La destitución de Sobremonte: Nuestro primer acto de soberanía

En el suplemento Temas del domingo 20 de febrero último, bajo el título La secreta ambición de huir con el tesoro , se publicó un reportaje a la señora Susana Dillon, con motivo de una novela de su autoría llamada El fantasma del virrey . Según expresa, el argumento es la vida del marqués Rafael de Sobre Monte, quien fuera gobernador de Córdoba del Tucumán y virrey del Río de la Plata.

La propia entrevistada se ocupa de destacar el brillante desempeño que tuvo Sobre Monte en el gobierno de Córdoba, tanto en la ciudad capital, a la que, entre otros adelantos, le construyó el primer sistema de aguas corrientes del continente, cuanto en el resto del territorio de la Gobernación, que abarcaba también las actuales provincias de Mendoza, San Juan, San Luis y La Rioja.

En ellas realizó mejoras, fundó pueblos y villas, hospitales y colegios e impulsó el progreso en todos sus órdenes, de una manera que no tenía hasta entonces precedente.

Hasta el deán Gregorio Funes, su encarnizado enemigo, reconoció que “levantó a Córdoba a un punto de decoro desconocido hasta su tiempo”, y los padres franciscanos, en un informe del 13 de septiembre de 1806, destacaron: “Jamás se dio a la voz del oro, ni a los atractivos de la gobernación, ni a los hechizos del sexo débil”.

A pesar de ello, la citada autora descalifica al personaje con epítetos injuriosos, sin fundamento alguno, y llega incluso a atribuirle desviaciones en su conducta sexual. Denigra, pese a reconocerla, su ejemplar conducta para con los aborígenes, cuyos derechos defendió con denuedo -basta leer sus sentencias en pleitos en los que ellos eran parte- y a los que reunió en pueblos (Quilino, Nonsacate, Soto, San Jacinto, Pichanas, Salsacate, Nono, Cosquín, La Toma) para mejorar su calidad de vida. Al encomendarle dicha tarea a don Florencio García, el 12 de agosto de 1785, le encareció realizarla “atrayendo a los indios con todo amor y suavidad”.

Se permite la escritora incursionar en el ámbito privadísimo de la conciencia del marqués para descubrir allí “su ambición desmedida”, a la vez que no trepida en calificarlo de “frívolo cortesano” (a un hombre que jamás frecuentó la Corte), ladrón, traidor y cobarde. Demuestra, asimismo, su ignorancia de la historia -acerca de la cual se permite, sin embargo, pontificar para insultar al personaje- al hablar del deán Funes “y su hermano Gregorio”, con lo que nos venimos a enterar de que el deán tenía un hermano con su mismo nombre.

Antipatía porteña. Para poner las cosas en su lugar, recordemos que, cuando terminó su gestión en Córdoba, Sobre Monte fue designado virrey del Río de la Plata, a partir de lo cua l se ganó la feroz antipatía de los porteños a causa de haber combatido con firmeza el contrabando, principal fuente de ingresos de la hoy ciudad capital de la Argentina.

La ocasión de tomar venganza les llegó en 1806, con motivo de la invasión inglesa. La estrategia del marqués consistió en concentrar la defensa en Montevideo, por cuanto el puerto de Buenos Aires era inviable para una flota sin un práctico que la guiara. De hecho, el plan de los ingleses era atacar por la Banda Oriental, pero gracias a un tal mister Russel se enteraron de la reciente llegada de una fuerte partida de dinero y, movido por la codicia, William Beresford logró sobornar a un práctico y desembarcar en Quilmes. Admitamos que en esto Sobre Monte se equivocó -al igual que todos los demás-, pero hizo lo que era lógico hacer.

La huida con el tesoro. Caída Buenos Aires, convocó a una junta de guerra que se reunió en Monte Castro el 28 de junio, para decidir la conducta a seguir. Allí se convino cumplir con las instrucciones dadas por el virrey Vértiz el 2 de abril de 1781 ante una hipotética caída de la capital, con motivo de otra amenaza de invasión. Ellas consistían en evitar que la persona del virrey cayese en manos del invasor, por el impacto negativo que tendría. Para ello, debía retirarse a Córdoba y llevar consigo los archivos, la pólvora, lo que se pudiera del tren de artillería y, muy en especial, “el tesoro del rey y particulares, como también la plata, joyas y demás muebles del vecindario”.

