A las 08:15 de la mañana del 6 de agosto de 1945, un artefacto nuclear llamado Little Boy cargada de Uranio-235 destruía Hiroshima (Japón). El lanzamiento de dos bombas atómicas sobre Japón —que puso fin a la II Guerra Mundial— fue el desenlace de un plan que Estados Unidos llevaba más de seis años desarrollando, el famoso Proyecto Manhattan. En él participaron algunos de los científicos más prestigiosos de la época. Uno de ellos era Enrico Fermi (Roma, 29 de septiembre de 1901-Chicago, 28 de noviembre de 1954), el italiano que ha pasado a la historia como el arquitecto de la era nuclear por haber desarrollado el primer reactor nuclear, como los de las centrales de energía atómica
Fermi se doctoró en Física en la Escuela Superior Normal de Pisa en 1922 y con solo 26 años comenzó a trabajar como profesor en la Universidad de Roma La Sapienza. Allí, su infalibilidad para predecir los resultados de los experimentos se convirtió en algo tan característico que sus compañeros comenzaron a llamarlo Il Papa, el Papa de la Física.
Fue prolífico tanto en el campo teórico como experimental, lo que era una excepción en su época, y está considerado como el último físico que realizó grandes aportaciones a ambas ramas. Comenzó dedicando su carrera a la parte teórica: hizo importantes contribuciones a la teoría cuántica, la física de partículas y la mecánica estadística. A partir de 1934 se centró más en la parte experimental y siguiendo la estela de las investigaciones de Irène Curie —la hija de Marie Curie y también premio Nobel— comenzó a estudiar la radiactividad artificial bombardeando elementos con neutrones.
GANADOR DEL NOBEL DE FÍSICA
Estas investigaciones le valieron el Premio Nobel de Física en 1938, por haber demostrado “la existencia de nuevos elementos radiactivos producidos por procesos de irradiación con neutrones” y por haber descubierto la radiación inducida debida a neutrones lentos. Era el primer paso para desbloquear los secretos de la fisión nuclear.
Ese mismo año, Fermi y su familia deciden huir de la Italia fascista para refugiarse en Estados Unidos. Claramente apolítico, Fermi había sido aceptado por Benito Mussolini como una de las 30 distinguidas personalidades que formaron la Real Academia Italiana en 1929. Durante nueve años, el científico fue capaz de ignorar el ascenso de la ideología fascista; sin embargo, cuando en julio de 1938, Mussolini lanza una campaña antisemita que podía dañar a su mujer, Laura, hija de judíos, decide planear la huida. Aprovecharon la recepción del Nobel en Estocolmo para viajar desde allí hasta Nueva York.
“UNA PEQUEÑA BOMBA PODRÍA HACER DESAPARECER TODO”
Fermi fue uno de los primeros científicos en apreciar el potencial que suponía el descubrimiento de la fisión nuclear. En la primavera de 1939, mirando Manhattan desde uno de las alturas de la Universidad de Columbia (donde empezó a trabajar nada más llegar a Estados Unidos) ahuecó un poco sus manos y señaló: “Una bomba así de pequeña podría hacer desaparecer todo”.
Prosiguió sus investigaciones en 1942 en la Universidad de Chicago, donde pasaría a la historia por crear el primer reactor nuclear, denominado Chicago Pile-1. Un proyecto que él y sus colegas desarrollaron en una cancha de squash bajo las gradas de un estadio abandonado de la Universidad y que decidieron no comunicar al entonces presidente de la institución por miedo a que lo parara. Allí consiguieron la primera reacción en cadena autosostenida, que permitía que la liberación continuada en el tiempo de neutrones. Un descubrimiento clave para el desarrollo de la bomba atómica y también, con posterioridad y en tiempos de paz, para la creación de las centrales nucleares.
A partir de ese momento, Fermi sigue colaborando con el Proyecto Manhattan, pero desde el principal centro operativo: Los Álamos, Nuevo México. El italiano describió su trabajo allí como “una labor de considerable interés científico”. Sin embargo, años más tarde, cuando fue preguntado en un panel de expertos sobre el desarrollo de una superbomba de hidrógeno, la rechazó con rotundidad por ser un arma “cuyo efecto práctico es similar al genocidio”.
Después de la guerra, Fermi fue director del nuevo Instituto de Estudios Nucleares de la Universidad de Chicago a donde acudían estudiantes de todo el mundo para estudiar con él. Murió el 28 de noviembre de 1954, con apenas 51 años, a causa de un cáncer de estómago. Considerado por la revista Time como una de las personas más influyentes del siglo XX, su legado sigue hoy en día en las decenas de cosas nombradas en su honor. No solo el elemento atómico número 100 se llama Fermio (Fm), sino que su nombre preside tres instalaciones nucleares, el laboratorio de partículas FermiLab, el Telescopio Espacial de Rayos Gamma Fermi, un prestigioso premio y varias calles en su Italia natal.
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