La Caída

Estaban en el mismo Búnker de la Cancillería donde había recibido las noticias de la ejecución del líder fascista italiano, Benito Mussolini y de su amante, también supo del ultraje popular a sus cadáveres. Se vio reflejado en el final de Mussolini y pensó que su destino sería el mismo (o peor) si resultaba apresado. La derrota militar del ejército alemán era inminente. Los actos del régimen nazi habían causado al menos trece millones de muertes. Sabía que los rusos podrían bombardear el refugio con gas… El suicidio era su única salida. “Mis generales me han traicionado, mis soldados quieren seguir, y yo no puedo seguir”, le dijo a su piloto Hans Baur. Llamó a sus ayudantes Otto Günsche y Heinz Linge para indicarles con precisión que deberían hacer con su cuerpo y el de su esposa Eva Braum después de muertos. Tan solo había pasado un día desde que había contraído matrimonio con su amante de tantos años.

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Hitler y Eva Braun.
Hitler y Eva Braun.

 

 

Günsche llamó al chófer de Hitler, Erich Kempka, para que llevara bidones de gasolina a la salida del jardín de la cancillería.

Almorzó pastas en silencio, junto a sus secretarias; luego le obsequió a cada una de ellas una cápsula de cianuro. A continuación, se despidió de la familia Goebbels, sin escuchar las súplicas de Magda Goebbels para que no se suicidase.

Hitler y Eva Braun se reunieron a las 15:30 horas, frente a la sala de mapas lindante al despacho privado y se despidieron de sus edecanes. Heinz Linge y Otto Günsche cerraron la puerta; después de unos minutos se escuchó un disparo.

15 minutos dejaron pasar los edecanes antes de ingresar al despacho, donde encontraron a Hitler en un sillón, doblado sobre sí mismo, con La pistola Walther PPK de 7,65 mm caída cerca de su mano derecha, mientras la sangre manaba oscura sobre su cara y su boca se deformaba en un último gesto.

Eva Braun estaba tendida sobre el diván, mantenía sus ojos abiertos. El cianuro la sorprendió antes de que pudiese usar su arma.

Así contó Heinz Linge, el Ayuda de cámara y Oficial de protocolo del Führer, lo que vio al entrar en el despacho de Hitler:

Cuando abrí la puerta de su habitación, me encontré con una escena que nunca olvidaré: a la izquierda del sofá estaba Hitler, sentado y muerto. A su lado, también muerta, Eva Braun. En la sien derecha de Hitler se podía observar una herida del tamaño de una pequeña moneda y sobre su mejilla corrían dos hilos de sangre. En la alfombra, junto al sofá, se había formado un charco de sangre del tamaño de un plato. Las paredes y el sofá también estaban salpicados con chorros de sangre. La mano derecha de Hitler descansaba sobre la rodilla, con la palma mirando hacia arriba. La mano izquierda colgaba inerte. Junto al pie derecho de Hitler, había una pistola del tipo Walther PPK calibre 7,65 mm. Al lado del pie izquierdo, otra del mismo modelo, pero de calibre 6,35 mm. Hitler vestía su uniforme militar gris y llevaba puestas la insignia de oro del Partido, la Cruz de Hierro de Primera Clase y la medalla de los heridos de la Primera Guerra Mundial; además, llevaba puesta una camisa blanca con corbata negra, un pantalón de color negro, calcetines y zapatos negros de cuero.

De inmediato sacaron los cuerpos envueltos en alfombras. Linge y Günshe llevaron el cuerpo de Hitler, y Erich Kempka y Martin Bormann, sin demasiado cuidado, el de Eva Braun.

Los cadáveres fueron llevados al patio de la Cancillería del Reich, y depositados en un agujero de obús; Otto Günsche roció los cuerpos con 200 litros de gasolina de los automóviles que estaban en los sótanos de la Cancillería. El fuerte viento obligó a Bormann a improvisar una antorcha, quien se la pasó a Erich Kempka, para que encendiese fuego a los cadáveres. Joseph Goebbels y otros dignatarios presenciaron la última voluntad de Hitler.

