Juan Crisóstomo Lafinur nació en el valle de La Carolina, provincia de San Luís, el 27 de enero de 1797. Fueron sus padres del Luís Lafinur, español, y doña Bibiana Pinedo de Montenegro, natural de Córdoba del Tucumán. Trasladada por su familia a esa ciudad mediterránea al producirse las invasiones inglesas, recibió una esmerada educación. Cursó los estudios en el Colegio de Monserrat, e ingresó a la Universidad en 1810. Fue designado bedel, en premio a su aplicación y quizás a su pobreza. Tuvo como compañeros a Salvador María del Carril y a Juan Cruz Varela, con quien se hizo tentar por las musas.
Graduado de bachiller, licenciado y maestro de artes no dejó los estudios por gusto, sino que no pudo cursar los tres años siguientes de teología, porque en 181_ fue expulsado de la Universidad debido a su ortodoxia. En ese mismo año conoció a Belgrano al pasar por la ciudad de Córdoba, incorporándolo al Ejército del Norte.
En Tucumán, acudió a Academia de Matemáticas que Belgrano había creado para la educación de sus oficiales y soldados, siendo dirigida por Juan José Dauxión Lavaysse, quien ejerció una notable influencia intelectual sobre Lafinur.
Sirvió en el ejército hasta alcanzar el grado de teniente.
Fundado en la necesidad de velar por su madre viuda y sus hermanas solteras, pidió el retiro, y Pueyrredón dispuso absoluta separación del servicio el 14 de septiembre de 1817. El padre Giúdice hizo figurar Lafinur en el cuadro que aparece el director Juan Martín de Pueyrredón presentando en 1818, al general San Martín ante el Soberano Congreso Argentino.
Se vinculó también, a la “Sociedad para el fomento del Buen Gusto en el Teatro”, creada con el apoyo de Pueyrredón.
Escribió composiciones musicales que utilizaba el actor Ambrosio Morante, en sus representaciones teatrales. Allí mismo se relacionó con Camilo Henríquez, ex sacerdote liberal, periodista y autor teatral. Escribió entonces para algunos periódicos. Colaboró en las Páginas de “El Censor”, de “El Curioso” y con Pedro Feliciano de Cavia en “El Americano”.
Durante el directorio de Pueyrredón se le confió la cátedra de filosofía, en el Colegio de la Unión del Sud, después de someterse a un concurso de oposición ante Luís J. de la Peña y Bernardo Vélez. Dictó la materia entre 1819 y 1820, apartándose de la tradición secular de enseñarla en latín. Usó el castellano y discurrió con el vocabulario filosófico moderno. Su enseñanza no fue muy sistemática y rigurosa, sino que en él se dan mezclados elementos de la tradición escolástica, especialmente, en la lógica y la metafísica, y de la Ideología, acusando adhesión al sensualismo de Condillac, de Cabanis y de Destutt de Tracy, del que transcribe diversas partes en su incompleto Curso Filosófico, llegando a nosotros a través de Juan María Gutiérrez que manejó apuntes de clases de uno sus alumnos.
El mismo Gutiérrez trae una amplia información sobre el examen que dieron sus discípulos en el templo de San Ignacio para que el pueblo pudiera apreciar los adelantos realizados en su aula. A las cuatro de la tarde del 20 de septiembre de 1819, los alumnos Manuel Belgrano, Diego Alcorta, Lorenzo Torres y Ezequiel Real de Azúa hicieron una exposición pública sobre la Ciencia del hombre físico y moral y de sus medios de sentirse y conocer. Estos exámenes despertaron un gran interés. El 31de agosto de 1820, a la misma hora y en el mismo templo, el propio Lafinur levantó tribuna para demostrar que Las ciencias no han corrompido las costumbres, ni empeorado al hombre. Sus lecciones provocaron franca oposición y las quejas del Cancelario de estudios el Colegio contra Lafinur motivaron un proceso del que salió perdidoso el acusado, debiendo renunciar a la cátedra. Uno de los contradictores más enconados que tuvo fue el Padre Castañeda, que en sus papeles lo trata de “trapalón”, sin mayores reparos, y hasta jugó con su apellido llamándolo “la figura del mejor quivevé” (gallina hervida con arroz, legumbre y especias, apetitoso manjar antiguo, conocido en Córdoba).
La admiración patriótica que desde joven sintió por el general Belgrano, inspiróle sus primeros versos, no solo en los Cantos elegíacos… a raíz de la muerte del prócer, sino en la Oda que dedicó a Valentín Gómez por la oración fúnebre pronunciada en las exequias, en 1820. Gutiérrez que ensalza a Lafinur transcribió varias de sus composiciones en sus dos antologías. Después de abandonar la cátedra, Lafinur se refugió en la Sociedad Secreta “Valeper”, desde donde siguió bregando por la transformación docente del país y por la secularización de los estudios.
En 1821, estrenó en Buenos Aires su melodrama Clarisa y Betsy, primer ensayo de música para el teatro escrita por un argentino. Ese año dejó Buenos Aires para trasladarse a tierras cuyanas. Permaneció unos días en San Luís, hasta que partió en
Con un discípulo y amigo ensayaron algunas partituras musicales, y una noche dejaron las almas trémulas con el canto al piano, de la Anetta de Mozart, Dans un bois solitaire. Esto produjo un escándalo, considerándolo pernicioso para la juventud. Recrudecieron los ataques, y a los pocos días circulaba por toda la ciudad los escritos del P. Castañeda contra “Lafinura del siglo diecinueve”.
