La cabeza del Pirata Poeta

Sir Walter Raleigh era un hombre leal a la reina Isabel I de Inglaterra. Por ella, había surcado los mares peleando contra los españoles -a los que robaba su riqueza- y contra los irlandeses. Había bautizado tierras descubiertas en su honor y hasta había arruinado su capa para evitar que ella ensuciase su vestido, arrojándola a su paso.

Todo lo hacía por la reina que lo tuvo como su favorito, lo elevó a la condición de caballero y lo nombró jefe de su guardia. Sir Walter gozó de esta condición de privilegio hasta que Isabel se enteró que cortejaba en secreto a una de las damas de la corte, Bessy Throckmorton. La furia desatada por los celos arrojó a la pareja a las mazmorras de la Torre de Londres. Sir Walter ni se imaginaba la cantidad de años que transcurriría en ese encierro.

Pasado el real enojo, Walter y Bessy fueron liberados y el caballero trató de ganarse el favor de la reina con el oro del esquivo El Dorado, la mítica ciudad de metales preciosos codiciada por los conquistadores del Nuevo Mundo. Poco oro fue el que trajo Raleigh de América, aunque su ataque a los españoles, enemigos mortales, le ganó la dispensa de Isabel, más el odio mortal del Imperio de Felipe ll, que clamó por justicia.

No solo España quería la cabeza de Raleigh: otros poderosos enemigos entre los que se contaban los jesuitas -quienes lo acusaban de crear una “escuela de ateísmo”- y el nuevo rey de Inglaterra, James I, clamaban por el castigo del arrogante caballero.

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La reina Isabel I, de Inglaterra

La reina Isabel I, de Inglaterra

Sir Walter había introducido el tabaco en Inglaterra y el nuevo monarca odiaba esta nueva costumbre de fumar, achacándole la culpa a Raleigh por imponer este infausto vicio. Sea por esta razón o por la presión que España ejercía sobre el nuevo monarca, Raleigh y su esposa pasaron otra larga temporada en prisión, tiempo que aprovechó para escribir “Una historia del Mundo”.

En 1616 fue liberado, y nuevamente, Raleigh fue a pillar ciudades españolas. Esta vez, nada pudo frenar la furia del Imperio. El conde de Gondomar, embajador español, presionó de todas las formas posibles para que Raleigh fuese ejecutado o en su defecto, extraditado a España.

A pesar de la brillante defensa de Sir Walter, no hubo forma de evitar su condena. La suerte ya estaba echada: se despidió de su esposa y subió al cadalso con calma. El verdugo necesitó dos golpes de su hacha para cortar la cabeza de Realeigh, que no fue exhibida con la habitual proclama por tratarse de la cabeza de un traidor. Todo lo había hecho por Inglaterra y su reina

Su cuerpo decapitado fue enterrado en la Capilla de Saint Margaret, aunque no así su cabeza que tomó otro camino. La historia del bardo bucanero hubiese concluido aquí, si no fuera por el amor desmedido de Bessy, que guardó la cabeza embalsamada de su marido en una bolsa de terciopelo y la mantuvo a su lado hasta el final de sus días, siendo fiel a la memoria de este soldado, navegante, corsario y escritor. Muerta Lady Raleigh, su hijo Carew conservó el macabro recuerdo, hasta que le llegó su turno de partir.

La cabeza de Sir Walter fue enterrada junto a su hijo, en Sussex, dónde espera el día en que podrán volver a unirse a los restos mortales del poeta pirata.

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