La intensa reina Margot

Palacio de Amboise, agosto de 1563. Cuatro niños y una niña juegan a ser actores ante la mirada atenta de Catalina de Médicis, la reina regente. El poeta Pierre de Ronsard ha escrito una obra para ellos. No están juntos por azar: Francia acaba de poner fin a la primera guerra de religión, y ellos son los vástagos de los bandos reconciliados. Enrique de Valois, futuro Enrique III, interpreta el papel de Orléantin. Su hermano pequeño, Francisco de Alençon y Anjou, el de Angelot. Enrique de Guisa, hijo del jefe del partido católico, es Guisin. Y otro Enrique, heredero de la reina protestante de Navarra, es Navarrin.

El personaje de la princesa Margarita de Valois, que entonces tiene diez años, se llama Margot. El apodo se le quedará para siempre. Pero esta escena idílica no bastará para borrar las tensiones entre católicos y protestantes. Con los años, Angelot urdirá complots contra su propio hermano. Enrique III matará a Enrique de Guisa y morirá, a su vez, asesinado.

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Catalina de Médici con sus hijos en 1561: Francisco, Carlos IX, Margarita y Enrique.

Catalina de Médici con sus hijos en 1561: Francisco, Carlos IX, Margarita y Enrique.

La muerte de Enrique de Navarra será igual de violenta. De los diez hijos de Catalina, solo Margarita llegará a la vejez. Y no será precisamente un instrumento de su madre: la pequeña Margot olvidará pronto los versos del gran Ronsard para interpretar su propio papel en la historia de Francia.

El gran tour de Catalina

La infancia de Margarita de Valois fue tranquila y no demasiado familiar. Los Reyes vivían en el Louvre, los príncipes se criaban en Amboise. Aún no había cumplido siete años cuando Enrique II, su padre, murió accidentalmente en una justa. Desde entonces, la política absorbió por completo la atención de su madre, tanto durante el brevísimo reinado de su hijo mayor, Francisco II, como durante la regencia del siguiente, Carlos IX. En cuanto a sus hermanas, aún era muy niña cuando se marcharon para casarse. Creció entre libros de latín y clases de baile, y según sus contemporáneos llegó a ser maestra en ambas disciplinas.

Al alcanzar la pubertad completó su educación acompañando a la corte en un gran viaje de dos años por Francia. Fue, por así decirlo, una gran gira promocional. La reina pretendía consolidar la paz y reforzar la imagen de su hijo Carlos como monarca. Para ello, paseó por las provincias toda su magnificencia: unas quince mil personas, entre damas, gentilhombres, lacayos, cocineros, coperos, músicos, capellanes y guardias. A su paso, la comitiva restauraba los derechos de los hugonotes (así se llamaba a los protestan tes en Francia) en las ciudades católicas, y los de los católicos en las hugonotes.

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Francisco Aleçon, hijo de Catalina de Médicis.

Francisco Aleçon, hijo de Catalina de Médicis.

Para Margot fue todo un máster de iniciación a la vida cortesana. Aprendió protocolo, recibió homenajes y, no menos importante, descubrió la existencia del famoso “escuadrón volante” de la reina: veinticuatro damas de honor que revoloteaban de un amante a otro sonsacando información útil para su señora. Más tarde, la historia recordaría a Margarita por sus escandalosos amoríos, pero no hay que olvidar que el entorno en que creció (y que la criticó) no era modélico.

Estreno en política

Dos años después de su regreso a París, a la princesa adolescente le llega la primera oportunidad de intervenir en los asuntos de la Corona. Su hermano Enrique, duque de Anjou, parte a sofocar una sublevación hugonote y le pide que defienda sus intereses ante Catalina. Margarita acepta entusiasmada. Es la primera vez que alguien confía en su elocuencia. Catalina, encantada al ver que se ocupa de algo más que de asistir a bailes, le va confiando pequeños secretos de Estado.

Margot descubre el encanto de la política, pero sobre todo se siente adulta y valorada por una madre que hasta entonces se había mostrado distante. Todo se echó a perder. Al parecer, la joven tenía un idilio con el duque Enrique de Guisa, el Guisin de aquella obra infantil. Enrique de Anjou se enteró a través de uno de sus favoritos e informó a Carlos y a Catalina. A Margot le montaron una escena.

