Mucho se podría decir sobre esta figura tan incisiva del Siglo XX no sólo para la Iglesia sino para el mundo, puesto que acompañó las vicisitudes de pueblos y naciones, de familias y ancianos, sin olvidar a los jóvenes. Con ellos se puede decir que mantuvo a lo largo de esos decenios una relación entrañable, que queda grabada en la memoria de quienes vivieron tantas experiencias con él personalmente o a través de las imágenes ofrecidas por los medios de comunicación
Juan Pablo II fue el 264° Papa de la Iglesia Católica. Tras iniciar su largo pontificado en 1978 – el suyo fue el tercero más largo de la historia – falleció un día como el de hoy del año 2005.
Tan grande fue su carisma e influencia que muchos de los niños nacidos en aquella época hoy llevan su nombre. San Juan Pablo II murió en la víspera del Domingo de la Misericordia, fiesta que él mismo había establecido habiendo sido hijo espiritual de Santa Faustina Kowalska – la joven religiosa y mística polaca de la orden de las Hermanas de Nuestra Señora de la Misericordia – mundialmente conocida y cuyo santuario se encuentra a pocos pasos de la Ciudad del Vaticano.
En efecto, Juan Pablo II la canonizó el 30 de abril del año 2000, día en el que también instituyó esta fiesta de la Divina Misericordia.
Ya en los días inmediatamente precedentes a su solemne funeral la Ciudad de Roma se vio invadida por una multitud de sencillos fieles que acampaban al aire libre con tal de estar ahí, de pasar en procesión ante sus restos para un último saludo. Y de hecho asistieron también más de setenta jefes de Estado y de Gobierno, junto a príncipes y otras autoridades mundiales.
Y todos recuerdan el viento de aquel día que movió las páginas del evangelio colocado sobre su ataúd en una Plaza de San Pedro conmovida y en silencio.
Pocas horas antes de fallecer pidió que lo dejaran ir a la Casa del Padre. También se supo gracias al Cardenal Stanisław Dziwisz, secretario personal suyo, que durante los días anteriores a su fallecimiento Juan Pablo II escuchaba las oraciones de la multitud que se reunía en la Plaza de San Pedro en aquel tiempo para velar por él.
La congoja de los fieles alcanzó su punto máximo cuando impartió su penúltima bendición desde la ventana de su estudio con aquel conmovedor, y fallido, intento de pronunciar algunas palabras. Volvería a asomarse a la ventana el 30 de marzo para bendecir a la gente por última vez. Allí se comprendió que se trataba de la última aparición pública del largo y doloroso Vía Crucis con que concluyó su vida la noche de aquel 2 de abril. Eran las 21.37 horas.