Nació José Hernández el 10 de noviembre de 1834 en el seno de una familia patricia. Era por parte de madre, pariente de Juan Martín de Pueyrredón. Fue bautizado como José Rafael, aunque pronto dejó de usar el segundo nombre para evitar confusiones con su hermano.
Su padre era administrador de estancias en el sur de Buenos Aires, lugar poco propicio para la formación del joven, quien quedó en manos de su tía Victoria Pueyrredón, conocida como “mama Totó”. Cuando sus tíos debieron emigrar por causas políticas, José y su hermano Rafael, quedaron al cuidado de su abuelo, José Gregorio Hernández, quién se ocupó de la educación de estos nietos enviándolos al Liceo Argentino de San Telmo. A la muerte de su madre, afectado José por el asma, fue a vivir con su hermano y su progenitor a una estancia en Sierra de los Padres donde, al decir del mismo Hernández: “Me hice gaucho”. Aprendió las tareas camperas y a jinetear, fue tropero y también peleó contra el ganado chúcaro y los indios pampas.
La muerte de su padre, víctima de un rayo, aumentó el apego entre los hermanos. José y Rafael (éste seis años menor) se hicieron inseparables. “Me han contado que el mayor nunca deja al hermano”, dice una estrofa del poema que lo hizo inmortal.
La revuelta del general Lagos los encontró junto al coronel Rosas y Belgrano en el combate de San Gregorio, donde se salvaron de morir huyendo a uña de caballo cuando la indiada traicionó a las tropas porteñas.
Después de esta experiencia, mientras su hermano aprendía el oficio de agrimensor (tarea a la que ambos se dedicaban cuando faltaba el trabajo), José hizo sus primeras colaboraciones periodísticas en “La Reforma Pacífica”.
Los dos hermanos ingresaron al partido federal, y en 1857, pasaron a Entre Ríos, después que José se batiría a duelo con un oficial. Asentado en Paraná, José se puso al servicio del almacén de ramos generales de Ramón Puig, suegro de López Jordán, quien lo inició en la carrera de procurador.
Los Hernández sirvieron en el batallón del Primero de Línea en Cepeda, Pavón y Cañada de Gómez, donde conocieron a Leandro Gómez. Rafael siguió al jefe oriental a Paysandú, donde se conviertió en uno de los seiscientos hombres que resistieron a las tropas brasileras y de Venancio Flores.
José, que había seguido su carrera de periodista, taquígrafo del Senado de la Confederación y secretario privado del vicepresidente Pedernera, dejó la comodidad de su escritorio para rescatar a Rafael, quien había caído herido en la jaqueada Paysandú.
Eran años de conflictos, de intereses contrapuestos. Los Hernández rechazaban la política de Mitre, a quien José atacó con poemas en donde prefigura su obra magna. Desde el periódico “El Argentino” condenó la muerte del Chacho Peñaloza. Esos artículos fueron recopilados en el primer libro que publica, “Rasgos biográficos del general Ángel Peñaloza”.
José actuó como secretario del gobernador Evaristo López, en Corrientes, sin dejar el periodismo militante en contra de las políticas porteñas. Desde “El Eco de Corrientes”, atacó la candidatura de Sarmiento. Derrotado López, viaja a Buenos Aires y junto a Rafael, fundan un periódico llamado “El Río de la Plata”, donde abogaron por los derechos del gaucho, y la abolición del servicio en la frontera, tema que inspiraró las páginas del Martín Fierro.
El diario fue cerrado por el gobierno en 1870. José volvió a Entre Ríos, donde se incorporó al ejército de López Jordán, acusado de instigar el asesinato de Urquiza. Fue José Hernández quien escribió los discursos de López Jordán y respondió los ataques a su jefe, tanto con la pluma como en el campo de los hechos.
Derrotados en las guerras jordanistas, José acompañó a su jefe en el exilio, primero en Santa Ana do Livramento, donde para matar el tiempo escribió versos gauchescos. De allí marchó a Montevideo. En las vecindades de lo que hoy es Ismael Cortinas en Uruguay, se dice que conoció a un paisano llamado Martín Fiero (o Fiera, según otros) , personaje que habría inspirado el nombre del héroe gaucho.
En 1871, Rafael asistió en Buenos Aires a los enfermos de fiebre amarilla, servicios por los que fue reconocido con una cruz de hierro. Amparado por un decreto de amnistía y el apoyo de Benito Magnasco, José volvió a Buenos Aires, donde se reencontró con su esposa, Carolina González del Solar y su hermano.
En el Hotel Argentino (a escasos metros de donde trabajaba Sarmiento), José finaliza su Martín Fierro, texto en el que relata los pesares de los paisanos enganchados a la fuerza, como lo había hecho Antonio Lussich en sus “Tres gauchos orientales” (poema que fue publicado antes del Martín Fierro, y dedicado a José Hernández).
En 1874 José puede volver a Buenos Aires, donde publica la primera parte de su obra que alcanzó una difusión extraordinaria.
En este período, los Hernández adhieron al Partido Autonomista, apoyando la candidatura del Adolfo Alsina, a quien José asistió con su briosa oratoria.
Alentado por el éxito de su poema y aliviada su situación económica, se refugió en una quinta de Belgrano, cerca de su hermano Rafael (quien llegó a ser intendente de esa ciudad entre 1881 y 1882), y se dedicó a escribir los versos de “La vuelta”.
Las ediciones se sucedieron y excedieron los 60.000 ejemplares, número extraordinario, si consideramos que la población ascendía a 1.700.000 habitantes, de los cuales solo el 30 % sabía leer.
Finalmente, la enfermedad que había segado la vida de su primo, Prilidiano Pueyrredón, lo alcanzó en su quinta de San José en Belgrano. Falleció el 21 de octubre de 1886 en los brazos de Rafael. “Hermano, esto está concluido”, fueron sus últimas palabras.
Rafael Hernández lo sobrevivió veinte años, asistiendo en las correcciones sucesivas de sus poemas y textos. Los discursos de José durante su etapa como legislaor se recolectaron en una cuidada edición. Rafael prohijó la creación de la Universidad de La Plata, promovió la explotación de cemento Portland y escribió un largo texto sobre la hidrografía de la provincia de Buenos Aires, que tantas veces había recorrido. Finalmente, murió en 1903 de la misma afección que se había llevado a su hermano. A lo largo de esos años honró la ley primera, el culto a la fraternidad a la que aluden los versos de nuestro poema patrio.