La batalla del Golfo de Leyte: el final de la Armada Imperial

En el otoño de 1944, los estadounidenses, con la moral alta tras una importante sucesión de victorias se acercaban a la anhelada reconquista de las Filipinas. Sin embargo, los japoneses no estaban dispuestos a entregar fácilmente un archipiélago vital para sus comunicaciones con el sudeste asiático. Las cartas estaban sobre la mesa, dispuestas para entablar una colosal batalla naval en Leyte.

El 20 de octubre de 1944, el ejército estadounidense, bajo el mando del general MacArthur desembarcó en la isla filipina de Leyte. Por su parte, los buques de la 3ª Flota del almirante Kincaid se encargarían de proteger a la fuerza de invasión, mientras que el almirante Halsey se encontraba al mando de la 7ª Flota.

Por su parte, los japoneses sabían que la pérdida de las Filipinas implicaba que sus rutas de abastecimiento de petróleo desde las Indias Orientales holandesas quedasen cortadas. Era el momento de que la Armada Imperial entrase en juego para dar un golpe decisivo.

Así pues, con una flota bajo el mando del almirante Ozawa, Japón se dispuso a arriesgar sus últimos portaaviones. Mientras Ozawa atraía a los estadounidenses, la flota del almirante Kurita debía encargarse de destruir a la fuerza de invasión.

El plan japonés consistía en una pinza, pues desde el norte, parte de sus fuerzas navales pasarían por el estrecho de San Bernardino, mientras que, desde el sur, el resto de los barcos avanzarían por el estrecho de Surigao. De este modo, los grandes buques de superficie nipones debían destruir a la flota que proporcionaba apoyo a las tropas terrestres del 6° Ejército del general MacArthur.

Contemporary_map_of_the_Battle_of_Leyte_Gulf_1944.png

Sin embargo, la noche del 23 de octubre de 1944, cuando la flota japonesa se aproximaba a su objetivo, fue descubierta por dos submarinos estadounidenses. Los sumergibles norteamericanos lograron hundir un crucero y dañaron otro. La sorpresa nipona se había desvanecido y los estadounidenses estaban sobre aviso.

El 24 de octubre de 1944, con la flota japonesa detectada, los portaaviones de Halsey pasaron al ataque. Mientras tanto, los aviones japoneses despegaron desde los portaaviones y desde sus bases en tierra, aunque el enfrentamiento terminó saldándose a favor de los norteamericanos. Para colmo de males, el poderoso acorazado nipón Mushashi se fue a pique. Por su parte, los estadounidenses hubieron de lamentar la pérdida del portaaviones Princeton.

Intrepid-Leyte.jpeg

El portaaviones USS Intrepid durante la batalla del Golfo de Leyte.

Ante el desarrollo de los acontecimientos, Halsey creía que el enemigo abandonaba la batalla. Pero no había ni rastro de los portaaviones japoneses. Por todo ello, se ordenó que los aviones de reconocimiento despegasen en busca de los portaaviones enemigos. Finalmente, la flota de Ozawa y sus portaaviones fueron detectados y Halsey ordenó abandonar el estrecho de San Bernardino para salir en persecución del enemigo.

Pero los buques del almirante Kurita no habían dicho aún su última palabra. Los barcos nipones avanzaban ahora hacia el estrecho de Surigao mientras Halsey permanecía obcecado tratando de dar caza a los portaaviones de Ozawa.

La situación en la que se encontraba la flota del almirante Kincaid, encargada de proteger los desembarcos, era terriblemente delicada. Kincaid, sabiendo que los japoneses se dirigían al estrecho de Surigao, envió allí sus barcos, dejando olvidado el estrecho de San Bernardino.

Con los barcos de Kurita desfilando a través del angosto paso del destrecho de Surigao, la flota de Kincaid abrió fuego causando estragos en la flota nipona. Cuando la Armada Imperial parecía vapuleada, la flota principal de Kurita apareció en el estrecho de San Bernardino.

El 25 de octubre de 1944 en lo que fue conocido como la batalla de Sámar, los japoneses encontraron un puñado de buques de escolta y destructores, que, ante la abrumadora superioridad nipona, finalmente huyeron. Por su parte, Kincaid solicitó ayuda a Halsey, que se encontraba persiguiendo a la flota de Ozawa. Pero el almirante Halsey continuaba obsesionado con la idea de aniquilar por completo la capacidad aeronaval japonesa destruyendo los últimos portaaviones enemigos.

Mientras tanto, el panorama para los estadounidenses era muy delicado y la flota de Kurita amenazaba a la fuerza de desembarco estadounidense en el golfo de Leyte. Los estadounidenses, pese a estar en una situación comprometida en aquel momento, se batieron con gallardía con sus destructores, ofreciendo una empecinada resistencia. Los buques de superficie de Kurita arrollaron a los destructores y portaaviones estadounidenses. Justo cuando los norteamericanos eran más vulnerables, el almirante Kurita tomó una decisión inexplicable y ordenó la retirada.

samar-battle.jpg

Combates navales en la batalla de Samar.

Ante las insistentes súplicas que Halsey recibió del almirante Kincaid, terminó por enviar parte de sus fuerzas navales en auxilio de la 7ª Flota. El resto de la flota de Halsey se encargó de destruir a la flota de Ozawa.

El resultado de la batalla naval del golfo de Leyte había sido desastroso para los japoneses, que habían perdido cuatro portaaviones. Los poderosos buques de superficie nipones habían resultado ineficaces frente a los portaaviones estadounidenses, que demostraron ser el elemento decisivo en la guerra del Pacífico.

Los nipones no pudieron hacer nada por impedir la invasión estadounidense de las Filipinas y, para colmo de males, la derrota naval en la batalla del Golfo de Leyte, supuso una estocada mortal para la Armada Imperial. Los japoneses habían quedado aislados de sus estratégicas posesiones en el sudeste asiático. Con el país del sol naciente aislado, los fanáticos japoneses se dispusieron a jugar una de sus últimas y más desesperadas bazas: los kamikaze.

Texto extraído del sitio: https://www.davidlopezcabia.es/blog/author/706-david

Ultimos Artículos

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

TE PUEDE INTERESAR

    SUSCRIBITE AL
    NEWSLETTER