Jack Kerouac, el hombre que señaló el camino

De la década del sesenta para acá, jóvenes de todo tipo se sintieron incomprendidos y se volcaron a las páginas de los libros de Jack Kerouac para encontrar respuestas. En ellos saltó a la luz un mito, el de la ruta como metáfora de libertad y como opción real para alcanzarla, algo que por supuesto tiene inmensa repercusión y al día de hoy sigue convocando y haciendo de Kerouac un referente. Pero la vida del autor y su propio camino no fue como sus contemporáneos y la historia quisieron que fuera. Él no era Dean Moriarty, el cazador incansable del sueño americano, sino que toda la vida tuvo que lidiar con su propia otredad y su búsqueda, de forma bastante literal, fue la de hacerse un lugar en la sociedad estadounidense.

Kerouac había nacido a inicios de la década de 1920 de padres inmigrantes franco-canadienses con el nombre de Jean-Louis Lebris de Kérouac y no habló una palabra de inglés hasta los seis años, cuando empezó a ir a la escuela. Para cuando se graduó del secundario en 1939, había logrado transformarse en el estereotipo del chico norteamericano: jugador de fútbol, masculino, imponente. Recibió una beca deportiva para jugar en Columbia, cosa que hizo por un par de años, hasta que se peleó con un entrenador y abandonó la universidad para unirse a la Marina Mercante. Esa experiencia tampoco duró demasiado, y para 1943-44 estaba de vuelta en Nueva York, donde conoció a Lucien Carr y a Allen Ginsberg, estudiantes de Columbia, y a William Burroughs, un graduado de Harvard que estaba viviendo en Nueva York. Estas personalidades fueron el núcleo de lo que pasaría a llamarse la Generación Beat, un nombre acuñado por Kerouac basado en el concepto de “beat” usado por los delincuentes de Times Square para referirse a un estado de “agotamiento exaltado” y que luego adquirió connotaciones místicas en relación al concepto de “beatitud”. Sobre este punto, es difícil hablar de este grupo como una “generación” ya que se estima que menos de 1500 personas en los Estados Unidos se auto percibían como “beat” en este momento, pero el núcleo de Ginsberg, Kerouac, Burroughs, a los que luego se agregarían otros como Gregory Corso y Lawrence Ferlinghetti, era un grupo extremadamente concentrado y fácilmente identificable, cuya relación estaba basada, en lo literario, en la insatisfacción con los estándares de la literatura del momento y en la búsqueda de nuevos referentes.

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Jack Kerouac.

 

En cuanto a Kerouac y su propia carrera como escritor, aunque ya había escrito en sus años de la Marina Mercante, él se benefició inmensamente del contacto con otros beats. El pueblo y la ciudad (1950), su primera novela, se concibió luego de la muerte de su padre, entre 1946 y 1948. El libro es de neto corte autobiográfico, como mucha de la literatura de Kerouac, pero lejos de su posterior estilo experimental, esta novela era todavía bastante tradicional y se nota que el autor aún luchaba por encontrar su propia voz y por alejarse de la prosa de Thomas Wolfe, su referente más importante.

El viraje estilístico en el camino de Kerouac llegaría un poco más tarde de la mano de Neal Cassady, a quien conoció cuando todavía estaba con El pueblo y la ciudad. Este ex convicto, recién llegado a Nueva York con la idea de ser escritor y de estudiar en Columbia, intrigó a Kerouac. El sueño de Cassady no llegó a cumplirse, pero entre ellos se estableció una relación de amistad que se cimentó en los diversos viajes que comenzaron a hacer por los Estados Unidos y México, materia prima de lo que luego sería la consagración de Kerouac, En el camino (1959).

Por ser tan famosa, En el camino es esquiva y resulta complicado abrirse paso entre todos los mitos y estereotipos que la rodean. Lo más común que se suele decir es que tras siete años de viajes Kerouac se sentó y sacó la novela en tres semanas. Esta historia, en parte real, resulta sin embargo simplista e ignora todo el trabajo previo y posterior que llevó a la publicación del libro y, esencialmente, al descubrimiento de Kerouac de su propia voz, problema con el que había estado lidiando durante décadas.

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Jack Kerouac y Neal Cassady.
Jack Kerouac y Neal Cassady.

 

En un principio, En el camino se le figuró a Kerouac como una necesidad por primera vez a fines de 1948, cuando acababa de terminar El pueblo y la ciudad y estaba deseoso de volcar las experiencias que había tenido en su primer viaje con Cassady. Desde ese momento tuvo varias idas y vueltas intentando decidir cual sería la mejor forma de contar la historia de este y los otros viajes que se sucedieron, aunque siempre sin resultados definitivos. No fue sino hasta 1951 que decidió que se limitaría a contar lo que había sucedido, sin influencias, sin marcos y sin buscar embellecer los hechos. Liberado de las ataduras de la ficción, en ese momento, también ideó la forma en la que lo escribiría inspirado por una famosa carta de 13 mil palabras que recibió de Cassady en diciembre de 1950, en la cual él relataba sin respiro algunas de sus conquistas románticas. El texto, que él consideró maravilloso, llevó a Kerouac a experimentar con lo que el luego llamó “prosa espontánea” y le dio la idea de desarrollar una novela escrita íntegramente de un tirón, casi sin puntuación, y siguiendo un ritmo que muchas veces se ha considerado como el hijo del jazz y las drogas. Su compromiso con este tipo de escritura era tal que, para evitar que se interrumpiera el flujo de sus ideas cada vez que cambiaba la hoja en la máquina de escribir, pegó varias hojas de calcar de 12 pies de largo y armó un rollo que le permitía tipear de forma extremadamente veloz sin parar.

