Fue Alphonse Laveran quien en 1880 identificó correctamente que era un protozoo, al que llamó Oscillaria, el agente causante de la malaria. Nació en 1845 y se licenció en Medicina en 1867. Sirvió como médico militar en la guerra con Prusia en 1870 y en 1874 fue nombrado Director de Enfermedades y Epidemiología en la Escuela de Val de Grâce. En 1878 fue destinado a Argelia donde inició sus estudios sobre la malaria, una de las enfermedades más incapacitantes y extendidas entre los soldados franceses que servían en aquella colonia.
No se conocía su causa y, para aliviar los síntomas, sobre todo los accesos de fiebre, solo era eficaz la quinina. En Bona, Laveran practicó la autopsia a soldados fallecidos por las fiebres, y encontró que padecían anemia y que su sangre tenía un color marrón oscuro por la presencia de un pigmento negro. Todo ello le llevó a estudiar al microscopio muestras de sangre de soldados enfermos, sin preparar la muestra para facilitar el examen como era habitual entonces, algo que no habían probado otros investigadores antes que él.
En su destino en Bona y, más tarde, en Constantina, detectó que los glóbulos rojos de los enfermos llevaban unos gránulos pigmentados. Poco después descubrió en la sangre fresca de esos enfermos, que, a veces, de esos glóbulos rojos se desprendían partículas de menor tamaño con cilios o flagelos móviles. Fue, según lo relata el propio Laveran, el 6 de noviembre de 1880 y en el Hospital Militar de Constantina, cuando observó “unos filamentos móviles o flagelos, con movimientos muy rápidos y variados que no dejaban duda de su naturaleza”. Dos días después observó lo mismo en la sangre de otro enfermo. De inmediato redactó y envió una nota, de fecha 23 de noviembre, comunicando su descubrimiento a la Academia de Medicina de París.
En 1881, publicó la revista The Lancet, de Estados Unidos, la confirmación del hallazgo de Laveran. En los meses siguientes, Laveran encontró los mismos organismos en la sangre de 148 de 192 enfermos examinados, incluidos algunos de las marismas de Roma y de otros lugares de Italia.
Viajó a París y convenció a Louis Pasteur y a su colaborador Emile Roux, otro prestigioso microbiólogo de la época, de que era un protozoo el parásito que causaba la malaria. Laveran era un médico militar, fuera de los círculos académicos y destinado en una colonia al otro lado del Mediterráneo, lejos de la capital, y sin contactos con los grupos de investigación de la malaria de finales del siglo XIX. Pero también los italianos Ettore Marchiafava y Angelo Celli, con un microscopio más potente, confirmaron el hallazgo de Laveran y le agradecieron expresamente el descubrimiento del protozoo. Pertenecían a la prestigiosa escuela italiana de estudios de la malaria, encargada de las investigaciones sobre esta enfermedad en las numerosas marismas de Italia. De allí nos llega el término malaria, del italiano “mal aria“, o “mal aire” en traducción directa.
Cuatro años más tarde, en 1884, Laveran ya había estudiado 480 casos y concluyó que el parásito de la malaria penetraba y se desarrollaba en los glóbulos rojos, provocaba su ruptura y liberaba esporas al torrente sanguíneo que, a su vez, invadían otros glóbulos rojos. Lo llamó Oscillaria malariae, nombre que, posteriormente, la escuela italiana cambió a Plasmodium, tal como ahora se conoce.
Era la época de la Microbiología y Pasteur, Koch y otros habían demostrado que la causa de las infecciones y de muchas enfermedades eran las bacterias. Así se había confirmado para, entre otras, el ántrax, la tuberculosis, el tifus o el cólera. Aceptar que había otros organismos causantes de enfermedades, como el protozoo descrito por Laveran, costó que lo aceptaran muchos investigadores. Pero las evidencias eran abrumadoras y Laveran recibió el Premio Nobel en 1907.
Uno de los expertos en malaria más críticos, en principio, con los trabajos de Laveran fue el médico militar inglés, de servicio en la India, Ronald Ross. Llevaba años estudiando la malaria y, en 1893, estaba convencido, según lo habitual en la época, de que era una enfermedad intestinal provocada por la toma de agua no potable. Escribió un informe para la revista Medical Reporter en que afirmaba que no era necesario otro parásito, un protozoo según Laveran, como causa de la malaria.
Consideraba que la enfermedad era compleja en síntomas y diagnóstico y, por ello, terminaba su informa con una frase llena de ironía, oculta en el típico lenguaje científico:
“Para la solución de la cuestión de la fiebre india, lo que queremos es una definición clara de las ideas, un escrutinio cuidadoso de todas las suposiciones y una interpretación de sentido común de los fenómenos que tenemos ante nosotros; y están muy equivocados quienes se imaginan que un problema siempre tan grande y variado será resuelto por un solo ‘coup de microscope’.”
Por “un vistazo al microscopio” y, además, en francés, o sea, lo que había propuesto Laveran, en francés, años antes de este escrito de Ross.
Dos años más tarde, en 1895, y después de los consejos de otro médico inglés, Patrick Manson, Ross observó el “denostado” protozoo en el estómago del mosquito Anopheles y demostró que era el parásito y el vector de la malaria. Y, por estos hallazgos, Ronald Ross recibió el Premio Nobel en 1902.
