1962, Mundial de Chile. Estadio Nacional de Chile, Santiago.
Brasil 3 – Checoslovaquia 1.
“Maestro, ¿cuándo es la final?”, le preguntó Garrincha a Aymoré Moreira, el entrenador de Brasil. “Hoy”. “Ah, con razón hay tanta gente”. Ante más de 68.000 personas y 90 minutos después, Brasil vencía a Checoslovaquia por 3-1 y se coronaba campeón del mundo por segunda vez. El arte, esta vez, se impuso a la disciplina. Los dos equipos se habían enfrentado en la fase de grupos, un aburrido 0-0 en el que Pelé fue molido a patadas y quedó fuera por el resto del torneo. Vavá y Garrincha se hicieron cargo del juego del equipo, que sólo usó doce jugadores del plantel (hubo que reemplazar a Pelé) y que tenía ocho jugadores de los que habían sido campeones en Suecia.
El partido fue parejo y el orden de los checos neutralizó bastante al talento brasileño, pero en los últimos 20 minutos la calidad decantó. Sin embargo, el gol que selló el partido se logró después de un centro en el que el arquero checo, encandilado con el sol de frente, no despejó la pelota y se la dejó servida a Vavá. Mientras celebraban el título en el campo, a Garrincha se le acercó un periodista: “Por favor, dos palabras para este micrófono”. “¿Dos palabras? Adiós, micrófono”.
Garrincha_1962.jpg
El brasileño Garrincha, el «mejor jugador» y uno de los goleadores, durante un partido del certamen.
1966, Mundial de Inglaterra. Estadio Wembley, Londres.
Inglaterra 4 – Alemania Occidental 2.
En el Mundial de las canchas perfectas que nos asombraban por el cuadriculado del césped impecable, los dos mejores equiposllegaron a la final.
Los goles del partido fueron una demostración del fútbol que se jugaba en la época: Alemania abre el partido temprano, después de que un defensor inglés rechaza un pelotazo alto y vertical… hacia adentro, hacia el punto del penal! Haller, 1-0. A los 18′, un tiro libre en centro desde lejos encuentra a Hurst solito y solo en el área chica. Cabezazo y 1-1. El partido es un ida y vuelta. Las defensas no salían hacia adelante después de los tiros libres, todos se quedaban poblando el área y habilitaban a todos los delanteros, aún a los que se quedaban pastoreando. Así, faltando 12 minutos Peters pesca un rebote de varios en el área y pone un 2-1 que parecía definitivo, pero a un minuto del final Alemania empata con un gol parecido, también después de varios rebotes en el área. 2-2- y al alargue.
Y llega el desborde de Alan Ball por derecha, centro rasante y Geoff Hurst, íngrimo y solo al borde del área chica, empalma de primera. La pelota pega en el travesaño, pica abajo y sale. Los ingleses gritan gol levantando los brazos. El referee mira al juez de línea, no duda mucho y cobra gol. La jugada y el gol se transformaron en el cliché de las decisiones polémicas del fútbol. Las cámaras no eran tantas, la tecnología no era tan eficiente como para comprobar con certeza absoluta si la pelota había entrado o no. La secuencia en cámara lenta y la imagen detenida y ampliada parecían mostrar que sí, que la pelota había entrado. En el último minuto, de contraataque, el mismo Hurst clavó el cuarto y se transformó en el único jugador en hacer tres goles en la final de un Mundial. Inglaterra ganó así su único Mundial, en casa, con Bobby Moore como capitán y Bobby Charlton (que tenía 28 años pero ya era casi pelado) como su jugador estrella.
The_Queen_
La reina de Inglaterra Isabel II le entrega la Copa del Mundo al capitán de la selección inglesa, Bobby Moore.
1970, Mundial de México. Estadio Azteca, México DF.
Brasil 4 – Italia 1.