El Ejército Rojo rociaba con obuses el patio de la Cancillería, lo que obligó a los edecanes a abandonar la pira, antes que los cuerpos se consumieran totalmente. Ante la urgencia de los acontecimientos, los oficiales nazis decidieron enterrar los cuerpos semicarbonizados, pero por la prisa solo pudieron hacerlo superficialmente.

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Salida del Búnker hacia el jardín de la Cancillería. Muy cerca de la entrada, detrás de la torre, se incineraron los restos de Hitler.
Salida del Búnker hacia el jardín de la Cancillería. Muy cerca de la entrada, detrás de la torre, se incineraron los restos de Hitler.

 

El 1 de mayo el almirante Karl Dönitz anunció la muerte de Hitler por radio. La noticia no convenció a Stalin, quien presionó al jefe de la NKVD en Berlín, Lavrenti Beria, para que hallasen los restos de Hitler lo más rápido posible. Una unidad especial soviética de la SMERSH se ocupó de la exhaustiva búsqueda en la Cancillería del Reich y así, el 9 de mayo encontraron los cadáveres de Hitler y Eva Braun. Los hallazgos de la SMERSH fueron ratificados por las piezas dentales de ambos cráneos, que se hallaban intactas y fueron comparadas con archivos suministrados por una ayudante del dentista de Hitler; además se interrogaron a todos los edecanes y ayudantes capturados en el Führerbunker.

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Soldados soviéticos examinan el sofá en el que se suicidaron Hitler y Eva Braun.
Soldados soviéticos examinan el sofá en el que se suicidaron Hitler y Eva Braun.

 

 

 

El gobierno de la Unión Soviética se negó a dar mayor información sobre el hallazgo de los cuerpos carbonizados en la Cancillería Nazi. Stalín manifestó sus dudas sobre las identidades de los cadáveres ante diplomáticos estadounidenses. El régimen stalinista utilizó esta duda como propaganda durante la Guerra Fría, al acusar a los gobiernos de EE. UU. y Gran Bretaña de haber colaborado en el “escape” de Hitler. Esta intriga desencadenó una serie de mitos sobre el destino final de Hitler que perduran hasta el día de hoy.

Tras la disolución de la Unión Soviética en 1991 se permitió a investigadores extranjeros acceder a los archivos soviéticos de la Segunda Guerra Mundial, pero éstos no lograron echar luz sobre el destino final de los restos de Hitler. Se mantiene como información calificada de alto secreto.

Documentos desclasificados de la KGB permitieron reconstruir lo sucedido, y acreditar que la NKVD efectivamente descubrió e identificó los restos de Hitler y de la familia Goebbels, pocos días después del final de la batalla de Berlín.

Según esa documentación, las autoridades de la NKVD en febrero de 1946, ordenaron trasladar los restos de Hitler y de la familia Goebbels a uno de sus cuarteles en la ciudad de Magdeburgo (en territorio de Alemania Oriental), donde fueron enterrados en cajas de madera en un jardín. El contenido de esas cajas y su ubicación se mantendría en secreto por la máxima jerarquía de la NKVD (y de su sucesora, la KGB).

En 1970, se reveló que antes de que la KGB cediera el control de sus instalaciones de Magdeburgo al gobierno de la República Democrática de Alemania, el primer ministro soviético Yuri Andrópov envió un equipo especial de la KGB a Magdeburgo para destruir secretamente los cadáveres que desde 1946 se encontraban enterrados. Los agentes soviéticos desenterraron las cajas, quemaron los restos de los cadáveres que encontraron dentro y trituraron las cenizas, para luego arrojarlas al río Biederitz, un afluente del Elba en abril de 1970.

Hay quien afirma que Stalin usó parte del cráneo de su enemigo para hacer un cenicero, versión que, como tantas otras, no pudo ser confirmada.

El búnker de Hitler: sus últimos días

 

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