Rufián, ratero, proxeneta, chantajista y jefe de la policía de Londres, Jonathan Wild tuvo una vida que inspiró novelas y óperas.
Se desconoce la fecha exacta de su nacimiento y mayores detalles de su infancia, el único dato cierto es que en 1704 trabajaba al servicio de una familia de la incipiente burguesía británica. Entonces habrá tenido 20 años, se había casado y tenía un hijo. Amante del juego, contrajo deudas que no pudo honrar y por tal razón fue enviado a la cárcel, siguiendo las costumbres de esa época en la que la morosidad estaba penada con la prisión.
En el caso de Wild, la prisión de Wood Street Counter se convirtió en un lugar de perfeccionamiento de sus habilidades delictivas. Su popularidad entre los reclusos y autoridades de la prisión le ganó la llamada “libertad de puertas”, es decir, podía salir por las noches con sus carceleros a capturar a amigos de lo ajeno. En esas incursiones nocturnas conoció a Mary Milliner, una prostituta aventajada en las artes de esquilmar a sus clientes. Wild se convirtió en su mejor alumno y protector.
Un compinche de Wild, un tal Charles Hitchen, se había convertido en comisario de los vigilantes de Londres. No es que hubiese dejado la vida licenciosa, no, muy por el contrario. Hitchen había accedido a su nueva posición robando la extraordinaria suma de 700 libras. Valiéndose de su status, Hitchen aceptaba sobornos para liberar a presos comunes y cobraba por brindar protección a los lupanares que proliferaban en Londres. Tras dos años de la “gestión” de Hitchen, que había hecho proliferar el delito a niveles nunca vistos en Londres, Wild se inició como policía en la banda de su amigo, más o menos al mismo tiempo que dejaba a Milliner, no sin antes cortarle la oreja, la forma de marcar su condición de prostituta.
Los socios de Hitchen, llamados curiosamente “Los matemáticos” (¿por la costumbre de sumar bienes a su patrimonio?) pronto fueron el tema predilecto de los periódicos y la preocupación de la población, ya que veía amenazada sus propiedades en momentos en que Londres no tenía organizado un cuerpo policial (Scotland Yard recién se formó en 1829).
Los pocos guardianes con los que contaba Londres se trenzaban en desigual lucha contra las bandas criminales organizadas por individuos como Jack Sheppard o una banda de aristócratas venidos a menos, convertidos en amigos de lo ajeno, autotitulados los Mohocks (una deformación de Mohawk, indios iroquois conocidos por su ferocidad e impiedad). La situación solo empeoró cuando, concluida la Guerra de Sucesión española, las calles de la capital de Gran Bretaña se llenaron de excombatientes que solo habían aprendido a matar. En este clima de caos, Wild decidió quedar a ambos lados de una línea divisoria muy esfumada que separaba a la justicia del delito… un límite que psicópatas y sociópatas cruzan con naturalidad y sin mayores remordimientos.
Wild se dedicó a amasar una fortuna mientras se convertía en un defensor de las leyes. Ingenio no le faltaba al hombre. Cuando sus ladrones se hacían de un botín, Wild anunciaba en los periódicos su “recuperación”. El dueño, al obtener su mercancía sustraída, donaba una generosa suma en retribución a Wild, cifra que era aumentada cuando el propietario, con espíritu retaliatorio, solicitaba la captura de los bribones. Entonces Wild denunciaba a los supuestos cacos -que generalmente pertenecían a bandas contrarias o habían sido cómplices desleales. De esta forma, Wild quedaba como un héroe público y se deshacía de molestos enemigos.
Este juego a dos puntas no podía ser eterno y hacia 1718 Hitchen, su antiguo jefe, pretendió delatarlo con un artículo donde lo presentaba como lo que era: el más corrupto de los policías de Londres. Ni corto ni perezoso, hombre de muchos recursos y relaciones, Wild se valió de los periódicos (que lo consagraban como un defensor de la ley y la justicia) acusando a Hitchen de ser homosexual y regentear prostíbulos masculinos. Hitchen no podía quedarse atrás en esta contienda y se despachó con todo el historial de crímenes y actos de corrupción de Wild, que volcó en un panfleto titulado “El regulador”. Sin embargo, Wild ganó la partida desbarrancando a Hitchen y obtuvo el monopolio del crimen en Londres.