El seleccionado más lujoso de la historia llegó a la final haciéndoles tres o más goles a todos los rivales que enfrentó (menos a Inglaterra, que era el campeón vigente, al que de todos modos le ganó claramente y no goleó por la gran actuación del arquero Gordon Banks). Italia llegó después de una infartante semifinal en la que le ganó a Alemania 4-3 en el alargue.
Y en la final… Brasil jugó con Italia, literalmente. Pelé saltó hasta el cielo, erguido, imponente, y frenteó a la red el 1-0 con uno de los cabezazos más limpios y estéticos que se recuerden. Un contraataque aislado puso un 1-1 que no se creían ni los tanos. Y el segundo tiempo fue un baile cadencioso y sin apuro, en el que Gerson de lejos, Jairzinho de cerca y el capitán Carlos Alberto con un misil después de una asistencia preciosa y simple de Pelé redondearon el 4-1 que llevó al equipo de los 5 creadores (Pelé, Rivelino, Jairzinho, Gerson y Tostao, todos juntos en todos los partidos) a llevarse la Copa Jules Rimet para siempre, al obtenerla por tercera vez.
.BXHZ4H2UL5AOPN4DMDZEWMJGPI.jpeg
México 70
1974, Mundial de Alemania Occidental. Estadio Olímpico, Munich.
Alemania Occidental 2 – Holanda 1.
Alemania pasó por las penurias que suele pasar el seleccionado del país organizador, más aún siendo uno de los favoritos del torneo. En la fase de grupos perdió inesperadamente el partido que más dolía, contra su vecino Alemania Oriental, que tenía mucho peor equipo y embocó un cabezazo de Sparwasser bajo la lluvia. En las series finales cada partido (Polonia, Suecia y Yugoslavia) le costó, y en la final enfrentaría a Holanda, La Naranja Mecánica.
Holanda venía de jugar a media máquina la fase de grupos y de bailar a Argentina, Brasil y Alemania Oriental en la siguiente fase, sin recibir goles. Rinus Michels había creado un equipo indescifrable, sin posiciones fijas y con rotaciones permanentes en las que todos hacían todo y lo hacían bien. Johan Cruyff era una garza elegante que se deslizaba por la cancha con la cabeza alta y dirigía una orquesta de jugadores versátiles y con talentos complementarios.
En la final, las emociones comenzaron temprano: empieza el partido, Cruyff agarra la pelota y patina (eso no era correr, eso era patinar) desde mitad de cancha hasta el área. Berti Vogts lo baja: penal. 1-0 a los dos minutos, y Alemania aún no había tocado la pelota.
Alemania tardó diez minutos en acomodarse y empezar el martilleo. Sin finura pero con persistencia. Ojo, Alemania era un equipazo también, pero era “su” Mundial y la presión que soportaba era enorme. Franz Beckenbauer, posiblemente el mejor jugador alemán de la historia, comenzó a empujar desde atrás (¿era 2, 5 o 10?) y Holanda empezó a padecer. Paul Breitner de penal empató el partido, y antes del final del primer tiempo Gerd Müller, un petiso retacón de piernas gordas y cadera ancha que conocía el área como si fuera su habitación, un goleador que hacía goles raros, feos, un monstruo voraz del área, clavó el 2-1.
Y Holanda, no acostumbrado a remarla desde atrás, no pudo en todo el segundo tiempo cambiar su destino. Alemania ya era el dueño de la final, sus grandes jugadores se pusieron el overol y trabajaron el partido hasta el final. Holanda quedó en el recuerdo, Alemania en el bronce.
1974.jpg
Beckenbauer levanta la copa de Campeón del Mundo en 1974.
1978, Mundial de Argentina. Estadio Monumental, Buenos Aires.
Argentina 3 – Holanda 1.
En el círculo central, en el sorteo de los arcos, algo demora el inicio del partido: René Van der Kerkhoff lleva en su antebrazo un yeso; eso es peligroso y antirreglamentario. Daniel Passarella se muestra mucho más inflexible que el referee con el reglamento y exige que al jugador holandés mencionado se le quite el yeso. Lo que debe ser, debe ser, así que el partido comienza 19 minutos más tarde de lo estipulado.
