No hay duda de que Julio Cortázar es uno de los escritores más icónicos de las letras hispanoamericanas. Por lo menos, así parece atestiguarlo el hecho de que su literatura, la exposición de ese mundo en el que lo fantástico convive con lo cotidiano, sea reconocida por lectores de todas las generaciones a 36 años de su muerte. Dentro de toda su producción “inmortal”, sin embargo, existen textos que están atados estrechamente a su contexto de producción (el más notable siendo El libro de Manuel) y que hoy son mejor leídos como documentos históricos que otra cosa.
De toda la bibliografía cortazariana que responde a esta idea, así y todo, pocas cosas se destacan más, por su propuesta y por su temática, que el “comic” Fantomas contra los vampiros multinacionales (1975). Reconocido por muchos como la más importante intervención de Cortázar en el mundo del comic (su participación en La raíz del ombú con Alberto Cedrón se mantuvo inédita hasta 2004), este trabajo se destaca por la llamativa decisión del autor de usar este medio para difundir sus ideas políticas.
La historia de este panfleto, por llamarlo de alguna manera, tuvo sus orígenes en un encuentro fortuito a finales de la década del setenta, cuando Cortázar se encontraba participando activamente de la segunda edición del Tribunal Russell. Este organismo – creado con la intención de evaluar las violaciones a los derechos humanos ocurridas en los países del Cono Sur que se desarrolló en tres conferencias (dos en Roma en 1973 y 1976, y una en Bélgica en 1975) – básicamente escuchaba testimonios de diferentes víctimas y redactaba un veredicto que, aunque no tenía valor jurídico, por lo menos funcionaba como condena moral. A pesar de haber realizado un valioso trabajo, sin embargo, Cortázar se sintió un tanto decepcionado al ver que la sentencia no trascendió debido a lo que el llamó un “bloqueo informativo”, dejando a miles de personas en la ignorancia.
Fue en este contexto en el que, por casualidad, le llegó desde México el número 201 de una revista de historietas que le mandaba su amigo argentino, Luis Guillermo Piazza, llamada Fantomas, la amenaza elegante. Este comic era una creación mexicana que circulaba desde finales de los sesenta que recuperaba al siniestro personaje francés “Fantômas”, creado en 1911 por Marcel Alain y Pierre Souvestre, y lo transformaba en una especie de Robin Hood que delinquía para su propio beneficio o para aquél de los necesitados. Lo llamativo del número que le llegó a Cortázar en febrero de 1975, titulado “La inteligencia en llamas”, era que en él el escritor Gonzalo Martré y el dibujante Víctor Cruz plantearon una aventura en la que un villano intentaba destruir la cultura quemando bibliotecas y amenazando a escritores. Lógicamente, los intelectuales del mundo se alarmaban frente a esta situación, por lo que individuos de la talla de Alberto Moravia, Octavio Paz, Susan Sontag y el mismo Cortázar aparecían llamando a Fantomas para que los ayudara. Él, erigido en paladín de la justicia, acudía en su auxilio, y en el verdadero espíritu del comic, el protagonista terminaba logrando desbaratar la operación y vencer al malvado.
Cortázar, al verse allí representado, encontró el episodio en principio gracioso, pero no estaba del todo satisfecho con el final. Es por esta razón que decidió tomarse la libertad de reescribir la historia editando la historieta original y guardando sólo las partes que le interesaban para hacer de ella, además, un vehículo para sus propias ideas. Según él mismo afirmó años después en una entrevista: “si esta gente me ha utilizado como un personaje de un comic sin pedirme permiso, ¿por qué yo no voy a utilizar una parte de este comic sin pedirles permiso a ellos?”
Dentro de una redacción absolutamente metatextual, dónde Cortázar desarrolla su visión de la realidad en múltiples niveles simultáneos, la historia que se le presenta al lector muestra al mismo autor leyendo la revista (incluidos algunos de los cuadros originales) en un tren mientras vuelve de la sesión del Tribunal Russell en Bélgica. Hallándose como personaje en la historieta, el narrador comienza a transformarse en protagonista y plantea, en esta nueva versión, un escenario en el que Fantomas se había equivocado. Su error, se da cuenta, había sido pensar que venciendo a un individuo podría evitar este “genocidio cultural”, cuando el verdadero mal estaba encarnado por el imperialismo norteamericano como sistema. En este punto, las intervenciones de la historieta original se van espaciando y, en cambio, Cortázar decidió incluir dentro de la narración documentos e imágenes que remiten a la forma en la que las sociedades multinacionales actúan como agentes de la destrucción, además de presentar explícitamente parte de las sentencias del Tribunal Russell. Finalmente, la historia culmina con Fantomas – con dudoso éxito – infiltrándose dentro de distintos organismos para detener este accionar.