daño. Maradona no puede ni moverse, su tobillo y su pie están más para estar en reposo en posición horizontal que para patear una pelota.
Argentina apenas cruza la mitad de cancha y casi no patea al arco en todo el partido, pero los jugadores, que apostaban a seguir sufriendo (alargue incluido) y llegar a los penales, se van encima de Edgardo Codesal, el árbitro mexicano que cobra un penal a favor de Alemania porque el tierno Sensini se tira al piso a barrer dentro del área. Culpable de todos los males, el árbitro (cuándo no) fue acusado como el responsable de que Argentina no ganara el partido, aunque no se sabe bien cómo lo hubiera hecho porque el arco alemán estuvo todo el partido tan tranquilo como una noche apacible bajo un algarrobo en Santiago del Estero.
El equipo argentino agrega como último detalle en este insólito Mundial (en el que llegó a la final ganando solo dos partidos) el curioso mérito de haber tenido el primer expulsado en una final de un Mundial: el implacable Pedro Monzón (sí, sí, jugó un Mundial). Y también el segundo, el Galgo Dezotti, expulsado al final del partido.
1994, Mundial de EEUU. Estadio Rose Bowl de Pasadena, Los Angeles.
Brasil 0 – Italia 0. Brasil gana en definición por penales.
Seguramente este fue el Mundial en el que peor se jugó al fútbol, y la final no fue la excepción.
Brasil llegó cómodo y su carta era la dupla Bebeto-Romario. Italia llegó a los tumbos (clasificó tercero en su zona de cuatro), perdió con Irlanda y no había enfrentado a ningún rival realmente complicado (en la semifinal le ganó a Bulgaria, como para que veamos…). Su base era Franco Baresi atrás y Roberto Baggio adelante.
Después de un aburridísimo partido y un insoportable alargue en el que parecía que ninguno quería ganar, los penales siguieron la misma tónica: ambos erraron el primero que les tocó patear. Y pasó lo que tenía que pasar: si los mejores fallan… Falló Baresi el primer penal, falló Baggio el último. Campeón Brasil, sin pena ni gloria.
1998, Mundial de Francia. Stade de France, Saint-Denis.
Francia 3 – Brasil 0.
Ambos llegaron con algún sufrimiento a la final. Brasil había perdido con Noruega en zona de grupos, y su gran figura era Ronaldo Nazario da Lima (Ronaldo, bah), un nueve descomunal que sabía todo. Francia sufrió muchísimo: casi se queda afuera con el Paraguay de Chilavert y sus muchachos, al que eliminaron en octavos con un gol de oro de Laurent Blanc, y a Italia le ganó en los penales.
Antes de la final, Ronaldo sufrió convulsiones y su estado de salud era, por lo menos, inadecuado para jugar a cualquier cosa, no digamos ya la final de un Mundial. Pero jugó igual. Él dice que le pidió jugar a su técnico (Mario Zagallo, el mismo técnico del Brasil campeón de 1970), otros dicen que los dirigentes lo presionaron, otros que fueron los sponsors los que no querían saber nada de jugar la final sin el crack. La cuestión es que Ronaldo entró a la cancha, sí, pero jugar… no jugó. Fue una sombra lánguida y apática que parecía no entender lo que ocurría.
Mientras, del otro lado, Zinedine Zidane comandaba a un muy buen equipo francés que fue dueño del partido de principio a fin. Hizo dos goles (el tercero lo hizo Petit en el último minuto), hizo jugar a todos y Francia ganó su primer Mundial con autoridad.
2002, Mundial de Japón y Corea. Estadio Yokohama, Yokohama.
Brasil 2 – Alemania 0.
Primer Mundial que se desarrolló en dos países, primer Mundial con 32 equipos. Llegaron a la final los dos mejores. Alemania tenía buen equipo, pero Brasil tenía a Cafú, a Rivaldo y a dos monstruos en estado de gracia: Ronaldinho y Ronaldo. Demasiado para cualquiera.
Lo curioso es que por esas cosas incomprensibles a las que todo el mundo se termina acostumbrando, el día anterior a la final ya se había elegido al mejor jugador del torneo, y los cráneos a cargo eligieron a Oliver Kahn, arquero y capitán alemán. Era buen arquero, sin duda, pero resulta que en la final… el primer gol se lo come él. Rivaldo pega un sablazo de zurda, Kahn da un rebote que no puede dar un arquero de ese calibre, y Ronaldo pone el 1-0 a mitad del segundo tiempo.
Hasta ahí Brasil había dominado táctica y mentalmente el partido; se sabía superior y esperaba que el camino se abriera solo, tampoco forzaba la máquina. Y el camino se lo abrió Kahn. Después vino otro golazo de Ronaldo, con una asistencia magistral sin tocar la pelota de Rivaldo, y en los últimos diez, Brasil toqueteó y se divirtió como les gusta hacerlo. Pentacampeón.
Continuará…