En la calle Charcas al 2800, en pleno barrio de Recoleta, arrinconada entre edificios modernos, está la Casa Histórica de Tucumán. Para el peatón distraído, encontrarse con tal construcción pude resultar inesperado. No sólo es la transposición geográfica de uno de los edificios más reconocidos del país, sino el sentido de extrañeza que resulta de ver una casa colonial en plena Ciudad de Buenos Aires. Si el peatón distraído además es un peatón curioso, rápidamente se dará cuenta de que se encuentra frente a la casa en la que vivió Ricardo Rojas, hoy un museo nacional.
En este punto, son muchísimos los que reconocen ese nombre, tan fácil de encontrar en calles, centros culturales y demás instituciones por todo el país. Son muchos menos los que recuerdan hoy quién fue y por qué cada 29 de Julio, fecha de su muerte en 1957, se celebra el día de la cultura nacional.
Rápido y fácil: Rojas fue un hombre de letras. Nacido en Tucumán en 1884, pasó gran parte de su primera infancia en Santiago del Estero, provincia de la que su padre fue gobernador. De joven se trasladó a Buenos Aires para estudiar en el Colegio Nacional y, luego, en la UBA, institución de la que años más tarde sería rector entre 1926 y 1930. Se destacó en todo tipo de actividades e incluso fue víctima de la persecución política en la década del ’30, algo que le valió el exilio a Tierra del Fuego. En cuanto a sus logros académicos, además de crear en 1913 la primera cátedra de Historia de la Literatura Argentina – que tendría a su cargo hasta 1947-, escribió profusamente en géneros tan diversos como el periodismo, la narrativa, la lírica y el ensayo. Sin intención de desmerecer el resto de su obra, es en este último género, en su trabajo ensayístico, donde probablemente se encuentren sus ideas más representativas, ya que gran parte de su trabajo estuvo destinado a definir la identidad nacional.
Es importante, en este punto, recordar que Rojas estuvo sumamente influenciado por un contexto de gran retrospección como fue el Centenario de la Revolución de Mayo. La cuestión de la “argentinidad” resultaba especialmente atractiva en ese momento por la irrupción del cosmopolitismo y los aluviones inmigratorios, pero ciertamente no era un problema nuevo.
Desde inicios del siglo XIX, en el contexto de la post independencia, los intelectuales de la Generación del 37 habían intentado dar una respuesta a la pregunta que Sarmiento dejaría explícita en Conflicto y armonías de las razas en América (1884): “¿Argentinos? Desde cuando y hasta donde; bueno es darse cuenta de ello”. Para autores como Alberdi, Echeverría y el mismo Sarmiento, la nación nace en 1810 y, por lo tanto, el nacionalismo es algo que no puede existir sino después de su nacimiento. Esta visión, por supuesto, excluye cualquier componente hispánico de la construcción de la argentinidad y, en cambio, buscaba muchas veces afianzarse en lo que ellos percibían como lo novedoso, como el futuro. En busca de esos ideales para elevar a lo argentino, muchas veces visto como inferior, de estas teorías muchas veces se desprende la idea de que lo que venga de afuera es “civilizador” o que, por lo menos, tiene un valor pedagógico que servirá para sacar a la nación del atraso.
Para 1910, la cuestión estaba lejos de haber sido resuelta y, frente a los nuevos desafíos que planteaba la modernidad, existía todo un abanico de teorías que continuaban tratando de desentrañarla. Entre los discursos de moda basados en ideas positivistas o cientificistas – que buscaban dar una suerte de respuesta biológica a la formación de la raza argentina – los trabajos de Rojas, por el contrario, se destacan por su originalidad.
En los libros que dedica a este tema, como Blason de Plata (1910), Argentinidad (1916) y Eurindia (1924), Rojas considera que la nacionalidad, la “raza”, está dada por una cultura y una política en común, basadas en un territorio. Como la base geográfica es tan importante en sus teorías, la definición del ser nacional trasciende la barrera temporal, en general ubicada en 1810, y no puede ser entendida sino teniendo una visión más completa de la historia de dicho territorio remontándose no sólo a la conquista, sino también a los tiempos pre hispánicos. De estas consideraciones emana una teoría muy interesante, sumamente personal, como es la de una cultura “euríndica”. Según Rojas, entonces, el argentino no debe basar su identidad en lo europeo ni en lo americano estrictamente, sino en una mezcla de ambas cosas, un híbrido. Lejos de las dicotomías del estilo “civilización o barbarie” o “unitarios y federales”, tan comunes en nuestra historia, él propone evitar las divisiones hacia adentro y definirse más en torno a una distinción entre lo “exótico” y lo “indiano” o, de forma más general lo importado contra lo raizal. Reconocer la existencia de esta mezcla tan específica, basada en este suelo, re significa la historia Argentina. Este nuevo relato nacional, esta re escritura de la historia, debía por supuesto ser difundido por las instituciones educativas laicas y democráticas, estableciendo así una marcada diferencia entre este ideal heterogéneo y los proyectos homogeneizadores impulsados por las elites estatales del momento.
