Franco y Hitler en Hendaya: España aceptó entrar en la guerra

Mientras Adolf Hitler espera a Franco y recorre por completo la estación francesa de Hendaya, su bota pisa ya el último confín del imperio alemán, después de haber conquistado en poco más de un año Polonia, Checoslovaquia, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Luxemburgo y Noruega y de doblegar a Francia, que firma un armisticio el 22 de junio de1940, por el que entrega la mitad del país. A su lado, Joachim Von Ribbentrop, ministro de Exteriores, espera con él en el anden provisto de vías de doble ancho que enlazan España con Francia.

El día es de un soleado espléndido en la localidad fronteriza y ambos charlan desenfadadamente antes de la cita que debe servir para que España entre en la guerra mundial: “No podemos dar por ahora garantías escritas a los españoles respecto a la cesión de territorios de las posesiones coloniales francesas” explica Hitler a Ribbentrop: “Si les facilitamos algún documento escrito sobre esta cuestión tan delicada, más pronto o más tarde, dada la locuacidad de los latinos, los franceses se enterarán de ello”, prosigue el Führer. El diálogo, que oye y más adelante recogerá en sus memorias Paul Schmidt, jefe de traductores del Ministerio de Exteriores alemán, no presagiaba un fácil entendimiento entre los dos dictadores.

Un retraso no intencionado

Al mismo tiempo, en el vagón de tren o Break de Obras Públicas, en el que además de Franco viajan Serrano Suñer –hombre fuerte del Gobierno y recientemente nombrado Ministro de Exteriores– el Barón de las Torres, jefe de protocolo del ministerio en calidad de traductor, Enrique Giménez Arnau, director General de Prensa, el General Espinosa de los Monteros, embajador español en Berlín y el General José Moscardó, como jefe de la casa militar del Caudillo, el disgusto del Generalísimo va en aumento, según se confirma el retraso con el que va a llegar a su crucial cita con el entonces dueño de Europa. “Soy testigo de que aquello causó a Franco el disgusto que era la reacción de un hombre normal y responsable” recordará Serrano Suñer.

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Lejos, pues, de ser un retraso intencionado, como se mantendrá después por algunos autores y entusiastas del régimen, la demora no se debe a ninguna estratagema política; la razón, a pesar de las numerosas versiones y elucubraciones que inspiraron desde argumentos políticos en favor de la astucia de Franco, hasta novelas con supuestas conspiraciones, es el mal estado de las vías y de la locomotora, que impiden que un trayecto tan corto -20 km- pueda cubrirse a tiempo. Con todo, cuando la locomotora española entra en Hendaya pasadas las tres y media, el retraso ha sido mínimo conforme a las versiones del Barón de las Torres y Serrano Suñer: apenas ocho minutos que contrastan con la hora larga que recuerda haber esperado Paul Schmidt.

Lejos, pues, de ser un retraso intencionado, como se mantendrá después por algunos autores y entusiastas del régimen, la demora no se debe a ninguna estratagema política; la razón, a pesar de las numerosas versiones y elucubraciones que inspiraron desde argumentos políticos en favor de la astucia de Franco, hasta novelas con supuestas conspiraciones, es el mal estado de las vías y de la locomotora, que impiden que un trayecto tan corto -20 km- pueda cubrirse a tiempo. Con todo, cuando la locomotora española entra en Hendaya pasadas las tres y media, el retraso ha sido mínimo conforme a las versiones del Barón de las Torres y Serrano Suñer: apenas ocho minutos que contrastan con la hora larga que recuerda haber esperado Paul Schmidt.

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Terminado ya el protocolo y los parabienes se establece que la reunión principal se realice en el lujoso coche-restaurante de Hitler, dada su calidad de anfitrión, y con la presencia, además de los jefes de estado, de los ministros de Asuntos Exteriores Serrano Suñer y Von Ribbentrop. Se excluye, en cambio, a los embajadores, algo que molesta ostensiblemente al general Espinosa de los Monteros, ya que a pesar de su alto cargo diplomático y de dominar el alemán como su lengua materna, Franco prefiere que el traductor sea el Barón de las Torres. Por parte alemana completa el grupo el traductor Gross, y no Paul Schmidt, que no sabe español, aunque sí se encuentra en la estación y recoge en sus memorias la versión de Ribbentrop.

