Enriqueta Martí, la vampira que no fue

La primera vez que el escritor Jordi Corominas leyó una reseña sobre la tremebunda historia de Enriqueta Martí i Ripollés, nacida en 1868 -bautizada después “la vampira del Raval“- también creyó en su leyenda negra. ¿Por qué tendría que dudar del relato oficial?

Así quedó registrada en su memoria: “Nacida en Sant Feliu de Llobregat, fue a Barcelona y amó el pluriempleo. Sirvienta, probable prostituta, curandera, proxeneta, secuestradora, mendiga, lavandera, modista, madre sin hijos, progenitora huérfana, amiga de los ricos, princesa de los pobres, vampira por mitología y asesina en serie por caprichos de la propaganda”. ¿Quién da más? se preguntaba el escritor.

Teóricamente -sobre el papel y en connivencia con el relato de las autoridades- Enriqueta Martí habría sido un verdadero monstruo. Todo habría empezado por el secuestro en 1912 -eso sí fue cierto- de una niña de cinco años, Tereseta Guitart.

Diecisiete días después la criatura aparecería con el pelo rapado y vestida con andrajos en su piso de la calle Poniente donde -contaban las crónicas- se encontrarían espeluznantes hallazgos: huesos, restos de sangre, extraños utensilios…

Se suponía que Enriqueta secuestraba niños y utilizaba sus flujos corporales para elaborar ungüentos que vendía a burgueses -a la salida del Liceu- o aristócratas -más arriba de Diagonal- con la promesa de “la eterna juventud”. ¿Se les ocurre algo más espeluznante?

“Yo elaboraba artículos de crónica negra -explica Jordi Corominas a La Vanguardia- intentando buscar alguna rendija por la que comprender la vida de asesinos y víctimas”. Hizo lo mismo en Radio Barcelona. Barajando información sobre crímenes locales siempre chocaba con el nombre de Enriqueta Martí. “Un día, habiendo aceptado ya la versión mentirosa, decidí meterme de lleno, bucear, en la hemeroteca. Precisamente, la de La Vanguardia”. Y entendió por qué muchos cronistas miraban solamente la información escabrosa que se publicó los primeros días prescindiendo de realizar un posterior seguimiento riguroso.

“Enriqueta no era una asesina sino más bien paradigma de una Barcelona pobre y desesperada que era la que no acostumbraba a salir en los medios”. A Corominas le fascina, de Enriqueta, que no deja de ser una víctima de una ciudad donde no se aplica ningún tipo de piedad, no se contextualiza, y donde la miseria era el factor común “por mucho que nos hayamos quedado con la narración del Modernismo oficial o con el esplendor de la burguesía de entonces”.

La curiosidad de Jordi Corominas i Julián, sin embargo, iba más allá. Tras el impacto inicial, cotejó artículos como el publicado por Pedro Costa en El País. Empezó a investigar y, tras muchas horas de trabajo, llegó a la conclusión de que la historia de la Vampira del Raval no había sido más que el producto de una maquinaria periodística a favor del morbo y la truculencia. Repasó notas y archivos, releyó crónicas de la época en La Vanguardia y ABC y confirmó que “muchos de quienes volvieron a explicar el caso se limitaron a leer las reseñas de esos primeros días pero dejaron de investigar los últimos rastros del relato…”. Porque la historia de Enriqueta no es como parece.

La lectura de Barcelona 1912. El caso Enriqueta Martí (Sílex) es doblemente interesante por cuando desmonta toda la maquinaria de la leyenda. Para Corominas, Barcelona, que no contaba hasta entonces con un gran asesino en serie local, la figura de Enriqueta “era una gran oportunidad para encajar en el parque temático barcelonés, una suerte de Jack el Destripador ambientado en la época de la Rosa de Foc”.