No es que al novio le faltara abolengo, más bien le sobraba: los Guisa competían con los Valois por la Corona. Además, los Valois, por aquel entonces, defendían la convivencia entre religiones, mientras que los Guisa lideraban el partido ultracatólico. Era un matrimonio imposible. La alianza entre Margot y su hermano Enrique se rompería para siempre. Pero lo que más dolió a la princesa fue perder la confianza de su madre, que dejó de hacerle confidencias. La brecha entre madre e hija seguirá abriéndose con los años: Catalina de Médicis ni siquiera incluirá a Margot en su testamento.

Un plan incómodo

La reina halló dos remedios para el mal de amores de su hija: desayunos a base de infusiones de acedera y un matrimonio de Estado. Se barajaron varios candidatos, desde el rey de Portugal hasta el hijo de Felipe II. Al final, tras enrevesadas negociaciones, se optó por casarla con el heredero al trono de Navarra. Navarra era por entonces un reino minúsculo. Según un dicho burlón de la época, podía atravesarse a la pata coja. El sur se había incorporado a España en tiempos de los Reyes Católicos; solo se mantenía independiente una pequeña franja al norte de los Pirineos.

Además, era un nido de hugonotes, empezando por la reina, Juana de Albret, que estaba aliada con buena parte de la aristocracia francesa. Casar a los dos príncipes era un intento de fortalecer la paz religiosa, siempre precaria, como demuestran los rumores tras la muerte repentina de Juana, que no llegó a ver la boda. La mató una neumonía, pero corrió la voz de que su futura consuegra le había regalado unos guantes envenenados.

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Enrique III, rey de Navarra

Enrique III, rey de Navarra

A Margot no le gustaron nada estos planes. Enrique de Navarra no era un príncipe refinado: prefería la caza a los libros, cuidaba poco su higiene y no hacía falta besarle para adivinar que su plato favorito eran las tortillas de ajo. Además, la princesa sabía que su posición de mediadora entre bandos enemigos iba a ser incómoda. Según algunos autores, se resistió con tanta energía que, durante la ceremonia, su hermano mayor tuvo que inclinarle la cabeza a la fuerza para que diera el sí. Otros ponen en duda la anécdota y creen que se exageró más adelante para poder anular el matrimonio.

Tampoco la Iglesia católica vio con buenos ojos el enlace. El papa Gregorio XIII jamás lo autorizó. Fue Catalina quien falsificó una carta en la que se anunciaba la llegada inminente de la dispensa papal. Los festejos fueron lujosos y multitudinarios… Pero no duraron mucho. Apenas seis días más tarde, por razones que aún no han quedado claras, los extremistas católicos emprenden una matanza de hugonotes. Las calles de París se llenan de cadáveres.

La familia real francesa abandona su posición conciliadora y obliga al recién casado a abjurar de su religión para conservar la vida. Enrique de Navarra obedece, pero le retienen como prisionero en el palacio del Louvre, mientras la mayor parte de su séquito es ejecutada o encarcelada. Entonces Margarita toma una decisión asombrosa. La alianza con los hugonotes ya no es necesaria, y su madre y sus hermanos le proponen anular el matrimonio que acaba de contraer.

Para sorpresa de todos, la nueva reina de Navarra se niega. ¿Por qué? Pudo ser por compasión: su nuevo esposo estaba en una situación delicada y solo ella podía protegerle. O tal vez quiso evitar que su madre volviera a convertirla en un peón de su política matrimonial. A partir de entonces, Margarita se movió con la máxima libertad, tanto en lo político como en lo personal.

Primeras intrigas

Durante sus primeros cuatro años de casada, Margarita urde toda clase de planes para que su esposo pueda huir del Louvre. Para ello cuenta con la ayuda de su amante, el señor de La Molle, y de su hermano pequeño, Francisco de Alençon, que desea suceder a Carlos en el trono. Forman el partido de los malcontents, que abogaban por regresar al equilibrio entre religiones. Cuando se descubre la primera de estas conspiraciones, Margarita redacta en nombre de su marido una hábil carta exculpatoria que le salva la vida. Pero no logra salvar a su amante.

