Los números del horror son difíciles de conocer, más en una zona del mundo que ha vivido conflictuada por problemas étnicos y religiosos desde hace cientos de años. Los odios entre croatas católicos, serbios ortodoxos y bosnios musulmanes se arrastran desde tiempos inmemoriales. Cuando los alemanes invadieron ese territorio, crearon al Estado Independiente de Croacia y la dirección de ese estado cayó en manos de los ustaša (en español ustacha), una organización nacionalista y fascista que se impuso sobre las demás etnias por medio del terror. Ante Pavelić, el líder del gobierno croata, creó un campo de concentración copiado del modelo de Sachsenhausen, llamado Jasenovac. Pero en este caso, los alumnos superaron a su maestro, y los mismos nazis quedaron espantados de la crueldad de los ustachas, que no solo se ensañaron con los judíos y gitanos, sino también con los eslovenos, bosnios, comunistas y partisanos que respondían a Josip Broz, más conocido como mariscal Tito, futuro jefe de Estado de Yugoslavia.
Jasenovac era un complejo de cinco campos a orillas del río Sava que cubría casi 245 km2. Entre estos campos se destacaba uno para niños en Sisak y otro de mujeres, conocido como Stara Gradiška.
Como decíamos al inicio, la cantidad de víctimas se presta a discrepancias. En la enciclopedia del Holocausto hablan de 700.000 muertos, aunque las cifras más barajadas llegan a las cien mil, entre muertos en Jasenovac y las que fallecieron en el traslado. Las discrepancias surgen porque las víctimas eran cremadas y sus cenizas dispersadas o arrojadas al río Sava, después de indecibles torturas y las formas de exterminio más extremas. Violaciones, ataques a niños, extirpaciones de órganos, eran el pan de cada… porque pan no les daban.
El jefe del campo era Miroslav Filipović, ex franciscano expulsado de la orden, responsable directo de la muerte de cientos de internos. Fue condenado a la horca después de ser juzgado en 1946. Durante el juicio, lució una túnica de la orden franciscana. No era el único en esa situación, Petar Brzica había pertenecido a la misma orden y se destacó por su crueldad, ensañado especialmente con los serbios. Se jactaba de haber asesinado a 1.360 (mil trescientos sesenta) reclusos en una noche, para ganar una apuesta …
Cuando los partisanos de Tito rodearon el campo, los ustachas asesinaron a los 2.000 internos que aun quedaban e incendiaron la documentación y las instalaciones, dejando el vacío de información a la que aludimos al principio.
Tres de los responsables del gobierno ustacha se refugiaron en Argentina, Ante Pavelić, Dinko Šakić y Anton Elez vivieron en el país.
Luburić continuó con su existencia en España protegido por el franquismo. Fue asesinado por un agente del servicio secreto yugoslavo.
Petar Brzica huyó a EEUU, donde le pierden el rastro.
Hoy que tenemos las atrocidades de los talibanes, es importante recordar estas barbaridades cometidas hace 80 años, en nombre de otra religión, pero con el mismo fundamentalismo que corroe la razón, que ahonda el odio y la discriminación.
Es el mismo fundamentalismo que justifica atrocidades, que avala el fanatismo y los prejuicios más burdos, y siembra discordias eternas, adversidades que renacen, como en este caso, en guerras como la de Bosnia (en el año 1995 se cometieron las mismas o peores desmanes), donde nadie que no conozca la intrincada historia de intrigas, puede diferenciar entre víctimas y victimarios, verdugos y damnificados, justos y pecadores. Este es el espíritu tribal que cada tanto aflora con el lobo que todos llevamos dentro.