El 17 de julio de 1822, el Cabildo resolvió después de la más extensa y agria de las discusiones, la separación de Lafinur y la renuncia de Güiraldes, pero cuatro capitulares se opusieron a aquel procedimiento. Esta situación escandalosa llegó a tomar estado público y fue tratado en la Legislatura dos días después. Mientras tanto el gobernador Molina repuso en la cátedra de filosofía a Lafinur, y creó la Junta Protectora del Colegio.
Nuevos problemas se crearon con un memorial redactado por los cuatro regidores que habían votado contra Lafinur, contestando por los otros que consideraron nulo el procedimiento. De ahí, vino la renuncia de aquellos y el desmembramiento del Cabildo.
La crisis gubernamental trajo aparejado la subsistencia de la institución capitular o bien la renuncia de Lafinur, que pronto fue acusado de preparar una revolución.
Dos reuniones extraordinarias que hicieron en la Legislatura con asistencia del gobernador y miembros del Cabildo para tratar la ardua cuestión, parecía llegar a solucionarse, cuando Lafinur enterado de su separación de la cátedra dio rienda suelta a un repertorio de insultos y denuestos que los hizo públicos por medio de un papel que fijó en la Plaza Principal. Bramó de rabia el Ayuntamiento al día siguiente, contra este hombre que siendo “un forastero” atentaba contra la dignidad del cuerpo. La Legislatura trató la cuestión, y el gobernador Molina convenció a Lafinur que ya nada le quedaba por hacer en Mendoza, debiendo presentar la renuncia y salir de la ciudad voluntariamente.
Como estaba cerrada la cordillera, recién pudo viajar el 19 de septiembre de 1823, tan pronto consiguió un arriero que lo guiara. De allí pasó a Chile, donde encontró a Henríquez y a sus compatriotas Gabriel Ocampo y Bernardo Vera.
Son interesante los datos que aporta el chileno José Zapiola en su ameno libro Recuerdos de treinta años, y en el cual proporciona noticias sobre la actuación de muchos argentinos en Chile. Según Zapiola, Lafinur llegó al país trasandino cuando tenía alrededor de veintiséis años. Ya lo precedía su fama de polemista y de filósofo adquirida en Buenos Aires.
Confirma Zapiola eso de que era un excelente pianista como aficionado. Lafinur sabía de memoria casi todo el repertorio de Mozart, Haydn y Dusek. No solo ejecutaba las composiciones de ellos en el piano, sino que, sin tener buena voz cantaba en forma harto agradable.
Lafinur emprendió nuevos estudios, y en la Universidad de San Felipe (en Santiago) se graduó en Derecho Civil. En 1823 entró a trabajar de abogado en sociedad con Vera, y así comenzó a llevar la vida con mayores facilidades económicas.
Se casó en Santiago de Chile con Eulogia Nieto, vinculándose a la mejor sociedad chilena.
Era hombre franco, y sobre todo incapaz de disimular sus pensamientos. Cuando escuchó por primera vez el himno chileno, con letra de Vera y música del maestro Robles, no vaciló en criticarlo, decidiendo escribir otro y agregarle una nueva partitura. Dice el cronista chileno que el himno fue cantado en el teatro y fue muy aplaudido, agregando que, con excepción del coro, que era un tanto trivial, la estrofa resultó muy buena.
Lafinur, aunque impulsivo, era hombre de elevados sentimientos, y por eso, la misma noche, percatándose que podía herir la susceptibilidad de aquellos patriotas, recogió su canción y no volvió a ejecutarla más.
Lafinur también colaboró como poeta y pensador en el periodismo chileno. Lo hizo en “El Mercurio”, “El Liberal”, “El Tizón Republicano”, “El Observador Chileno”, “El Despertador Americano”, etc.
Falleció en Santiago, el 13 de agosto de 1824, a consecuencia de un golpe que recibió al caer del caballo que montaba.
Librepensador como era, consiguió Henríquez vencer su resistencia haciéndose abjurar, confesarse y recibir el viático. A tan conmovedora escena asistió don Gabriel Tocornal, quien llegara a ser presidente de la Corte de Apelaciones de Santiago, y muchos años después diría: “Yo ignoraba lo que era llorar de gusto: Aquel día lo experimenté al ver comulgar a Lafinur”.
Castro Barros en el “Observador Eclesiástico de Chile” comentó que tuvo noticia de su muerte “con todas las edificantes disposiciones de un verdadero católico romano, y por lo mismo, si fueron ciertas las especies, que vulgarizaron contra la religión en la ciudad de Mendoza, y en otras de este continente, por este feliz suceso queda del todo subsanada su opinión y chasqueada la nueva filosofía, que blasonaba por este nuevo prosélito.
Su producción poética diseminada en el periodismo de la época fue nutrida. En 1820, compuso un Canto elegíaco a la muerte de Belgrano. En el género épico escribió Oda a la jornada de Maipo y oda a la libertad de Lima.
Hasta el 24 de abril de 2007, Lafinur estuvo sepultado en el panteón de los próceres chilenos en el Cementerio General de Santiago. Sus restos fueron repatriados a la Argentina y actualmente se encuentra sepultado en La Carolina. Allí se construyó un monumento y el museo de la poesía en su homenaje.