Los recuerdos suelen ser ingratos. De las grandes gestas se recuerdan los generales, los políticos, los ideólogos y los personajes de alto rango, pero se olvida a los soldados que llevaron adelante la gesta, que pusieron el pecho a las balas, y que sufrieron penurias, privaciones, dolor.
El 26 de agosto de 1944 las tropas aliadas entraron a París. Enseguida nos viene a la memoria los grandes nombres, de Gaulle, Eisenhower, el general Leclerc… fue éste el elegido para entrar con sus tanques a París. Era la culminación de su enorme entrega a la causa. Se había lucido en las arenas del Sahara y ahora de Gaulle quería compensar su lealtad y esfuerzo. Él y sus hombres tendrían el honor de entrar primero a París… pero, curiosamente, no fueron franceses los soldados que intimaron la rendición de los jerarcas nazis, sino un puñado de republicanos españoles quienes tuvieron ese privilegio. Leclerc estaba al mando de la 9ª Compañía de la 2ª División Blindada de la Francia libre, constituida por 150 excombatientes republicanos españoles. Todos ellos habían huido de España meses antes por la victoria de las fuerzas franquistas. Ante la invasión nazi y la capitulación de la Francia de Vichy, no eran muchas las posibilidades que se abrían: o partían hacia un exilio definitivo lejos de la contienda europea, o terminaban en campos de concentración obligados a trabajar forzadamente (muchos españoles murieron en Auschwitz), o se alistaban en el ejercicio de la Francia Libre que proponía de Gaulle. Muchos de los alistados en el ejército francés llevaban tres años ininterrumpidos de combate en su país de origen, frente a ellos habría cinco años más de contienda, de lucha, de privaciones…
En 1942, “la Nueve”, como le decían, peleó contra los italianos en Túnez y fueron ellos quienes tomaron Bizerta, el último puerto en manos de las fuerzas del eje. De allí partieron al Chad, donde se les permitió bordar la bandera tricolor española a su uniforme. Del Chad los llevaron a Marruecos donde fueron dotados de tanques y orugas de origen norteamericano. A estos equipos los bautizaron con los nombres de las batallas que habían vivido en suelo español: Madrid, Teruel, Ebro, Guadalajara… un grupo de anarquistas propuso llamar a su blindado como su líder Buenaventura Durruti, pero los franceses no estaban dispuestos a tanto. Entonces lo llamaron Les Pingouins.
Sobre estos tanques que entrarían a París estaba estampada la bandera republicana. Pero aún falta para llegar a París, y de Marruecos fueron a Gran Bretaña a prepararse para el Día D. Cuando la Nueve desembarcó en Normandía, lo hicieron entonando “la cucaracha”, una sutil queja por lo lento del operativo.
Pelearon en Rennes, en Le Mans y especialmente en Alençon. Allí sorprendieron a las fuerzas aliadas cuando solos capturaron a 129 soldados alemanes. La gesta llamó la atención de las autoridades: estos españoles hacia casi una década venían de batalla en batalla. Pocas tropas podían lucir esta experiencia…
El 16 de agosto se enfrentaron a los blindados de la Waffen-SS, librando un cruento combate. Muchos españoles perdieron la vida ese día y aunque eran anarquistas y comunistas, celebraron una misa en Eccouché en honor a los caídos.
El 20 de agosto París se sublevó, grupos de maquis invadieron sus calles. De Gaulle insistió ante la comandancia aliada que fueran sus franceses quienes entrasen a la Ciudad de la Luz, antes que la Wehrmacht quemase sus monumentos. Eisenhower atacó la ciudad desde el norte y de Gaulle le concedió a Leclerc entrar en París con sus blindados, pero en lugar de franceses fueron los españoles de la Nueve quienes encabezaron el asalto final.
El primer blindado en llegar al ayuntamiento de París fue el “Guadalajara”, y el primer disparo partió desde el “Ebro”. Al llegar a las inmediaciones del Arco del Triunfo, una muchacha saltó al cuello de uno de los soldados y lo besó, diciendo “eres el primer francés a quien beso”, a lo que el soldado Francisco Izquierdo (buen nombre para un comunista) dijo, “Perdón señora, somos españoles… rojos españoles”. Cuando un periodista francés se acercó a entrevistarlos, hicieron la misma aclaración, “je suis español”.
Mientras el “Ebro” disparaba hacia el ayuntamiento contra los fusileros alemanes, la gente salió a la calle cantando La Marsellesa. Fue entonces que el jefe de la Nueve, el capitán Raymond Dronne (su comandado desde su formación), pide entrevistarse con el general Dietrich von Choltitz. Mientras tanto, sus españoles tomaban por asalto la Cámara de Diputados y el Hotel Majestic. El 25 a las 03:30 de la tarde, los alemanes claudicaron y von Choltitz fue tomado prisionero.
El 26 los Aliados desfilaron por las calles de París, y los españoles escoltaron al general de Gaulle mientras era aclamado por el público, apiñado en los Campos Elíseos. Un mes más tarde en Nancy, el mismo general condecoraba a los bravos españoles.
Sin embargo la guerra no había terminado para la Nueve. Tomaron Estrasburgo, cruzaron el Rhin, pelearon en Munich contra los alemanes y el cruel invierno, y finalmente fueron ellos los que capturaron el tenebroso Nido del Águila, el refugio de Hitler.
De los 150 españoles que conformaban la Nueve, solo 16 seguían en pie al finalizar la guerra, 35 habían muerto y 97 estaban heridos.
Concluida la contienda, el sueño de formar un nuevo ejército republicano para luchar contra Franco se diluyó, y los españoles de la Nueva se dispersaron por el mundo.
Por años fueron olvidados. ¿Quién podría creer que un grupo de españoles “rojos” había arriado las banderas nazis de la comandancia alemana en París y capturado el refugio del líder nazi? Pues el tiempo les hizo justicia y en el 2015, una plaza vecina al Ayuntamiento de París fue bautizada en honor a los combatientes de la Nueve.
Los reyes de España también reconocieron el heroísmo de estos soldados de la nueve, y una plaza en Madrid evoca a aquellos que liberaron París.
A pesar del tardío reconocimiento, muchos excombatientes aun vivos han demostrado su malestar: ellos lucharon contra los “fascistas” y no necesitan el homenaje de la realeza, a pesar del tiempo transcurrido…