La neurocirugía tuvo sus antecedentes en algunas intervenciones sobre los nervios periféricos, pero no podemos considerarla como tal hasta que el cirujano abordó intencionadamente la cavidad del cráneo con intención terapéutica. Técnicamente sólo le fue posible a una cirugía anestésica y aséptica. La patología y la clínica debían permitir el diagnóstico neurológico sobre bases científicas. Estas condiciones comenzaron a cumplirse en las dos últimas décadas del siglo XIX, pero la neurocirugía alcanzaría madurez en el siglo XX. El norteamericano Harvey Cushing fue quizá la figura más destacada de la fundación de la moderna neurocirugía. En él se unen dos características más generales de la cirugía de su época: el paso de Norteamérica a la vanguardia y la especialización quirúrgica profesional.
Harvey Williams Cushing (1869-1939) nació en Cleveland, Ohio, en una familia acomodada y numerosa de varias generaciones de médicos. Su padre combinó el ejercicio profesional con la enseñanza de enfermería, ginecología y medicina legal. Fue un mal estudiante que prefería el deporte, las actividades técnicas y el arte a los libros. Se inclinó tarde por la medicina, que comenzó a interesarle despues de ingresar en la universidad de Yale. En 1891 fue admitido en la facultad de medicina de Harvard donde se licenció cum laude en 1895. Comenzó su formación quirúrgica en el Hospital General de Boston, pero aprendió la moderna cirugía de William S. Halsted, la figura sobresaliente del momento, de quien fue asistente desde 1896 en el Johns Hopkins Hospital, fundado en 1889 en Baltimore según el modelo de las clínicas de vanguardia alemanas de la época. Allí recibió el influjo de la medicina más moderna a través, entre otros, de William Welch y de William Osler, que le despertó también un duradero interés por la historia de la medicina y le convirtió en un bibliófilo.
Durante el año que dedicó a completar su formación en Europa (1900-1901), con Kocher en Berna y Sherrington en Liverpool, comenzó a inclinarse por la especialización neuroquirúrgica a la que consagraría el resto de su vida profesional. A su regreso consiguió que se creara para él un puesto especializado en Baltimore, a pesar de que apenas había en ese momento enfermos para justificarlo. En poco tiempo, los pacientes susceptibles de beneficiarse de la neurocirugía de Cushing aumentaron en un número que garantizaba sobradamente la continuidad de la especialidad. En 1905 fundó el Hunterian Laboratory de Johns Hopkins, para desarrollar las investigaciones experimentales en que basó su práctica y su enseñanza.
El diagnóstico de las lesiones neurológicas basado en signos objetivos había alcanzado un gran progreso a lo largo del siglo XIX. Baste como ejemplo la lectura de los trastornos del lenguaje para localizar con precisión la lesión cerebral, o el signo de Romberg en la exploración física para demostrar una lesión cerebelosa. En el último tercio del siglo XIX comenzaron a publicarse monografías de patología quirúrgica encefálica. La primera maniobra neuroquirúrgica propiamente dicha fue una trepanación craneal para drenar un absceso cerebral previamente localizado por diagnóstico clínico. Fue obra de Paul Broca. Desde mediada la década de 1880 tuvieron éxito las primeras ablaciones corticales para tratar la epilepsia jacksoniana traumática (Horsley, 1883), y de tumores cerebrales (Bennet y Godel, 1884) y medulares (Horsley, 1888). En 1885, el italiano F. Durante extirpó con éxito un tumor cerebral. Antes del fin del siglo fue posible la neurectomía intracraneal y se resecó el ganglio de Gasser (Krause, 1899).
En la primera década del siglo XX se ideó la ventriculografía y se desarrollaron la cirugía medular y la del simpático. En Europa destacaron las contribuciones de Kocher, de T. de Martel y de Jaboulay. Sin embargo, como hemos dicho, el peso del desarrollo de la neurocirugía se desplazó a los Estados Unidos, donde destacaba ya la labor de Halsted.
Harvey Cushing ideó operaciones descompresoras, como el drenaje lumbar de la hidrocefalia, pero sobresale su dedicación a la patología y el tratamiento de los tumores intracraneales. Con su exquisita formación médica y su extrema habilidad técnica inauguró la cirugía hipofisaria y contribuyó a la endocrinología. En 1912 publicaba The pituitary body and its disorders, fruto de sus investigaciones experimentales y clínicas sobre anatomía, fisiología y patología hipofisarias. Destacan especialmente sus hallagzos sobre el infantilismo hipofisario, el adenoma basófilo de la hipófisis, y sobre el metabolismo del órgano en diferentes condiciones fisiológicas y patológicas.
Ese mismo año ocupó la cátedra de cirugía de Harvard y dirigió la clínica quirúrgica del Peter Bent Brigham Hospital desde su fundación en 1913, hasta 1932. Entre sus más de 300 publicaciones destacan las monografías en colaboración con un discípulo de Cajal, Percival Bailey, mientras estuvo al frente del Laboratorio de Investigación Quirúrgica que Cushing había creado en Harvard. La primera de ellas, Classification of the gliomas (1926), la dedicó «al profesor S. Ramón y Cajal y a los discípulos de su ilustre escuela de neurohistólogos españoles». Después de su jubilación enseñó neurología en Yale como emérito (1933-37), y a esta universidad legó su biblioteca de más de 8.000 ejemplares.
Además de atraer a numerosos estudiantes de todo el mundo, recibió en vida distinciones de más de veinte universidades europeas y norteamericanas, así como numerosos premios por su labor profesional, pero también el Pulitzer de 1926 por su famosa biografía de Osler. Más de 60 sociedades científicas de diferentes países contaron con él ente sus miembros. La Harvey Cushing Society que fundaran en 1932 sus discípulos de Harvard, es hoy la American Association of Neurological Surgeons.
Ha dado su nombre al síndrome de hiperadrenocorticalismo que puede deberse a una neoplasia de la corteza suprarrenal o del lóbulo anterior de la hipófisis, o a la ingestión excesiva y prolongada de glucocorticoides con fines terapéuticos, y que cuando resulta de una secrecion excesiva de la hormona adrenocorticotropa en la hipófisis anterior –con la existencia o no de un adenoma en la hipófisis– denominamos «enfermedad de Cushing». Pero también deja su epónimo en un fenómeno y en la ley que lo rige: el incremento de la presión arterial como consecuencia de un aumento de la presión intracraneal; y en una medida ligeramente superior a la presión ejercida contra el bulbo raquídeo. Dos operaciones y una reacción han llevado también su nombre.
Con todo y su exquisita especialización, Cushing fue un médico a la altura de los tiempos y supo reconocer los grandes avances de la medicina social y la nueva esperanza que representaban en la lucha contra las enfermedades. Así lo atestigua su conocida frase de 1913: «El Doctor Libra de la avenida de la Cura ha sido sustituido por el Doctor Onza de la calleja de la Prevención».