La mega explosión de agosto de 1883
Antes de la erupción, la montaña volcánica alcanzaba los 2600 pies de altura sobre el nivel del mar. Sus faldas estaban cubiertas de frondosa vegetación y muchos marinos avezados, cruzaron temerariamente sus estrechos. En los años que precedieron la erupción, varios terremotos fueron registrados en la zona. En junio de 1883, los estruendos de la erupción empezaron a escucharse en la isla.
El 27 de agosto de 1883, el volcán Krakatoa entro en su máxima fase de erupción cerca de las diez de la mañana, produciendo, una apocalíptica nube de cenizas de 27 millas de altura. Los flujos piroclásticos acabaron con dos tercios de la isla, reduciendo a su paso, todo a cenizas.
Impacto del Krakatoa
La colosal explosión del Krakatoa no solamente afectó a la isla. Varios tsunamis se desataron por la potencia de la explosión volcánica. Barcos a veinte kilómetros de la isla, veían caer la ceniza y escuchaban los estruendos. No solo Krakatoa cambió, emergiendo nuevas islas tras la erupción, toda la geografía aledaña se vería afectada para siempre.
También se recibieron reportes a través del New York Times sobre piedras pómez, de origen volcánico, cayeron sobre la ciudad. Muchos capitanes de barco reportaron meses después de la aterradora explosión, haber visto puestas de sol en un cielo verduzco a causa de la capa de ceniza que no se disipaba tras el dramático incidente.
Los volcanes: bombas de tiempo geológicas
La historia geológica del planeta tierra, cuenta con innumerables sucesos catastróficos derivados de su gran actividad. Desde que contamos con herramientas de la ciencia para cuantificar hechos sucedidos en el pasado, conocemos que civilizaciones antiguas como la Antigua Roma, cuya ciudad, Pompeya, fue arrasada por causa del volcán Vesubio.
Los volcanes generalmente tienen un periodo de actividad más o menos regular, sin embargo, existen muchos que han estado décadas, incluso siglos inactivos, para despertar en el momento menos pensado.
En el siglo XX, tragedias como Armero en Colombia o erupciones como Santa Helena, en Estados Unidos, nos demuestra el poder de estas verdaderas bombas geológicas.