El padre de Calderón, un funcionario del gobierno bastante acomodado que murió en 1615, era un hombre de carácter severo y dictatorial. Las relaciones familiares aparentemente tensas tuvieron un profundo efecto en el joven Pedo Calderón de la Barca, a raíz de ello varias de sus obras muestran preocupación por los efectos psicológicos y morales de la vida familiar.
Destinado a la vida religiosa, Calderón se matriculó en la Universidad de Alcalá en 1614, pero se trasladó un año más tarde a Salamanca, donde continuó sus estudios de arte, derecho y probablemente teología hasta 1620. Abandonando su carrera eclesiástica, entró al servicio de la Guardia de Castilla y en 1623 comenzó a escribir obras de teatro para la corte, convirtiéndose rápidamente en el principal miembro del pequeño grupo de poetas dramáticos que el rey Felipe IV reunió a su alrededor. En 1636 el rey lo convirtió en un Caballero de la Orden Militar de Santiago. La popularidad de Calderón de la Barca no se limitó a la corte, ya que estas primeras obras también fueron aclamadas en los teatros públicos y, cuando murió Lope de Vega (1635), Calderón se convirtió en el maestro de la escena española. Al estallar la rebelión catalana, se alistó en 1640 en una compañía de caballería de la orden militares y sirvió con distinción hasta 1642, cuando fue dado de baja. En 1645 entró al servicio del duque de Alba, probablemente como secretario. Pocos años después nació un hijo ilegítimo. No se sabe nada sobre la madre, pero algunos suponen que el dolor por la muerte de ella lo llevó a regresar a su primera vocación, el sacerdocio. Fue ordenado en 1651 y anunció que no escribiría más teatro. Mantuvo esta intención con respecto a los teatros públicos, pero a las órdenes del rey continuó escribiendo regularmente para el teatro de la corte. También escribió cada año las dos obras de Corpus Christi para Madrid. Nombrado prebendario de la catedral de Toledo, se estableció allí en 1653. El fino poema religioso de carácter meditativo Psalle et sile (“Canta salmos y guarda silencio”) es de este período. Recibiendo permiso para mantener su prebenda sin residencia, regresó a Madrid en 1657 y fue nombrado capellán honorario del rey en 1663.
El patrocinio de la corte que disfrutó Calderón constituye la influencia más importante en el desarrollo de su arte.
Las obras teatrales de la corte se convirtieron en un género barroco distintivo, que combina el drama con el baile, la música y las artes visuales y se aparta de la vida contemporánea en el mundo de la mitología clásica y la historia antigua. Así, Calderón, como dramaturgo de la corte, se asoció con el auge de la ópera en España. En 1648 escribió El jardín de Falerina, su primera zarzuela. En 1660 escribió su primera ópera, La púrpura de la rosa, en un acto. Esto fue seguido por Celos, aun del aire matan (1660), una ópera en tres actos con música de Juan Hidalgo.
La visión de Calderón del mundo humano en sus obras seculares es de una confusión y discordia que surge del inevitable choque de valores en el orden natural. Sus obras religiosas completan su visión de la vida al confrontar valores naturales con valores sobrenaturales. Las más características de estas obras religiosas, siguiendo la tradición establecida fuera de España por el drama jesuita, se basan en historias de conversión y martirio, generalmente de los santos de la iglesia primitiva. Uno de los más bellos es El príncipe constante (1629), que dramatiza el martirio del príncipe Fernando de Portugal. El mágico prodigioso (1637) es una obra religiosa más compleja. Los dos amantes del cielo y El José de las mujeres (1640) son los más sutiles y difíciles. La experiencia humana básica en la que se basa Calderón para el apoyo racional de la fe religiosa es la decadencia y la muerte y la consiguiente incapacidad del mundo para cumplir su promesa de felicidad. Esta promesa se centra en valores naturales como la belleza, el amor, la riqueza y el poder que, si bien se persiguen con prudencia, no pueden satisfacer la aspiración de la mente por la verdad o el anhelo del corazón por la felicidad. Sólo la aprehensión de un “Bien infinito” puede aliviar la inquietud de los hombres.
Esta filosofía religiosa tiene su expresión más conmovedora, en términos de dogma cristiano, en los temas sacramentales. Existen setenta y seis de estas obras alegóricas, escritas para presentaciones al aire libre en la Fiesta de Corpus Christi. En ellos, Calderón llevó la tradición de la moralidad medieval a un alto grado de perfección artística. El alcance de su aprendizaje escritural y escolástico, junto con la seguridad de su técnica estructural y su dicción poética, le permitió dotar los conceptos abstractos de la teología dogmática y moral con una vida dramática convincente. La cena de Baltasar (1630) y El gran teatro del mundo (1635) son excelentes ejemplos del estilo primitivo de Calderón. La mayor complejidad de su período medio está representada por No hay más fortuna que Dios (1652) y Lo que va del hombre a Dios (1652-57). Pero su mayor logro en este tipo de drama se encuentra entre aquellos temas de su vejez que dramatizan los dogmas de la caída y la redención, en particular La viña del Señor (1674), La nave del mercader. (1674), El nuevo hospital de pobres (1675), El día mayor de los días (1678) y El pastor fido (1678). Aquí se encuentra la expresión más conmovedora de Calderón de su comprensión compasiva del descarrío humano.
El haber encontrado una forma dramática que transmita las doctrinas de la fe cristiana le da a Calderón un lugar especial en la literatura, pero su grandeza no se limita a esto. La profundidad y la consistencia de su pensamiento, su inteligencia y su integridad artística, su visión psicológica, la racionalidad y humanidad de sus estándares morales lo convierten en una de las principales figuras del drama mundial.