Wild creó un imperio basado en la delación, el robo y las falsas denuncias a la vez que se arrogaba el título de “General Cazador de Ladrones”. Estos lazos, vínculos y redes de soplones, se manejaban desde las oficinas de Wild, sito en la taberna Blue Boar, donde concedía entrevistas a rateros, proxenetas, pungistas y políticos (sus vínculos con los Whigs eran más que aceitados) a la vez que aumentaba su fortuna en forma exponencial.
Pero uno no puede engañar a todo el mundo todo el tiempo (como diría 150 años más tarde Abraham Lincoln). El estallido de la burbuja financiera de la Compañía del Mar del Sur (dueña del negocio de esclavos que tenía una importante sede en Buenos Aires) había creado suspicacias en la población que comenzó a descreer de los políticos y sus prácticas que habían posibilitado semejante desquicio financiero.
En abril de 1704 fue atrapado por el robo del mercado Clare, un tal Jack Sheppard, un ladronzuelo que había pertenecido a la banda de Wild, pero con quien éste se había enemistado por una discrepancia crematística. Sheppard fue encerrado en la cárcel St. Giles, de la que escapó en menos de tres horas. Wild volvió a atraparlo y Sheppard volvió a escaparse en otras 2 oportunidades, hasta que fue nuevamente apresado y condenado a muerte.
La noche antes de su ejecución Sheppard volvió a escapar de su reclusión, rompiendo de cadenas, barrotes y puertas de hierro. Esta habilidad para evadirse le ganó tal prestigio que cuando fue apresado por quinta vez debió ser encadenado, y vigilado constantemente. Su popularidad era tal que los carceleros cobraban entrada para que la gente viese a este ladrón escapista convertido en ídolo de la clase trabajadora, a punto tal que los medios comenzaron a denigrar a Wild como un vulgar verdugo… Ya nadie estaba dispuesto a defender a Wild y cuando este fue denunciado por permitir el escape de uno de los miembros de su banda fue apresado y juzgado al mismo tiempo que el juez Lord Parker, conde de Macclesfield, quien era acusado de haber recibido 100.000 libras en sobornos (principalmente de Wild).
Caído en desgracia, todos comenzaron a hacer leña del árbol caído y sus antiguos secuaces empezaron a presentar denuncias que incriminaban a Wild. Las causas se acumularon y nuestro hombre ya no contaba con el apoyo de antaño. Finalmente, fue condenado a muerte en el contexto del Bloody Law (la Ley Sangrienta) que aseguraba el camino al cadalso de cualquier tipo de robo sin atenuantes. De hecho, ese año habían sido ejecutados dos niños de diez y doce años por la sustracción de pañuelos.
La condena quebró el espíritu frío y calculador de Wild, quien entró en pánico e intentó suicidarse, sin suerte. Fue arrastrado al patíbulo en Tyburn (plaza donde se ejecutaba a los condenados a muerte cerca de Marble Arch) en medio de una estridente silbatina. Para presenciar su ejecución se vendieron cientos de entradas.
Su cuerpo fue enterrado de noche en St. Pancras Churchi, al lado de quien fuera su última mujer. Sin embargo, Wild poco gozó de la paz sepulcral. Como a muchos convictos su cuerpo fue entregado al Royal School of Surgeons de Londres para ser disecado y su esqueleto exhibido en el Museo Hunter, un lugar donde se acumulan curiosidades anatómicas atesoradas por el Dr. Hunter, el más conocido cirujano de Londres.
Una vida tan particular inspiró a distintos artistas como Daniel Defoe (el autor de Robinson Crusoe), Robert Walpole y Henry Fielding. También a John Gay y su “Ópera del mendigo”, que inspiró a su vez a Bertold Brecht y Kurt Weill para realizar “La ópera de los tres centavos”, donde se refleja la vida, obra y desastres del hombre que se ganó en su tiempo el mote de “el más corrupto”, aunque muchos otros han usurpado su cetro a lo largo de los años.