Eugene lonesco, renovador de la escena de posguerra

El dramaturgo Eugéne Ionesco murió el 28 de marzo de 1994, a los 81 años, en París, la ciudad en la que vivía desde 1938. El escritor había nacido en Rumanía en 1912 pero su infancia, hasta los 13 años, transcurrió en el país de su madre, Francia, aunque luego marchó a Rumanía para ejercer como profesor de francés. lonesco era, desde que presentó en el minúsculo Théatre des Noctambules su obra La cantante calva, uno de los padres del llamado teatro del absurdo, etiqueta bajo la que quedó agrupado junto a Beckett y Adamov. En su momento La cantante calva supuso una auténtica revolución, pieza clave de la renovación teatral de la postguerra gracias a su manera de abordar “un teatro de boulevard que se descompone y se vuelve loco”.

Durante 12 años, hasta la presentación de El rey se muere en 1962, lonesco reinó realmente sobre la escena francesa y mundial, siendo autor de referencia para todos. A partir de ese momento el mecanismo pareció romperse: “Antes existía en mí una fuerza inexplicable que me empujaba a escribir a pesar de mi nihilismo fundamental. Ya no puedo continuar. Durante años me consolaba decir que no queda nada que decir. Ahora estoy demasiado convencido y esa convicción ya no es intelectual o psicológica sino profunda, fisiológica, ha penetrado mi carne, mi sangre y mis huesos. Me paraliza”, declaraba lonesco en 1963. Y así sus obras fueron espaciándose y ya nunca encontraron el eco de las del fructífero período precedente.Académico desde 1970, novelista desde 1973, autor de un dietario entre 1968-69, considerado como un reaccionario por quienes antes le habían aclamado, elogiado como un maestro y un clásico por aquellos que habían silbado La cantante calva porque en ella no había ni una cantante ni una mujer calva, los últimos 30 años de lonesco habían tomado una dirección doble y paradójica: por un lado era, probablemente, el dramaturgo más representado del mundo, por otro se le consideraba como un autor muerto en vida.

La pieza la cantante calva se transformó en un manifiesto en contra del sistema social y el modo de vida burgués pero lonesco siempre quiso dejar bien claro que “mi teatro lo es de la irrisión. No es la sociedad lo que me parece irrisorio, sino el hombre”. Para Roland Barthes, que fue uno de sus defensores tempranos, el secreto del teatro de lonesco estribaba en que “sólo proporciona lenguaje”. En la lección el profesor y el alumno se enfrentan precisamente en ese te rreno, en el del lenguaje, que de pronto aparece como el territorio del poder. El sentido del humor de lonesco, que se quiso politizar sin que él se prestase al juego, nace de la mezcla de irrisión y absurdo. Los personajes dejan de ser meros muñecos y cobran una cierta dimensión psicológica, una mezcla de inocencia, miedo y obstinación que se acrecentará en Rinoceronte (1959), inspirada en la dominación nazi en Rumanía, y en El rey se muere, dos textos que se prestan al lucimiento de grandes actores.

Hasta los 81 años esperó discretamente, estrenando de forma esporádica, acudiendo como invitado a algún festival de cine o teatro, satisfecho de su casi mutis, de haber gritado, conjuntamente con su protagonista de El futuro está en los huevos, un lema tan insólito y conservador como “¡Viva la producción”, “¡Viva la raza blanca!”.

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