Charles Baudelaire nació en París, Francia, el 9 de abril de 1821, hijo de François Baudelaire, un funcionario de alto nivel y artista aficionado, y su esposa, Caroline Archimbaut-Dufays. Después de la muerte de François, en 1827, Caroline se casó con el teniente coronel Jacques Aupick, que más tarde se convertiría en un destacado embajador.
De joven, Baudelaire estudió Derecho en el Lycée Louis-le-Grand. Pero insatisfecho con su profesión, se dedicó a beber diariamente, visitar prostitutas y acumular considerables deudas. Al obtener su título en 1839, Baudelaire decidió no ejercer el derecho, para disgusto de su madre, y en cambio se dedicó a forjar una carrera en literatura.
Baudelaire pronto comenzó a publicar sus escritos. Su primer trabajo publicado fue una revisión de arte de 1845, que atrajo atención inmediata. Muchas de sus opiniones críticas, incluyendo su defensa de Delacroix, fueron audaces y proféticas. En 1846, Baudelaire escribió su segunda revisión de arte, estableciéndose como un defensor del romanticismo.
Durante el transcurso de su vida adulta Baudelaire tuvo problemas de salud y deudas urgentes. Se mudaba con frecuencia para escapar de los acreedores, lo que hacía difícil que pudiera dedicarse a un solo proyecto. Sin embargo, logró producir históricas traducciones de Edgar Allan Poe, cuyo trabajo admiraba, así como escribir volúmenes de poesía por los que sería conocido.
El 25 de junio de 1857, después de una infinidad de correcciones obsesivas, reescrituras y peleas con su editor Baudelaire publicó su primer y más famoso volumen de poemas, Las flores del mal. Los poemas encontraron una audiencia pequeña pero entusiasta. Los temas sobre los que el libro trataba, sin embargo, crearon un escándalo público.
Unas semanas después de su publicación, el diario Le Figaro publicó en sus números del 5 y del 12 de julio dos artículos difamatorios firmados por Gustave Bourdin y Jules Habans. Sentenciosos y polémicos, estos llamaron la atención de la justicia imperial sobre un libro que, según Bourdin, era “un hospital abierto a todas las demencias del espíritu, a todas las podredumbres del corazón”. El 17 de julio el procurador general ordenó el decomiso de los ejemplares y requirió acción de la justicia.
Baudelaire, su editor y la imprenta fueron procesados por atentar contra la moral pública. Seis de los poemas fueron suprimidos. Muchos notables de la época, entre ellos Gustave Flaubert y Victor Hugo, se unieron y condenaron la decisión. El 20 de agosto Baudelaire fue llevado a comparecer frente a la sexta cámara de la policía correccional por el delito de ofensa contra la moral pública. Al encontrar “que las piezas incriminadas, debido a su realismo grosero y ofensivo, conducían necesariamente a la excitación de los sentidos”, el tribunal condenó a Baudelaire a una multa de trescientos francos y ordenó la supresión de seis piezas del volumen: “Las joyas”, “El Leteo”, “A la que es demasiado alegre”, “Mujeres condenadas”, “Lesbos” y “Las metamorfosis del vampiro”.
El 27 de julio, algunos días antes de haber comparecido frente al juez de instrucción, Baudelaire le escribía a su madre: “Le ruego que considere este escándalo (que causa una gran conmoción en París) como el pilar de mi fortuna”
Baudelaire tenía plena consciencia del provecho simbólico que podía sacar de un litigio en su contra. Él sabía que el escándalo, a condición de ser reajustado por un trabajo de reconstrucción discursiva, podría ser muy útil en las exigencias de reconocimiento público.
Para escritores como Baudelaire o Flaubert, el honor del escritor no residía en la respetabilidad burguesa, sino en el rechazo de un público que ellos mismos despreciaban.
Baudelaire, muy consciente de esta situación, supo utilizar la provocación y el escándalo para promover su figura pública. Al mostrarse frente a sus pares como un autor perseguido, Baudelaire creó su propio público, modelándolo a su manera.
Hoy en día, Las Flores del mal es considerada no solamente la obra más acabada del poeta francés, sino una de las obras más importantes de la poesía moderna. Donde lo sublime, lo bello y lo abismal disputan territorio produciendo un nuevo tipo de lenguaje poético.