El morbo y el sarcasmo estaban servidos. Incluso L’Esquella de la Torratxa publicó, como portada, el 8 de marzo de 1912, un dibujo cómico donde aparecía una monstruosa Enriqueta con un par de niños bajo el brazo y otros tantos a su paso, y una leyenda: “El plat del dia”.

Rumores y falsedades que el ensayo se encarga de desmontar. No es el primero. Hace pocos meses la historiadora Elsa Plaza publicó otro con conclusiones parecidas a las de Corominas y un enfoque sociológico y de género. Enriqueta Martí, lejos de ser una asesina, sería una mísera mujer marcada por un hecho que le destrozó la vida: la muerte de una hijo, con apenas diez meses, a causa de la malnutrición. “Perturbada por esa situación -concluye Corominas- secuestró a Tereseta”. Tal vez para buscarle una compañía a Angeleta, la otra niña que ella cuidaba, en el piso que compartía con el abuelo. “Pero la suya no era una mente analítica ni criminal. Hoy hubiera recibido atención psiquiátrica”.

La leyenda de “la mala dona” ha generado varias novelas, obras de teatro, incluso un musical. El trabajo de Corominas rectifica y dignifica, en algo, su figura. La Barcelona de fin de siglo XIX -una ciudad con el 50% de analfabetismo y 12.000 prostitutas- era lugar idóneo para el relato siniestro. Pero aquella pobre desgraciada sobre la que se cebaron las crónicas de la época -y posteriores- ni siquiera murió, como se dijo, apalizada por sus compañeras reclusas -aunque falleció en prisión- sino víctima de un cáncer de útero.

“Su historia real no deja de ser dickensiana -continúa Corominas- y este es el contraste más salvaje con la versión oscura que hemos heredado. En realidad, lo único que tenemos es un ser anónimo, a quien siempre andan desahuciando, enfrentado a unas condiciones materiales de máxima miseria que la llevan a una serie de hechos alucinantes que tampoco podrían haberse sucedido con tanto impacto sin un elemento esencial: las apariencias”.

Para el autor de este ensayo desenmascarador, Enriqueta fue sólo el chivo expiatorio periodístico que ocultaba las vergüenzas de Barcelona. No olvidemos que su cuñada le da a cuidar su criatura -Angeleta- porque la ha tenido viuda y teme el qué dirán.

El autor del ensayo descarta una por una las hipótesis. ¿Se demostró que existieran los famosos “ungüentos” milagrosos? No. ¿Restos de sangre en alguna toalla? Enriqueta sufría un cáncer de útero que le provocaba hemorragias vaginales ¿De qué eran los huesos que encontraron? Unos, probablemente extraídos de algún cementerio, y utilizados como amuletos mágicos, otros de animales usados para cocinar, gallinas y huesos de cerdo. Su día a día no era más que la suma de una vida desgraciada y una existencia misérrima que alguien quiso manipular, años después, como reclamo turístico.

El caso, tan sensacional como misterioso, queda registrado también en La vampira de la calle Poniente, donde Ginger Ape Books publicó sueltos y reseñas remitidas por las agencias de noticias en la prensa madrileña y crónicas del novelista Luis Antón del Olmet, uno de los forjadores de la leyenda, corresponsal especial del ABC que acabó por creerse aquella aquella feria de detalles macabros. Y, con él, todos sus seguidores.

Enriqueta Martí murió a los 45 años en la prisión Reina Amalia. Su historia acaparó la atención de toda España y esta fue la reseña inicial, el disparo de salida de una leyenda que hoy se está desmontando: “Barcelona 27, 2 tarde (Urgente). Un guardia municipal ha encontrado esta mañana a la niña desaparecida. Estaba secuestrada por una mujer de cuarenta años, llamada Enriqueta Martí, en una casa de la calle de Poniente. Cuando el público ha conocido la noticia, se ha agolpado frente al domicilio de la Enriqueta, y para evitar un asalto, han tenido que acudir las fuerzas del orden público. Ampliaré detalles”.

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