Hace siglos, las monedas no eran un valor simbólico; eran la forma en que un rey o un gobernador certificaban que ese artículo de forma redonda contenía determinada cantidad de gramos de oro o de plata. Lo que realmente importaba era el metal.
En 1520, en un pueblo de Bohemia llamado Joachimstahl, los nobles tenían derecho a acuñar su propia moneda. En particular el conde Schlick, dueño de la región, que tenía enormes cantidades de plata en sus minas. Tantas monedas se acuñaron con esa plata que se difundieron por casi todo el mundo. Esas monedas se llamaron “joachimstahlers”, nombre que derivo en “tahlers”. El vocablo se fue deformando: en alemán se los llamaba “daaler”, y desde allí, las deformaciones fonéticas inglesas condujeron hasta “dollar”.
A fines del siglo XVIII, las colonias británicas en Norteamérica no tenían moneda propia, ya que los ingleses habían prohibido la circulación de su moneda fuera de Gran Bretaña. En 1751 Benjamin Franklin había solicitado al Parlamento británico autorización para acuñar sus propias monedas, pero la autorización fue denegada. Los colonos norteamericanos usaban monedas españolas y llamaban “dollars” a los pesos españoles.
Hacia 1787 la guerra de la independencia había terminado, pero el nuevo país no se organizaba. La economía era más que tambaleante y la producción no se recuperaba. El Congreso había definido por decreto la moneda de la nueva república, a la que llamó dólar. Pero en realidad las monedas que circulaban seguían siendo las españolas.
El peso español de plata más común en esa época era el “real de a ocho” (su valor era el de ocho reales). Esa moneda tenía en el medio de su cara el mapa del mundo con una corona arriba y, a los costados, las dos “columnas de Hércules”, cada una de ellas con una banda que la envolvía en forma de “S”; la de la izquierda decía “Plus” y la de la derecha “Ultra” (por eso también se la llamaba “moneda columnaria”). Una de las versiones dice que de allí deriva el signo $, que antes tenía dos barras verticales (las dos columnas de Hércules) y que con el tiempo pasó a tener una sola. A esa moneda se la llamaba “dólar español” (“spanish dollar”), y era la moneda que más circulaba en Norteamérica.
Hay otras versiones sobre el origen del signo “$”: una afirma que el símbolo “$” es una deformación de la abreviatura de la palabra española “peso” o “ps”. A finales del siglo XVIII esta abreviatura se simplificaba con las letras escritas una sobre la otra, con la “p” reducida a una línea vertical. Otra versión dice que el origen del signo “$” (pero con dos barras) proviene de superponer las iniciales del país (“United States”), quitándole la curva inferior a la U. En fin, hay para todos…
Los españoles sostenían que cada moneda del “dólar español” tenía 377 gramos de plata. Estudiando el asunto para definir una moneda propia, los norteamericanos detectaron que en realidad esas monedas tenían algo menos: 371,25 gramos de plata. Y decidieron que esa sería la cantidad de plata que tendrían sus propias monedas, que ya pensaban acuñar.
En 1792, el secretario del tesoro Alexander Hamilton le propone al presidente George Washington adoptar el (a esta altura) “daler” como moneda propia. Así, el gobierno de los EEUU, mediante un decreto (“The Coinage Act”), creó la Casa de la Moneda y designó como unidad de circulación el “dólar americano”. Las primeras monedas norteamericanas fueron acuñadas en la casa de Filadelfia (“Philadelphia Mint”) y salieron a circulación dos años más tarde, en 1794. Fueron por un tiempo menos populares que el dólar español, ya que éstas “tenían mejor plata”. El uso del dólar español fue abolido en 1857, pero su influencia se mantuvo en Wall Street, donde el precio de las acciones del mercado de valores se medía en octavos de dólar, ya que el “real de a 8” o dólar español tenía el valor de 8 reales. Esa influencia fue disminuyendo con el tiempo hasta que el dólar norteamericano se instaló definitivamente, siendo la primera unidad monetaria que fue dividida en unidades decimales (un dólar es igual a cien centavos). Hoy la mayoría de países usan un sistema decimal similar.
El tamaño original de las monedas se mantuvo en los Estados Unidos hasta 1935: fueron los “dólares de plata”. Entre 1971 y 1978 se acuñan en aleación cobre-níquel, y actualmente son de latón (cobre-zinc) con un recubrimiento de manganeso.
Recién a principios del siglo XIX algunos bancos nacionales comenzaron a imprimir billetes, aunque la gente tardó bastante en “creer” en ellos: los billetes eran (son) una abstracción: emitidos inicialmente por bancos, los billetes no eran más que el compromiso de un banco de pagar al portador una determinada cantidad de dinero en metálico (un pagaré, digamos), y esos compromisos de pago no siempre se cumplían. O sea: era mejor tener una bolsa de monedas de plata o de oro que un enorme fajo de billetes que “prometiera” la misma cantidad.
El gobierno no emitió su propio papel moneda hasta 1861. Hasta entonces el gobierno emitía “pagarés del Tesoro” y seguía permitiendo que muchos bancos privados imprimieran e hicieran circular su propio papel moneda conforme a los reglamentos estatales. Con el inicio de la Guerra Civil, el gobierno, desesperado por disponer de dinero para financiarla, aprobó una ley que permitía que el Departamento del Tesoro imprimiera y pusiera en circulación papel moneda. En 1862, el Congreso retiró los “pagarés del Tesoro” y comenzó a emitir billetes de Estados Unidos, también llamados “billetes de curso legal”.
Sabiendo que unos pedazos de de papel no tienen un valor intrínseco, en 1900 el gobierno reglamentó por ley lo que se conoce como “patrón oro standard”, con el objetivo de respaldar cada dólar en circulación: los bancos (o el Estado) no podían emitir más billetes que la cantidad de oro que tuvieran en sus bóvedas.
Esto prevenía el peligro de la inflación, y aunque tuvo que suspenderse en la Primera Guerra Mundial y en la crisis de 1929, Estados Unidos mantuvo ese sistema hasta 1933, año en que Franklin D. Roosevelt revocó la necesidad del respaldo en oro y dijo que la garantía del gobierno debería ser suficiente para dar valor al billete. A partir de entonces, los billetes norteamericanos dejaron de tener la inscripción que decía “se pagará al portador a su pedido” y pasaron a tener otra que dice “In God we trust”, “En Dios confiamos” (es el momento de hacer chistes). Pasaron a ser, por así decirlo, pagarés con el gobierno como garante.
Así, los dólares que se usan hoy en día no dependen del respaldo del oro. Esto es conocido como moneda fiduciaria, es decir, el valor del dólar es sólo el que colectivamente se le atribuye.
Actualmente, las monedas y billetes sólo representan el 10% de todos los dólares que circulan en el mundo. El resto…es virtual.