Después de sufrir prisión y exilio, de haber pasado semanas en la Isla Martín García en condiciones poco propicias para la figura de un ex presidente, las fuerzas de Marcelo T. de Alvear mermaban. Había gastado su fortuna personal en servir a la patria y a su partido. No menos de 60.000 hectáreas heredadas de su abuelo, el General Pacheco, se habían esfumado en su lucha política. Aun así, en 1933, al ser deportado a Europa en un barco de la Armada, cuando éste se quedó sin combustible para proseguir el viaje, don Marcelo avaló la compra de petróleo de su propio peculio. Él mismo bancaba su exilio.
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Alvear redactando el manifiesto antes del exilio del 1931.
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El presidente Marcelo T. de Alvear (der.) con su ministro de guerra, Agustín P. Justo (izq.) en Mar del Plata, 1927.
En 1937 se presentó como candidato a presidente por el partido que él había conducido hacia la abstención, con el consentimiento de Irigoyen. “El Peludo” no dudó en nombrar al “Pelado” su heredero político. Atrás habían quedado las luchas personales y antipersonalistas, Alvear era el hombre que podía conducir los destinos del radicalismo.
La nueva campaña de ese año se vio opacada por el asunto del CHADE y CADE (la compañía de electricidad de Buenos Aires) que prometió los medios para solventar su campaña presidencial del partido, a cambio de una prorroga en los contratos por 20 años.
Cuando un grupo de jóvenes radicales, entre los que estaba un muy joven Arturo Frondizi, le recriminó esta concesión, don Marcelo ofuscado le retrucó “¿Y quién va aponer la plata? ¿Acaso usted?”
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Hasta los últimos años de su vida, Alvear se dedicó a trabajar para su partido. En la imagen, haciendo campaña en la provincia de Tucumán.
El mismo Alvear instó al presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Ravignani, a olvidar el asunto, ya que en su opinión se estaba “exagerando los vicios del sistema democrático”.
Todo este desgaste no tuvo frutos, las elecciones estaban arregladas en nombre del fraude patriótico y asumió la presidencia un ex ministro de Alvear, Roberto Ortíz.
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Alvear, una imagen en sus últimos años de vida.
La salud del “Pelado” se deterioró rápidamente, viéndose obligado a renunciar. “Yo estoy muy enfermo”, les mandó a decir a los correligionarios que fueron a visitarlo, “estoy con un pie en la tumba”.
Efectivamente, accedió a su enterratorio patricio a las puertas del Cementerio de la Recoleta, el 23 de marzo de 1942 víctima de un ataque al corazón.
Al día siguiente su cuerpo fue trasladado de su casa de Don Torcuato a la Casa Rosada. Sus opositores, aquellos que habían acudido al fraude para impedir su acceso al gobierno, ahora le franqueaban las puertas para que fuese honrado en su condición de ex presidente, primer magistrado de un período glorioso de nuestra nación. Su féretro fue arrebatado por seguidores que lo llevaron a pulso hasta el Cementerio de la Recoleta.
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Cementerio de la Recoleta.
Allí fue enterrado, junto a su abuelo Carlos María de Alvear y su padre, Torcuato, primer intendente de Buenos Aires. Con el tiempo, y después de muchos años de cumplir la liturgia de visitar a “su Marcelo” todos los sábados, Regina Pacini de Alvear, la soprano que había logrado el reconocimiento de las audiencias del mundo y de este dandy argentino que la seguía a todas partes, enviando flores y joyas, se unió para siempre al hombre que la había seducido y, a su vez, había subyugado a una nación que lo tiene como una de sus figuras más destacadas.