El imperio africano de Franco

La reunión comienza por fin a las cuatro menos veinte, y según la transcripción oficial alemana conservada sobre la entrevista -un documento incompleto que publicaron los norteamericanos en 1946 dentro de la serie Spanish Goverment and the axis- el primero en tomar la palabra es Franco para hacer un largo elogio de Alemania, especialmente en lo referente a la ayuda prestada durante la Guerra Civil

La retahíla de inconvenientes y demandas que el caudillo va a exponer como condición previa para entrar en la guerra no son más que la enésima repetición de los ya mencionados en sus cartas al Führer y los mismos que el propio Serrano Suñer formulara en las conversaciones que mantiene con Hitler y Ribbentrop durante su viaje a Berlín entre los días 17 y 29 de septiembre del mismo año: respecto a las compensaciones territoriales, Franco tiene un dibujo del mapa africano muy bien formado en su cabeza: España recibiría en caso de entrar al lado del Eje Marruecos, Argel y el Orasenado, -en posesión de la Francia colaboracionista- ampliaciones en el Sáhara Español y Guinea ecuatorial en dirección al río del oro, y por supuesto, Gibraltar, que deberá ser tomado por tropas españolas y no alemanas. Además, dada la situación de España tras tres años de guerra se necesita equipamiento militar de todo tipo además de trigo y petróleo de forma perentoria.

Una España paupérrima

No obstante, en su primera intervención Franco sólo se refiere a esto último. Tal y como recoge el documento alemán: “Franco habló entonces de las crecientes dificultades de España para aprovisionarse ya que aparentemente EEUU y Argentina [que proporcionan trigo y carburante a España] siguen ordenes de Londres, debido a que en algunos casos las quejas en la embajada británica [por la falta de suministro] han hecho desaparecer las dificultades”. Lo cierto es que España necesita de todo y no recibe casi de nada, debido al bloqueo al que Gran Bretaña tiene sometido a Franco.

La política de Winston Churchill es mantener a toda costa a España fuera de la guerra, para lo que no duda en jugar al ‘tira y afloja’ con los suministros que llegan a la península, incluso involucrando en ello a los norteamericanos. Churchill sabe que la entrada de Franco al lado del eje supone la invasión de Gibraltar y el cierre del Mediterráneo, lo que impediría la conexión con las colonias y la pérdida de sus recursos, de forma que aplica una política comercial dura, limitando los envíos y las cantidades, pero sin llegar a ahogar al país hasta el punto de que éste, desesperado, se eche en los brazos de Italia y Alemania.

La escasez no es una exageración; el embajador alemán en Madrid, Von Storher, informa en un despacho del 8 de agosto de la situación de España: “Además de proveer de material militar, será necesario ayudar económicamente, especialmente en cuanto al suministro de petróleo, y para el comienzo del año que viene [1941] de trigo”. Y sin embargo, Hitler trata de deshacerse del engorro con una carta dirigida a Franco el día 18 de septiembre en la que argumenta que la única manera de acabar con los problemas de abastecimiento es “arrojar a los ingleses del Mediterráneo” para disponer de un “mar abierto al comercio” es decir, entrar en la alianza con el Eje.

La optimista disertación de Hitler

Después de la breve introducción de Franco, Hitler toma la palabra –siempre de acuerdo con el documento alemán– y como si no hubiera escuchado nada de lo anterior, comienza una larga disertación sobre la situación de la guerra y las eventualidades futuras. En resumen, Gran Bretaña está ya vencida y sus esperanzas de que la entrada de Rusia o Estados Unidos cambien el signo son sin duda vanas: la primera, porque la fabulosa cantidad de divisiones ofensivas de las que dispone Alemania, según el propio Hitler, son suficientes para que el frente Este, muy alejado de Gran Bretaña, no alivie la presión militar sobre las islas. “Con respecto a EEUU no se debe temer un ataque durante el invierno [Noviembre de 1940-marzo de1941] Para entonces no habrá ningún cambio respecto a ahora. Hasta que la potencia militar americana esté totalmente en marcha harán falta de18 meses a dos años por lo menos” argumenta el Führer. Toda esta perorata tiene como objetivo convencer a Franco de la victoria final de la Alemania nazi y la conveniencia de estar a su lado.

En realidad el verdadero y único motivo de Hitler para insistir en la entrada de España en la guerra y haber convocado el encuentro, es la posibilidad de adueñarse del peñón de Gibraltar, ya que cualquier otra razón es más una carga que una ventaja. Aunque en su discurso no da por terminada la invasión sobre Gran Bretaña, lo cierto es que la operación León Marino, que siempre resultó complicada, ha fracasado ese verano.

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La otra posibilidad estratégica, la llamada operación Félix, –cerrar el mediterráneo a los buques ingleses por medio de la toma de Gibraltar– se le presenta a los alemanes como la otra gran baza para ahogar a Churchill y forzar su capitulación, que el Reich erróneamente considera posible. Esta acción involucra directamente a España, aunque la tesis principal es la de utilizar tropas alemanas y no españolas para tomar la roca.

