Intimidad de una Pandemia – Parte X

Continuación de: Intimidad de una Pandemia IX

Todos sabemos que la certeza suele crear fuertes convicciones y la incertidumbre solo dudas y temor ante la toma de decisiones. Aventurarse ante lo desconocido requiere valor y dedicación. Para el gran investigador Claude Bernard la ciencia nos enseña a dudar. ¿Hasta dónde podemos o debemos empujar a una idea?

En 1918 los científicos no tenían clara la diferencia entre virus y bacteria. La apreciación de Richard Pfeiffer y su bacilo motivó al laboratorio de Park en New York a producir suero contra este germen, inyectado a caballos del Departamento de Salud y utilizando el suero de estos animales infectados para trasmitir sus anticuerpos, pero las pruebas en las ratas no mostraban resultados alentadores.

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Paul Lewis en Filadelfia luchaba contra reloj para encontrar una solución a la epidemia que asolaba a la ciudad. Lewis había estudiado medicina en la Universidad de Wisconsin. Aun antes de terminar sus estudios sabía que su vida transcurriría en un laboratorio.

Había trabajado con Welch, Osler y otras eminencias en el Instituto Rockefeller donde todos lo tenían en alta estima. Estando allí, antes de la guerra había trabajado con Abraham Flexner (uno de los grandes reformuladores de la medicina americana) en un brote de poliomielitis, la temida enfermedad que dejaba secuelas invalidantes en los niños. Ambos pudieron hacer una vacuna que protegía a los monos de la polio pero llevaría 50 años más que Salk primero y Sabin después lograron una vacuna para humanos.

Inspirados en este tratamiento Lewis y Flexner empezaron a extraer sangre de convalecientes y el Dr. N. R. Redden de Boston se lo inyectó a 56 pacientes. Era el 1 de octubre de 1918. El estudio se hizo sin controles ni comparaciones de sexo y edad, pero en el artículo publicado en la revista de la Asociación Médica Americana el 19 de octubre se informa como 30 pacientes se recuperaron, 5 seguían en tratamiento y no había muertos. No fue un experimento científico con todas las de la ley, eran intentos desesperados para salvar vidas. En Filadelfia se comenzó a fabricar el suero con plasma de pacientes recuperados.

Lewis, a diferencia de Pfeiffer, estaba convencido que era un virus y no una bacteria el responsable de la influenza que mataba a gente por millones en el mundo. Lewis, Park y Avery sospechaban que no era la bacteria de Pfeiffer la responsable de la enfermedad, sino era una sobreinfección secundaria o, mejor dicho, la más frecuente de las diversas bacterias que afectaban a los pacientes afectados por la gripe. Los bacteriólogos del Instituto Rockefeller habían hallado el bacilo de Pfeiffer en solo el 10% de los casos… No, Pfeiffer no tenía razón.

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Mientras los científicos investigaban, Wilson había convertido al país en una masa beligerante controlada por el Estado. La Food an Drug Administration (FDA) controlaba los alimentos; The Fuel Administration, la distribución del carbón y combustibles, y la Comisión de Guerra, todo lo relacionado con el conflicto en el exterior. Los trenes, los caminos, la navegación del Mississipi, todo estaba bajo el control del gobierno…menos el virus.

En algún momento de esta extensa guerra de trincheras, Wilson había llegado a pensar que podría lograrse “una paz sin victoria”, pero los alemanes tenían demasiados problemas internos. La influenza había agotado a sus hombres tanto en el frente como en la retaguardia donde también las quejas sociales y las revueltas de los comunistas amenazaban la producción de material bélico. Está había sido una guerra industrial, tecnológica ,química y también bacteriológica…y Alemania tenía graves problemas que se reflejaban en su falta de capacidad beligerante. El presidente Wilson comenzó a aspirar a lograr la paz y también una victoria, aunque en el frente interno, en las vecindad es de Washington, el virus estuviese ganando.

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