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Jack Kerouac.
Jack Kerouac.

 

Luego de trabajar durante tres semanas en abril de 1951, el manuscrito de En el camino quedó terminado, pero Kerouac no estaba enteramente satisfecho. Lejos de la idea de lo automático, de la creación sin revisión que tanto se ha difundido, el autor se pasó los siguientes años reversionando la historia y dudando de sí mismo, escribiendo además otros relatos autobiográficos de forma espontánea que se publicarían más tarde como Visions of Cody (escrito en 1951-52, publicado en 1972), Los subterraneos (escrito en 1953, publicado en 1958), Maggie Cassidy (redactado en 1953, publicado en 1959) o Doctor Sax (escrito en 1952, publicado en 1959), libros que para el crítico Elvio Gandolfo no serían más que una única “larga secuela múltiple” a En el camino. En la misma época, en general menos recordados, Kerouac también desarrolló muchísima obra poética de inmenso valor. Se destacan su poemas largos como México City Blues (escrito en 1955 y publicado en 1959), sus sketches o “bosquejos con palabras” (escritas entre 1952 y 1954 y publicadas en 2006 con el nombre de Book of Sketches) y, notablemente sus “haikus americanos”.

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Durante todo este tiempo de inmensa creatividad, En el camino esperó su publicación. Aunque contaba con el interés de Malcom Cowly en Viking Press desde 1953, había muchas dudas en la editorial acerca de la relevancia del libro y no fue sino hasta después del éxito que siguió a la publicación de varios extractos de los textos espontáneos de Kerouac que decidieron seguir adelante con ella.

Para Septiembre de 1957, con varias correcciones, pero siguiendo las líneas del manuscrito original realizado en 1951, el libro vio la luz. La controversia respecto al contenido de la novela, por supuesto, no tardó en llegar, pero la balanza se inclinó en favor de Kerouac con la publicación de la reseña de Gilbert Milstein para The New York Times en la que dejó asentada la importancia de esta obra al afirmar:

“Así como, más que cualquier otra novela de los veinte, Fiesta [de Ernest Hemingway] llegó a ser reconocida como el testamento de la Generación Perdida, parece seguro que En el camino llegará a ser conocido como aquel de la Generación Beat”.

Canonizado, habiendo alcanzado la fama y luego de encontrarse a sí mismo, irónicamente Kerouac comenzó su lento camino a la autodestrucción. Hallándose de repente como el referente de una generación que nunca había buscado activamente representar, se dejó consumir lentamente por el alcohol y las drogas. Ignorando que, como bien definió el amigo de Kerouac, John Cellon Holmes, el viaje de los beats era más una búsqueda espiritual interna que un mero vagabundeo (o “naufragio”, por usar una palabra de los sixties argentinos), todos los artículos que se escribían sobre él, todas las entrevistas que le hacían, buscaban exaltar su rol como artífice de un nuevo estilo de vida que, sin embargo, no era el suyo. En el camino se volvió un producto cultural de gran potencia que, como luego afirmaría el referente beat William Burroughs, “vendió un trillón de Levi’s, un millón de máquinas de espresso y además lanzó a incontables chicos al camino”.

A pesar de todo esto, Kerouac continuó escribiendo y, especialmente, se volcó a una búsqueda literaria de gran misticismo, algo evidente en su obra inconclusa Algo sobre el Dharma. Además, soñaba con unir toda su obra en un único gran libro que condensara su experiencia, pero esta novela nunca llegaría a ver la luz. Los propios excesos de la vida de Kerouac lo alcanzaron el 21 de octubre de 1969 y murió de una hemorragia abdominal producida por su alcoholismo.

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Tumba de Kerouac en Edson Cemetery
Tumba de Kerouac en Edson Cemetery

 

 

Su legado, le gustara o no, fue y sigue siendo el de haber actuado el portavoz de la inconformidad de los años de posguerra, asumiendo el rol de profeta del hippiesmo y la contracultura en general. Su inmensa obra inédita se publicó a lo largo de las décadas y hoy casi no quedó nada sin decir sobre el padre de los beat y su inmensa influencia. Sin embargo, lejos de las visiones de él como un “iluminado” y recordando que nadie puede adelantarse a su tiempo sino meramente reaccionar a él, resulta pertinente recordar que, como bien indicó Burroughs, “la alienación, la inquietud y la insatisfacción ya estaban ahí esperando cuando Kerouac señaló el camino”.

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