Argentina mereció ganar pero pudo perder. El primer tiempo fue parejo y con pocas situaciones de gol; a los 38′, Ardiles avanza en forma vertical, abre hacia Luque y éste hace un pase hacia el área a Kempes, que entra arrastrando a su defensor y define por debajo del cuerpo de Jongbloed que, ansioso, se pasa en la salida. Gol. 1-0.
Se va el primer tiempo, en el que el juego de nervios fue mucho mayor que el de fútbol. Pierna fuerte, roces, cada uno queriendo marcar el teritorio. Partido de duelos individuales, los dos marcadores de punta argentinos hacían agua, Fillol y Passarella tapaban agujeros, Kempes apareció en el gol, Ardiles jugaba por dos y Gallego pegaba por tres. Holanda tuvo las mejores situaciones pero Argentina tenía a Fillol; Argentina tuvo una sola chance clara y en el arco de Holanda estaba Jongbloed.
El segundo tiempo es de peor calidad que el primero. A los 81′, desborde a fondo desde la derecha, centro atrás de uno de los Van der Kerkhoff, Fillol que sale mucho más allá del primer palo (¿?) y Nanninga (que había entrado hacía unos minutos para eso, para cabecear en un área de defensores argentinos no muy altos), solo y sin marca, cabecea en el segundo palo. Gol de Holanda, 1-1.
20190528_201844_argentina-holanda-1978.jpg
Holanda – Argentina.
Con el estadio mudo, los últimos minutos fueron favorables a Holanda, que pudo ganar el partido (y el torneo) en el minuto 90: en el área chica, el remate de Rensenbrink pega en el poste de un vencido Fillol. Inmediatamente, el partido termina. Es 1-1 y habrá alargue.
El equipo argentino parece tomar ese último golpe de suerte como una señal; parecen estar más enteros; se mueven como fieras y quieren empezar a jugar el tiempo extra ya.
Sobre el final del primer tiempo extra, un tiro libre de Passarella en medio campo encuentra a Bertoni, quien se la pasa a Kempes, que entra exactamente por el mismo callejón por donde entró en el primer gol, al mismo ritmo y con la misma fuerza, a pesar de que ya van 104 minutos de juego. Repetirá su obra con alguna variante: como una topadora, supera por potencia nomás a dos defensores, pellizca la pelota ante la salida de Jongbloed, la pelota rebota en el arquero y de nuevo en Kempes, que queda a un costado mientras la pelota flota sin dueño en el área chica y frente al arco vacío. Llegan al mismo tiempo dos defensores holandeses, pero la suela de Kempes llega antes. O a la vez, quién sabe. La cuestión es que se lleva puesta la pelota y lo que hubiera cerca. La pelota entra pidiendo permiso, pero entra: 2-1.
El delirio invadió todo; el estadio no dejaría de rugir hasta el final del partido, y el segundo tiempo adicional se disputó en medio de un griterío tan angustiante como eufórico. A los 114′ Kempes recibe un pase de Bertoni, lejos del arco; encara otra vez como un camión sin freno en un recorrido vertical hacia el área, hace una pared con Bertoni, éste se la devuelve pero el Matador está tan desbocado que la devolución le queda atrás, en el cuerpo, en el brazo más o menos pegado al mismo, quién lo sabe (los tres defensores holandeses que participan de la jugada levantan su mano simultáneamente reclamando mano de Kempes); pero entonces llega el mismo Bertoni, algo atrás, y la clava de con un derechazo abajo, al lado del palo derecho del arquero.
Y se acabó. Faltan seis minutos, pero el partido está liquidado.
Argentina no jugó mejor fútbol que Holanda en un partido que se definió más por las jugadas aisladas que terminaron en gol que por prevalecer en el juego. Pero tuvo a Mario Kempes. El juego de calidad que Menotti pregonaba y pretendía casi no se vio, pero la actitud de los jugadores desbordó la Copa que terminaron ganando.
Argentina había ganado un Campeonato Mundial de fútbol por primera vez.