La Molle muere decapitado, se le acusa de recurrir a la brujería para dañar la salud del rey Carlos. Se cuenta, aunque no está demostrado, que Margarita sobornó al verdugo para poder enterrar dignamente su cabeza. Lo que sí se sabe es que desafió a la corte llevando luto por él. La salud de Carlos IX no mejoró tras la ejecución de su supuesto hechicero. Falleció de tuberculosis aquel mismo año. Su hermano Enrique de Valois se convirtió en Enrique III de Francia, pero en lo esencial continuó con la política procatólica de su hermano mayor.

Dos años más tarde, Enrique de Navarra logra escapar de París y vuelve a su reino. Margarita pide entonces reunirse con él, pero no se lo permiten. Sin embargo, Enrique III, intimidado por el ejército hugonote que su hermano Francisco está empezando a reunir, acepta firmar el Edicto de Beaulieu, que devuelve a los protestantes parte de los privilegios perdidos. Este acuerdo no puso fin a la rivalidad entre los hermanos Valois.

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Margarita de Valois, Boceto atribuido a François Clouet

Margarita de Valois, Boceto atribuido a François Clouet

Los favoritos de cada uno siguieron cruzando bravuconadas y retándose a duelo por las calles de París. Margarita no dejó de apoyar al hermano menor: en vista de que había perdido el trono de Francia, tal vez podría hacerse con el de Flandes. El sur de los Países Bajos se había alzado en armas contra el dominio español.

Margot recordó de pronto las virtudes medicinales de las aguas de Spa, y, con el pretexto de acudir al balneario belga, emprendió un calculado viaje por tierras flamencas, ofreciendo a los sublevados la ayuda de Francisco a cambio de la Corona. Fue su primer gran fracaso político. Asistió a fiestas, hizo contactos y deslumbró a todos con su poderoso atractivo, pero no logró concretar ningún acuerdo.

Amor y libros

De todos modos, el pacto de Beaulieu había sentado las bases para un nuevo acuerdo de paz con los protestantes, y Margarita era la intermediaria ideal. Tras siete años casada, reclama su dote y parte por fin para reunirse con su esposo. Empieza la época más feliz de su vida. La corte de Navarra es modesta, pero agradable y liberal. Su nueva reina aparca las intrigas y se entrega a una vida de placeres.

Reúne en torno a ella a artistas y escritores. Introduce en la corte el Neoplatonismo italiano. Compra libros, escribe poemas, organiza fiestas, coquetea. Se enamora perdidamente de Champvallon, un noble al servicio de su hermano Francisco. Su marido, entretanto, pierde la cabeza por una adolescente apodada Fosseusse. No hay celos entre ellos: son estrictamente un matrimonio de conveniencia. El rey facilita los encuentros de Margot con su amante; la reina llega incluso a ayudar en el parto a Fosseusse cuando esta queda embarazada, aunque el bebé nace muerto.

Ella, en cambio, no logra tener hijos. Está a punto de cumplir los treinta y aún no ha dado sucesión al reino de Navarra. La favorita de Enrique se envalentona y trata de relegarla; las relaciones entre los esposos empiezan a enfriarse. Al cabo de tres años de vida en Nerac, Enrique III y Catalina escriben a los reyes de Navarra para pedirles que viajen a París. Enrique de Navarra, desconfiado, declina la invitación. Pero Margarita decide ir. En París la esperan los brazos de Champvallon.

Pública deshonra

Enrique III está preocupado por el poder cada vez mayor de los Guisa en París y cree que una visita del rey hugonote bastará para intimidarlos. Por eso insiste a su hermana para que lo atraiga al Louvre, pero las cartas de Margot no dan resultado. Por otra parte, esta pone más interés en ayudar a su otro hermano y en disfrutar de su amante. Cuentan las malas lenguas que Champvallon entra en sus aposentos cuando quiere, oculto en un baúl.

Incluso corren rumores de embarazo. Francisco de Alençon, tras un intento fallido de casarse con Isabel I de Inglaterra, vuelve a pensar en el trono de Flandes. Ni su hermano ni su madre le apoyan: temen que su ambición les aboque a una guerra contra España. Pero su hermana sí: los espías de Enrique III interceptan las cartas que Margot intercambia con su hermano pequeño. Es la gota que colma el vaso. En mitad de un baile, el rey ordena a los músicos que dejen de tocar y dirige una retahíla de insultos a su hermana ante toda la corte.

