La historia de vampiros y monstruos

La noche del 16 de junio de 1816 nace la novela de terror. No es que antes nadie haya contado cuentos de horror, pero esa noche se da cuerpo a las dos grandes concepciones que, de una forma u otra, subyacen en las novelas creadas para inspirar miedo. Por un lado, el científico loco, la mente brillante que genera monstruos, y estas criaturas, tarde o temprano, atacan a su creador con distintas suertes. La otra línea editorial no requiere ingenio sino capacidad de seducción para succionar de sus víctimas hasta el último glóbulo rojo. Ese 16 de junio de 1816 nacieron Frankenstein y El Vampiro.

El poeta y su joven amante, Mary Godwin, se reunieron con Lord Byron y su amigo, el doctor John Polidori, a orillas del lago de Ginebra. Mientras en estas latitures se decidía la independencia de la patria, ese 1816 fue conocido como “el año que no hubo verano”. La erupción del Monte Tambora había arrojado cenizas sobre Europa, dejándola en un cono de sombra. De esta forma, los meses de estío se convirtieron en fríos y lluviosos. Los jóvenes escritores no podían pasar los días al aire libre como habían planeado y transcurrían largas horas charlando en la Villa Diodati que habían alquilado en Cologny, a orillas del lago.

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John William Polidori.

John William Polidori.

Para pasar el mal tiempo, el escandaloso Lord Byron (que huía de Inglaterra por problemas de faldas y dinero) leía a su comitiva una antología de cuentos de fantasmas recogidos y traducidos por Jean Baptiste Benoît Eyriès.

Percy Shelley los escuchaba con un aire ausente; él también huía de un ajetreado divorcio y se paseaba por Europa con su joven amante, Mary Godwin, de apenas 18 años, hija del un célebre pensador anarquista como lo fue William Godwin, a su vez casado con Mary Wollstonecraft, la feminista más radical de la Inglaterra pre victoriana. (En 1798 había publicado Memorias del autor de la vindicación de los derechos de las mujeres).

Mary había recibido una educación extensa e informal para la época (y para una mujer). Gracias al circulo en el que se movía estaba al tanto de los adelantos científicos y sociales del siglo XIX. Nada le era ajeno y para satisfacer su enorme curiosidad visitaba los lugares más insólitos, aún las morgues. En una de ellas conoció a Giovanni Aldini, un médico italiano que realizaba ensayos con cadáveres, haciéndolos mover con descargas eléctricas, al igual que lo hacía su tío, Luigi Galvani con ranas. De acá a resucitar un cadáver, había un paso que el romanticismo decimonónico no pudo dar en el laboratorio pero sí lo dio en la literatura.

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Percy Bysshe Shelley.

Percy Bysshe Shelley.

Todos estos antecedentes se mezclaron en la cabeza de la joven damita cuando Lord Byron propuso a los presentes hacer una competencia a ver quién escribía el cuento más terrorífico. De la pluma de Mary brotó el Dr. Frankenstein, el médico que trae a la vida retazos humanos toscamente suturados.

John William Polidori también participó en la contienda. Él se había graduado un año antes, con tan solo 19 años, y Lord Byron lo había invitado a este viaje como su médico personal. El joven galeno también había aceptado una buena cifra de John Murray a fin de publicar un “racconto” de este itinenario junto a personas tan particulares. Vale aclarar que John Murray era un célebre promotor literario; no solo fue editor de Byron sino que también de Jane Austen, Walter Scott, Washington Irving, Charles Darwin y Herman Melville, entre otros.

Esa gloriosa noche, Byron presentó el esbozo de una historia de vampiros que Polidori retomó para crear un personaje con reminiscencia del aristocrático poeta.

La relación entre Byron y Polidori se deterioró rápidamente. No era fácil vivir con Byron. Se rumoreó que entre ellos había existido una relación homosexual, pero lo único cierto es que muy pronto el joven galeno volvió a Inglaterra y publicó El vampiro, novela de gran éxito, copiada extensamente y predecesora de la más célebre obra de Bram Stokes.

Esa noche tormentosa de un verano desosegado, vieron una tenebrosa luz dos temáticas que tendrían extensas prolongaciones en el cine y la literatura de los siglos venideros.

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