Precisamente, eso es lo que hizo el marqués, lo que elogió el Cabildo cordobés, al señalar que “su superior prudencia nos libertó de este peligro”. Dificultada la travesía por el peso del tesoro -calculado en la exorbitante suma de más de un millón de pesos-, decidió esconderlo en Luján, pero los ingleses lograron apoderarse de él. Desde Cañada de la Cruz escribió el 30 de junio al teniente gobernador de Córdoba, Victorino Rodríguez, anunciándole su llegada e informándole de su decisión de designar a nuestra ciudad ca pital provisional del Virreinato: “No habiendo querido yo entrar en la capitulación, sino mantenerme reforzado afuera para sostener los dominios del Rey y quedar libre de ejercer el Gobierno superior”.

Llegó a Córdoba el 12 de julio “con lo puesto y sin equipaje”, según dejó constancia el Cabildo. A su arribo, se puso de inmediato en la tarea de reclutar hombres para la reconquista y, en el increíble lapso de 18 días, logró reunir un ejército de casi dos mil efectivos. El día 30 partía al mando de las tropas, de regreso al puerto a marcha forzada, desoyendo las recomendaciones del Cabildo cordobés que le reclamaba que no fuera: “La idea es propia de la grandeza de V.E. (…) no puede menos que representarle el peligro a que expone su respetable persona y por consiguiente la seguridad de todo el Reino”.

Santiago de Liniers, que había huido también, pero a Montevideo, reunió allí otro ejército. Lo mismo hicieron, siguiendo las instrucciones de Sobre Monte, los paraguayos y los cuyanos. A todos les mandó el virrey reunirse con él en la villa de Luján, orden que Liniers desobedeció y decidió atacar a los ingleses sin esperar a los demás.

El 12 de agosto, al llegar a la posta de Fontezuelas, ya en jurisdicción de Buenos Aires, Sobre Monte se enteró del triunfo de Liniers. La ciudad recién reconquistada recibió a las tropas cordobesas que iban en su auxilio con groseras muestras de agresividad.

Una historia conocida. El resto de la historia es por demás conocido. Sobre Monte fue destituido por el Cabildo porteño y denostado hasta la infamia. El puerto se vengaba así del hombre que había combatido con firmeza el contrabando y la corrupción que allí se habían enseñoreado.

El Cabildo cordobés y Córdoba entera acudieron en su defensa, destacando el acierto de su conducta. Arturo Capdevila se duele también de los agravios que recibieron los defensores de Buenos Aires. Tal el caso del gobernador interino Victorino Rodríguez -asesinado cuatro años más tarde, junto con Liniers, por orden de la Junta porteña-, al que los pasquines llamaban “cordobés bagual”, o el del propio Ayuntamiento mediterráneo, a cuyos integrantes insultaban “las señoras porteñas” en una carta del 26 de octubre de 1806. Cara pagó Córdoba su lealtad para con su antiguo gobernante, al que Capdevila llama “el más ilustre de los virreyes y el mejor de los caballeros”.

Al regresar a España, pidió ser sometido a una Junta de Guerra, la que, por unanimidad, declaró injustificada su destitución y aprobó su conducta. Fue ascendido a mariscal de campo, nombrado ministro del Supremo Consejo de Indias y condecorado con la Cruz de la Orden de San Hermenegildo, que recompensaba la constancia en el servicio y la intachable conducta militar.

Puede entenderse que desde Buenos Aires se siga difamando y calumniando a Sobre Monte, a quien tanto odiaban, pero cuesta entender que alguien de Córdoba se sume a esa indigna cruzada. Más aún tratándose de una persona que vive en Río Cuarto, una de las villas que el ilustre marqués fundó durante su ejemplar gobierno. A la hora de denostar, la ingratitud no reconoce fronteras.

Texto publicado originalmente en https://www.lavoz.com.ar/opinion/disparen-contra-virreyrafael-sobre-monte

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