Las Canarias en el punto de mira

Hitler esboza entonces sus cábalas según las cuales; si bien aunque ni Gran Bretaña ni sus posibles aliados son una amenaza a tener en cuenta, sí es un peligro la situación de las islas Canarias en el océano Atlántico, porque desde esas bases es posible que los aliados influyan sobre el Marruecos francés y logren el levantamiento de las tropas francesas allí acuarteladas -que hasta el momento son leales a la Francia colaboracionista del Mariscal Petain, y a los propios nazis– con el agravante de que los ingleses puedan apropiarse de sus importantes recursos militares.

Además de la amenaza aliada, la argumentación esconde la auténtica política exterior que ha tomado el Reich con respecto a la Francia de Petain, a quien se considera un aliado primordial como garantía para dominar la situación en África. Con este panorama, las pretensiones españolas a costa de las colonias francesas son, un auténtico imposible. Sobre este aspecto, Hitler reprende la actitud española y asegura que lo importante es formar un frente común en África contra Inglaterra y no pelearse por cuestiones territoriales, ya que lo único que se puede conseguir con esta actitud es que los británicos se hagan con el norte de África apoyados por la Francia de De Gaulle.

Mónologo ferroviario

Todo este “monólogo ferroviario” como lo define Paul Schmidt, en alusión a los ya mantenidos en estilo similar con Mussolini y el vicepresidente francés Laval en el mismo vagón Amerika, encierra la dificultad que encuentra el Führer en aceptar el Imperio africano que ya le ha pedido Franco en otras ocasiones a costa de las posesiones francesas. De hecho, en la recta final, se ocupa de los temas clave de Gibraltar, Marruecos y Canarias de forma más concisa, y en unos términos que decepcionan a Franco, motivo de que éste estalle en un ataque de indignación más tarde en su vagón.

Después de valorar de nuevo Gibraltar como el objetivo estratégico más importante para acabar con los ingleses y de ofrecérselo sin rodeos como contraprestación, Hitler despacha la cuestión de Marruecos, según la versión de Serrano, advirtiendo que, si bien “España por su historia y por otros muchos antecedentes es la llamada a quedar en posesión de todo el Marruecos francés y del Orán” para poder ofrecerlas es necesario “tenerlas en la mano” lo que no sucede en ese momento.

De esta forma, Hitler no se compromete a nada más que a una vaga promesa de que España entrará en un posible reparto de África terminada la guerra. En cuanto a las Canarias, se vuelve a presentar el interés, que ya ha sido rechazado anteriormente por medio de Suñer en Berlín, de establecer una base alemana como protección a un ataque británico. Para rematar la faena, lanza una especie de ultimátum a Franco con la fórmula de que había llegado la hora en que España participara en la contienda, para ocupar así su lugar en el nuevo orden europeo, y le recuerda, además, que Alemania había estado en todo momento de lado del caudillo durante la Guerra Civil.

Diálogo de sordos

Ya con todas las cartas sobre la mesa –insistencia sobre Gibraltar, promesas vagas, casi nulas, sobre el imperio africano, bases en las Canarias–. La respuesta de Franco consiste en otro largo monólogo en el que de nuevo insiste sobre las dificultades económicas en las que se encuentra España, aunque esta vez, es mucho más rico en detalles y digresiones. Por otra parte, responde también con minuciosidad y celo militar a las cuestiones de la Guerra que ha planteado Hitler: entre alguno de los comentarios, los alemanes tienen que escuchar que: “Gran Bretaña podía ser conquistada pero su Gobierno con la flota, continuaría la guerra desde el Canadá, apoyado por los norteamericanos” o que la importancia de cerrar el Mediterráneo por el estrecho de Gibraltar no resolvía por completo la cuestión, ya que seguía estando ‘abierto’ por el lado oriental, en cuanto el canal de Suez seguía en posesión de los británicos.

La paciencia de Hitler, que durante parte de la intervención de Franco bosteza visiblemente y sin ocultar su aburrimiento, comienza entonces a desbordarse mientras Franco desgrana concienzudamente sus puntos de vista. Schmidt escribe: “Hitler se iba mostrando cada vez más inquieto. Se percibía claramente que la marcha de la conversación le ponía nervioso”. El caudillo se enreda, incluso, en una larga explicación sobre las pretensiones en el Marruecos y las particularidades históricas del protectorado en relación con España: en palabras de Serrano: “Franco expuso el problema en todas sus dimensiones y en todos sus antecedentes: la suma de todos los sacrificios que a España había costado Marruecos para que luego el mayor beneficio recayera sobre Francia”.