El concepto de la mezcla entre lo americano y lo europeo como elemento fundante de la argentinidad es sumamente atractivo e, incluso, parece acercarse a muchas de las concepciones más modernas que siguen tratando de dar sentido a la identidad nacional. No obstante, la concepción “eurindia” de Rojas resulta problemática. Las críticas más frecuentes sobre su trabajo radican en lo que muchos califican de idealismo. Para Rojas, si bien la inmigración no es un fenómeno negativo per se y jamás propone la expulsión de los inmigrantes, la mezcla es importante en la medida en que no sea contaminada por estos nuevos componentes “exóticos”, algo que queda confirmado empíricamente, pareciera, por las leyes de Residencia (1902) y de Defensa Social (1910). La propuesta de Rojas frente a esto era la integración de estas masas a través de la educación en el nacionalismo. Si bien las ideas rojianas son bastante inclusivas, fallan en cuanto a que no logran dar respuesta a las identidades personales de estos nuevos migrantes “cosmopolitas”, como él los clasifica. En el discurso de Rojas, pareciera, la mezcla no siempre resulta positiva y solo lo es en la medida en que suceda bajo ciertos parámetros.
Este problema lleva a una segunda complicación, también fuertemente afianzada en el idealismo de Rojas. Muchos lo acusan de ingenuo ya que, según sus ideas, en el caso de encontrarse ante una mezcla como la que dio origen al ser nacional, esta siempre es buena, nunca problemática ni polémica. Esto resulta llamativo, especialmente en cuanto a que el período en el que se produce este híbrido está inserto en un proceso de colonización y conquista. Así es que, tergiversando una historia que él conocía perfectamente, Rojas se permitía vaciar a la historia de violencias u oposiciones y llenarla de poesía. Esto queda claro, por ejemplo, en Blasón de Plata (1910), cuando, intentando dar una imagen idílica del intercambio entre lo europeo y lo nativo describe:
“La Cruz abría sus dos brazos de amor, entre un círculo de indios y de aceros, ambos desnudos. La brisa del mar propicio hasta tremolar, sobre las cabezas descubiertas, los estandartes de Castilla, su cruz de seda verde, sus iniciales de oro. Al monótono son de las plegarias, respondiale, con su coro litúrgico, la voz antigua del océano”.
Este cruce de culturas, aunque a veces parezca simplista, es claramente algo que Rojas se tomaba enserio. Al punto que decidió hacer de esta idea la base sobre la que diseñó su hogar en Buenos Aires. Para el observador crítico, la casa de Ricardo Rojas, esa “casita” de la independencia trasplantada, puede dar la impresión de ser una especie de EPCOT, el parque diseñado por Walt Disney, por la perfecta selección, edición y reproducción de de elementos de los más diversos orígenes. Sin embargo, este proyecto del arquitecto Ángel Guido -diseñado en 1927 y completado en 1929-, es un perfecto resumen de los ideales rojianos. La fachada principal y el patio muestran la influencia hispana ya que están inspirados en dos construcciones coloniales: la casa histórica de Tucumán y en la Iglesia de San Lorenzo de Potosí, respectivamente. El elemento indiano por supuesto no está ausente y se encuentra presente especialmente en una decoración que incluye elementos referidos al culto y a la vida incaicos como el sol, el maíz y otros frutos nativos.
Con mayor o menor éxito, lo cierto es que Rojas siempre fue coherente con estas ideas y dedicó gran parte de su vida a tratar de resolver un problema que aún hoy no tiene respuesta. Por lo menos, en el camino, su aporte fue tan significativo que logró que en un día como hoy, 29 de julio, se conmemorara la cultura nacional, lo que sea que eso signifique.