Folies Bergère: el palacio de la diversión

La derrota de Francia en la guerra franco-prusiana (1870-71), que supuso el fin del Segundo Imperio francés, inauguró una época de paz para Europa. La nueva república francesa se vio impulsada por un sentimiento de optimismo. Las potencias occidentales se repartían el mundo, y Francia obtuvo su parte del pastel colonial en África, Asia y Oceanía.

La economía navegaba viento en popa, y un nuevo horizonte en el desarrollo de las artes y las ciencias se abría paso. Sin embargo, el progreso no alcanzaba a todos. Mientras la burguesía industrial acumulaba poder político, el proletariado pugnaba por mejorar unas condiciones laborales infames. Y, en ese contexto, París rebosaba de personas que buscaban la diversión en los locales de la ciudad. Cabarés y teatros canalizaban esa joie de vivre que impregnó las últimas décadas del siglo XIX y las primeras luces del XX.

Un bar del Folies Bergère, obra de Édouard Manet.

Un bar del Folies Bergère, obra de Édouard Manet.

Un bar del Folies Bergère, obra de Édouard Manet.

Punto de encuentro

El cabaré Folies Trévise abrió sus puertas en mayo de 1869. Sin embargo, fue después de la Comuna de París (1871) cuando adoptó el nombre con el que lo conocemos hoy: el Folies Bergère. A partir de entonces, este y otros flamantes locales animarían las noches de la capital francesa durante décadas. Cuando se inauguró el emblemático Moulin Rouge en Montmatre, en 1889, el Folies Bergère ya llevaba años como referente del cabaré parisino. Eran días de esplendor que durarían hasta bien entrada la Belle Époque.

En sus salones, la burguesía disfrutaba de las fiestas. Algunos artistas e intelectuales parisinos también se dejaban ver por el Folies Bergère. El pintor impresionista Édouard Manet retrató el bar del local en 1882. Pocos años después, el escritor Guy de Maupassant describió con precisión el ambiente desenfrenado del Folies Bergère en su novela Bel Ami (1885). Según él, el cabaré estaba repleto de espejos, multitud de hombres vestidos de negro y mujeres muy maquilladas que servían copas.

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La Bella Otero brilló durante años en el escenario del Folies Bergère.

La Bella Otero brilló durante años en el escenario del Folies Bergère.

El alma de la fiesta

A lo largo de los años, el Folies Bergère vio nacer grandes estrellas y aplaudió a muchos artistas ya consagrados. Cuando Mistinguett actuó en el Folies Bergère, su carrera despegaba imparable hacia la fama. Allí conoció al que sería el laureado actor Maurice Chevalier, por entonces un joven bailarín de veintitrés años con el que Mistinguett mantuvo una larga relación amorosa. La española Carolina Otero, la Bella Otero, que atesoró tantos éxitos como amantes, brilló durante años en el escenario del Folies Bergère; y también Charlie Chaplin se ganó al público del cabaré con sus interpretaciones.

Pero, sin duda, la más aclamada atracción del Folies Bergère fueron los espectáculos eróticos de Josephine Baker. Su número en la obra La Folie du Jour, estrenada en 1926 en el cabaré, vestida solo con una falda hecha de plátanos y poco más, causó sensación. Naturalmente, los shows de la bailarina afroamericana se convirtieron en el mayor reclamo del Folies Bergère, que alcanzó el pico de su fama.

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La bailarina afroamericana Jospehine Baker causó sensación en el Folies Bergère.

La bailarina afroamericana Jospehine Baker causó sensación en el Folies Bergère.

La llegada de los años treinta cerró la etapa de esplendor del cabaré parisino y de la Belle Époque. Sin embargo, siempre quedarían para el recuerdo esas noches de diversión desenfrenada en la ciudad de los espejos y la luz.

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