La llama prostituta, la acusa de tener infinidad de amantes y finalmente la expulsa de París. Enrique de Navarra se indigna y exige explicaciones a Enrique III por esta humillación. En realidad, aprovecha la ocasión para invadir Mont-de-Marsan y ampliar sus tierras a costa de la ofensa. Durante más de siete meses, Margarita se queda a medio camino entre París y Nerac, a la espera de que su hermano y su marido concluyan las negociaciones. Cuando por fin acepta su regreso, Navarra la recibe con gran frialdad.

Sola contra todos

Margot pierde pronto su último apoyo. Su hermano Francisco muere de tuberculosis. Su hermano Enrique sigue sin perdonarla, y en cuanto a su marido, la ignora. La reina abandona el partido de los católicos moderados y pacta con los Guisa, ultracatólicos. Lo hace en un momento inoportuno, ya que Enrique III no tiene descendencia y Enrique de Navarra, por puro azar dinástico, se convierte en su heredero legítimo. Si lograra hacer las paces con su esposo, sería la siguiente reina de Francia.

Pero la reconciliación le parece improbable, y, además, Navarra se obstina en seguir siendo hugonote, pese a que el cambio de fe es la única condición que Enrique III impone a su cuñado para nombrarle sucesor. Sea como sea, Margarita elige mal, pero su elección es valiente. Temeraria, incluso. Se muda a Agen, una de las ciudades que le pertenecen por dote, la fortifica, reúne un ejército y se lanza a guerrear por su cuenta.

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Gabrielle d´Estrées, amante de Enrique

Gabrielle d´Estrées, amante de Enrique

Pero el apoyo de los Guisa es más simbólico que financiero. Sus mercenarios, mal pagados, se entregan al pillaje, y sus vasallos, hartos de pagar impuestos, no tardan en rebelarse contra ella. Se ve obligada a peregrinar de castillo en castillo huyendo de las tropas reales, que finalmente la detienen y la encierran en la fortaleza de Usson.

A lo largo de los trece años que pasó allí se entretuvo escribiendo sus Memorias, una de las obras maestras de la literatura francesa del Renacimiento. Llegó a un acuerdo con su carcelero, el marqués de Canillac, para cederle el condado de Auvernia a cambio de un trato benévolo. En la práctica el marqués dejó a Margarita completamente libre, dueña y señora de Usson. Se quedó allí porque, a fin de cuentas, tampoco tenía a donde ir.

Dulce vejez

A partir de 1588 se precipitan los acontecimientos. Enrique III se deshace del duque de Guisa y un año más tarde muere en circunstancias no muy decorosas, a manos de un monje que lo acuchilla en el retrete. Enrique de Navarra ya solo necesita dos cosas para ser rey de Francia. Una es pasarse de nuevo al catolicismo. Aunque en realidad nunca dijo aquello de “París bien vale una misa”, la frase cuadra bien con su carácter pragmático.

La otra es deshacer su matrimonio con Margot, incapaz de concebir un sucesor. Para lograrlo es preciso que ella también pida la anulación a la Santa Sede. Las negociaciones se prolongan diez años, no porque Margarita tenga esperanzas de reinar ni interés en conservar a Enrique, sino porque se niega a que este se case con su última favorita y madre de sus hijos, Gabrielle d’Estrées. Solo está dispuesta a ceder su sitio a otra princesa europea.

Cuando un mal embarazo se lleva la vida de Gabrielle y Enrique IV se compromete con María de Médicis, Margarita da por fin su brazo a torcer. Incluso se esfuerza por ganarse el afecto de su sustituta. Nombra heredero de todos sus bienes al delfín y se convierte en una más de la familia, una especie de anciana tía excéntrica y entrañable. Margarita regresa a París con más de cincuenta años (una edad casi venerable en la época) y muchísimos kilos de más. Los que la recordaban como una esbelta princesa se asombran de que apenas quepa por las puertas.

Pero su espíritu se mantiene joven. Prosigue su obra literaria: escribe el Discurso docto y sutil, todo un alegato feminista que se adelanta a su tiempo. Además, sigue con sus pelucas rubias, sus escotes de vértigo y sus amantes, que cada vez son más jóvenes y de peor cuna. Implanta la moda de empolvarse el rostro y derrocha dinero a espuertas porque, según confiesa a su exmarido, no sabe vivir de otro modo. El día de su muerte, los acreedores invaden su casa. Con ella, según su elogio fúnebre, desaparecía “el paraíso de los placeres de la corte, la flor de las margaritas, la flor de Francia”.

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