El aburrimiento del Führer

Hitler, abrumado, hace el amago de marcharse: se levanta y balbucea que no tiene ningún sentido seguir hablando, aunque casi inmediatamente, lo piensa mejor y vuelve a sentarse para intentar convencer a Franco. En este sentido, el Barón de las Torres, que está traduciendo toda la reunión, recuerda que Hitler “insiste en que España tiene que tomar una determinación pues no puede permanecer de espaldas a la realidad de los hechos y de que las tropas se encuentran en los pirineos…”. Aún con la amenaza todo resulta inútil porque las posiciones están enquistadas. Los alemanes presentan entonces un borrador de acuerdo, que ya tenían redactado, por el cual España debía entrar en guerra cuando Alemania lo solicitara. Franco y Serrano lo rechazan, y las negociaciones se interrumpen. El Barón de las Torres oye justo antes de salir del tren el comentario irritado de Ribbentrop: “Con estos tipos no hay nada que hacer”.

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A las 12:00 los españoles se montan en el tren con destino a San Sebastián después de que Ribbentrop con “su habitual torpeza” en palabras de Schmidt, reprendiera a los españoles: “A las ocho de la mañana, el texto del acuerdo [presentado en la primera reunión] tiene que estar aquí ‘dijo como si fuera un preceptor severo’ A esa hora tengo que salir yo, pues mañana mismo nos entrevistaremos con el mariscal Petain”. Antes de salir el tren, ambos dirigentes se despiden, a pesar del notable desacuerdo, de forma afectuosa. Franco, de hecho, en vez de meterse en el vagón, se queda de pie en la portezuela brindando un último saludo.

Protocolo secreto

En San Sebastián, ya de madrugada, Franco entra en una de las dependencias del Palacio de Ayete, donde le espera el director general de Prensa del Régimen, Enrique Giménez Arnau. Según recuerda el propio Arnau, a él le han llamado para que ayude a redactar un documento. Durante un rato el Caudillo y el periodista hablan de nimiedades y de los tiempos de la República hasta que un ayudante –siguiendo la versión de Arnau– entra en la habitación y le entrega unos papeles a Franco.

Entonces, el caudillo dicta a Arnau un texto que resulta ser un protocolo secreto con Alemania que técnicamente asegura el compromiso español de entrar en guerra al lado de las potencias del Eje: “En cumplimiento de sus obligaciones como aliada España intervendrá en la presente guerra al lado de las Potencias del Eje contra Inglaterra una vez que la haya provisto de la ayuda militar necesaria para su preparación militar, en el momento en que se fije de común acuerdo por las tres potencias […] Alemania garantizará a España ayuda económica, facilitándole alimentos y materias primas, así como a hacerse cargo de las necesidades del pueblo español y de las necesidades de la Guerra” en otro de los puntos se afirma que “Además de la reincorporación de Gibraltar a España las potencias del Eje afirman que en principio están dispuestas a considerar, de acuerdo con una determinación general que debe establecerse en África y que puede llevarse a efecto en los tratados de paz después de la derrota de Inglaterra…”.

El protocolo no es más que una nueva redacción que han hecho Franco y Suñer del acuerdo presentado por los alemanes unas horas antes en el vagón de tren. Tal y como reprendiera Ribbentrop, los alemanes, que ni mucho menos están conformes con el resultado de la reunión, han enviado al Palacio de Ayete a Espinosa de los Monteros con una copia del documento. El embajador, que llega de madrugada muy alterado, explica a Serrano en el palacio que los alemanes -con quienes ha permanecido en Hendaya- están muy irritados y exigen que se firme y entregue el protocolo, o de otra manera “puede pasar cualquier cosa” sentencia. Es entonces cuando se redacta de la forma expuesta, tras lo cual se entrega una copia a los alemanes que lleva de nuevo el embajador. “Ahora somos yunque pero mañana seremos martillo” tranquiliza Franco a su cuñado Serrano Suñer.

Aunque el protocolo es muy vago y deja la fecha de entrada a decisión de España constituye un compromiso firme con el Eje, según las memorias del propio Serrano Suñer. Sin embargo, nada más se sabe del documento entonces, que permanece oculto. Terminada ya la contienda mundial, desde algunos sectores se vende a los españoles la gran audacia y valentía del caudillo, que ha sabido mantenerse al margen de la Segunda Guerra Mundial a pesar de la presión del todopoderoso Führer.

Las copias son entonces probablemente destruidas –el documento español ha desaparecido– y se confía en que con la debacle del Tercer Reich se pierda también el documento en poder de los alemanes. Todo parece haber salido según lo planeado hasta que en 1960 el departamento de estado norteamericano -que ya había publicado una serie de documentos en 1946- publica el Protocolo secreto incautado de los archivos nazis. Pero para entonces, la dictadura ha sobrevivido y se ha consolidado, lejos ya de las difíciles horas de los dos primeros años de la dictadura, cuando la gran preocupación de Franco y sus seguidores es mantenerse en el poder a toda costa.

Franco y Hitler

Publicado en en el Nº1 de la colección ‘El franquismo año a año’. Franco-Hitler: diálogo de sordos en Hendaya .

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