Además de los conocimientos de Microbiología, típicos de su época, a Laveran le permitieron su descubrimiento y los estudios posteriores sobre el protozoo de la malaria otras mejoras en los métodos de investigación. Por ejemplo, los microscopios cambiaron en la segunda mitad del siglo XIX, con adelantos sustanciales en óptica y en la fabricación de lentes. Eran los años de Ernst Abbe, el especialista en óptica que resolvió los problemas teóricos de la fabricación de lentes. Y Carl Zeiss y Otto Schott, que formaron la empresa Carl Zeiss Inc., que todavía fabrica microscopios de gran calidad. A partir de 1884, junto con la fábrica Nachet, de París, ya comercializaban microscopios que mejoraban sustancialmente el material disponible hasta entonces. Fue sorprendente que, cuando Laveran, en 1880, encontró por vez primera el parásito de la malaria, su microscopio no era precisamente de los mejores y no tenía los aumentos, solo llegaba a 400, que después se consideraron necesarios para describir el protozoo. Pero, a pesar de ello, lo hizo con una precisión que se confirmó en años posteriores y con mejor instrumental. Como diría Pablo Picasso, la inspiración le encontró trabajando, o sea, en este caso mirando por el microscopio.
Otro de los adelantos técnicos que permitió la observación del protozoo de la malaria fue el desarrollo de las técnicas de tinción. No eran fáciles los estudios al microscopio tal como hizo Laveran, con sangre fresca y sin teñir. Fue Dimitri Leonidovich Romanowsky, en 1891, quien publicó una tinción que permitió las observaciones en frotis de sangre sobre portaobjetos que, incluso, permitían guardar las muestras y repetir el estudio al microscopio. Además, utilizaba dos colorantes, eosina y azul de metileno, que teñían diferente al protozoo según la fase de su ciclo vital.
En aquellos años, Wilhelm von Drigalski nos cuenta que en Italia llevaban mucho tiempo estudiando las causas de la malaria, sobre todo en las marismas que rodeaban la capital, Roma. Fueron Camillo Golgi, Marchiafava o Celli quienes completaron el ciclo vital del Plasmodium en la sangre de los enfermos, con buenos microscopios y la tinción de Romanowsky. El primero, Golgi, identificó con precisión los parásitos de la malaria y clasificó el Plasmodium vivax y el P.malariae. Y en 1890, Marchiafava y Celli identificaron el P. falciparum. Así quedó establecido que la malaria no era una enfermedad provocada por un solo parásito sino por cuatro (el P. ovale se identificó en 1922) que, a veces, hasta provocaban las fiebres actuando en conjunto.
Fue en la India donde el también médico militar Ronald Ross planteó la hipótesis, y la demostró en aves, de que el parásito llegaba a la sangre de los enfermos por la picadura de mosquitos.
Y, finalmente, el italiano Giovanni Battista Grassi mostró todo el ciclo de desarrollo del protozoo, con su paso por el mosquito y el hombre como huéspedes.
La historia del protozoo de la malaria está llena de intensos debates, rencillas personales y amargura. Varios de los científicos dedicaron mucho tiempo a reclamar la prioridad de sus descubrimientos, un aspecto importante en la cultura de la ciencia de la época y hoy, en cambio, un debate casi olvidado. Investigadores franceses, alemanes, ingleses e italianos contribuyeron a los descubrimientos sobre la malaria y, también, polemizaron interminablemente sobre muchos aspectos de lo que se iba encontrando.
Además, todos los estudios de finales del siglo XIX sobre la malaria coinciden, en los grandes países europeos, con las aventuras y las exploraciones de otros continentes, con las colonias y los imperios. En ese momento histórico, la malaria era una enfermedad importante para el control europeo de esas colonias y la explotación de sus recursos naturales y, por tanto, era un asunto prioritario para los gobiernos y para la opinión pública.
En cambio, en Italia la malaria era algo muy cercano y, por ello, su investigación era esencial para la salud pública y como problema social. Era una enfermedad de siempre que mantenía empobrecidas extensas regiones del país. Para ingleses y franceses, la malaria es un problema colonial y, para los italianos, era un asunto interno, sobre todo para el centro y sur del país.
Y, por si fuera poco este sustrato político en la investigación sobre la malaria, estamos en la era de los nacionalismos y, también, son habituales en la ciencia. Parte de la polémica entre Grassi, Ross y Laveran, o del rechazo de ingleses e italianos a los descubrimientos del médico militar francés en Argelia, viene de esta competición patriótica entre científicos. Como ejemplo nos sirve lo que Santiago Ramón y Cajal publicó en aquellos años en sus “Reglas y consejos de investigación científica”, pues entre las “cualidades de orden moral” de un investigador está el patriotismo. Inicia el texto afirmando que
“entre los sentimientos que deben animar al hombre de ciencia merece particular mención el patriotismo. Este sentimiento tiene en el sabio signo exclusivamente positivo: ansía elevar el prestigio de su patria, pero sin denigrar a los demás.”
Es oportuno citar que la cualidad que Ramón y Cajal menciona antes del patriotismo es la “pasión por la gloria” y, de ello se derivan las polémicas sobre la prioridad en los descubrimientos. Hoy, quizá, solo se discute por las patentes derivadas de esos hallazgos.
En mayo de 1922, Alphonse Laveran murió en París a los 76 años. Está enterrado en el Cementerio de Montparnasse, junto a celebridades como el filósofo Jean Paul Sartre, o el líder anarquista Pierre-Joseph Proudhon, el poeta Charles Baudelaire o el escritor Julio Cortázar.
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Texto extraído del sitio culturacientifica.com