“En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército rojo, han alcanzado las tropas Nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado”. Con este escueto texto el cuartel general de Franco anunciaba el final de la Guerra Civil Española, que había comenzado el 18 de julio de 1936 con una sublevación militar que pretendía hacerse con el poder que detentaba el gobierno democrático de la República.
La situación del bando republicano se hizo insostenible desde los comienzos de 1939, momento en el que se consumó la caída de Cataluña. El verano anterior, una ofensiva republicana a lo largo del río Ebro para contrarrestar la presión del bando sublevado sobre Cataluña había fracasado. En enero, las fuerzas de Franco habían arrebatado a los republicanos el dominio de Barcelona, el símbolo más importante de la resistencia. Tras esta derrota, el gobierno soviético, a esa altura el único aliado de los republicanos, cortó sus suministros. Desde entonces las divisiones internas se sumaron al reconocimiento internacional del gobierno franquista, lo que llevó a la rendición definitiva de la República en los últimos días de marzo.
Como la mayoría del ejército había apoyado la rebelión de la derecha, la defensa de la República se hallaba al principio en manos de las milicias, a menudo antiautoritarias, y de las Brigadas Internacionales, en gran parte mal entrenadas. A pesar del armamento soviético, estos combatientes estaban lejos de representar un enemigo insuperable para las tropas “nacionales”, entrenadas profesionalmente y respaldadas por sesenta mil soldados italianos y alemanes.
El Partido Comunista español, que había ganado influencia a través de su política moderada y de sus vínculos con los soviéticos, se obstinó en transformar las milicias en un ejército regular y en obtener el control gubernamental a como diera lugar. Eso demandó una larguísima lucha, cuerpo a cuerpo, sangrienta y desgarradora, que llevó a una notable desmoralización.
A fines de 1937 los republicanos fueron perdiendo fuerza a causa de la falta de apoyo y suministros y de la clara supremacía aérea de las fuerzas nacionales. En septiembre de 1938 empezaron a esfumarse las esperanzas, cuando Francia y Gran Bretaña firmaron el pacto de Munich con Alemania, asegurando que no habría una intervención “de última hora” de las democracias.
El balance final fue de noventa mil nacionales y ciento diez mil republicanos muertos en combate, además de un millón de inválidos permanentes. Decenas de miles de civiles fallecieron también, ya fuera de hambre o como consecuencia de los bombardeos. Unos quinientos mil españoles se exiliaron, y la mitad jamás volvió.
Para los republicanos, la guerra había significado la lucha por mantener a España fuera de la órbita nazi-fascista. Desde el lado opuesto, cuando Franco pidió ayuda a principios de la guerra, los dirigentes de la Italia fascista y la Alemania nazi se la concedieron enseguida. Esperaban una victoria rápida que les haría ganar un aliado a muy poco costo, y a la vez tendrían la oportunidad de probar su nueva maquinaria bélica. Una dramática demostración de ello fue el bombardeo durante cuatro horas de Guernica, en el País Vasco, en el que murieron mil de sus siete mil habitantes y fueron destruidos el 70% de sus edificios, en lo que fue el ataque aéreo más salvaje imaginable. Curiosamente, aunque Hitler y Mussolini saborearon la victoria de Franco y miles de republicanos fueron encarcelados o fusilados con prontitud, Franco no convirtió a España en un Estado estrictamente fascista. La Falange, el único partido legalizado, no funcionó como un mecanismo de control global y la Iglesia Católica recuperó su antigua y tradicional influencia, eso sí.
El 28 de marzo de 1939 las tropas “nacionales” hicieron su entrada en Madrid y rápidamente los sublevados ocuparon prácticamente sin lucha toda la zona centro-sur que había permanecido bajo la autoridad de la República durante toda la guerra.
El 1 de abril de 1939 la radio del bando rebelde (“Radio Nacional de España”) difundía el último parte propio de la Guerra Civil Española.
Franco mantuvo su amistad con las potencias del Eje pero, durante la Segunda Guerra Mundial, España se declaró neutral. “Los españoles están cansados de la política”, dijo.