Sin novedad en el frente – uno de los primeros y más importantes libros sobre la Primera Guerra Mundial – es sin duda un clásico absoluto de la literatura del siglo XX, pero considerarlo bajo esta luz puede resultar un tanto injusto para con su autor, Erich Maria Remarque. Desde ya, con este antecedente de éxito, no llama la atención que toda la obra que el escritor alemán hizo por fuera de aquella reconocida novela haya palidecido en comparación. Pero, por más que hasta él mismo reconociera que no había forma de escapar a la larga sombra que su novela más famosa echaba sobre el resto de sus trabajos, vale la pena meterse un poco más a fondo en la vida del hombre detrás del libro.
Como el segundo de cuatro hermanos, nació con el nombre de Erich Paul Remark el 22 de junio de 1898 en Osnabrück, Alemania. Tuvo una infancia cómoda en el seno de una familia de clase media y, hacia 1915, se encontraba preparándose para ser maestro cuando la coyuntura se metió en su vida y la interrumpió. La guerra que ya asolaba Europa demandaba cada día más soldados y en 1916 el joven Remarque partió a hacer el servicio militar sabiendo que su destino estaba en los campos de batalla. Con sólo seis meses de preparación, para mediados de junio de 1917 se encontró peleando en el Frente Occidental. Previsiblemente, la situación duró poco y terminó mal. El 31 de julio, con severas heridas de metralla, fue enviado a un hospital alemán donde pasó el resto de la guerra recuperándose y, eventualmente, actuando como enfermero.
La vida, se podría decir, le sonreía, pero los traumas del pasado todavía estaban latentes. El periodismo deportivo y la cobertura de grandes eventos sólo podían tapar la confusión colectiva de una generación hasta cierto punto y Remarque, en el fondo, lo sabía. Años después describiría su situación en la posguerra diciendo: “Estaba desconocido y la vida era difícil. No tenía nada que ver con las manifestaciones de la cultura moderna. Sentía que era diferente y me sentía solo”. Quizás por eso, como él mismo confesaría años después, hacia 1928 el tuvo un arranque de inspiración que, en sólo cuatro semanas, lo llevó a volcar todo lo que había vivido y le habían contando sobre la vida en el Frente Occidental. La crudeza, la convivencia con la muerte, la deshumanización y la pregunta más importante – ¿qué pasará con todos estos jóvenes cuando la guerra termine? -; todo fue recuperado por Remarque en lo que hoy conocemos como Sin novedad en el frente (1929).
Este libro, considerado el primero de su tipo, tuvo inicios difíciles en tanto que él creyó que era demasiado personal y varios editores luego lo rechazaron arguyendo que el mercado no se interesaría por las experiencias de la guerra, pero eventualmente la novela de Remarque pudo salir a la luz. En esta instancia, para sorpresa de muchos, incluido el mismo autor, el libro fue un éxito inmenso que se vio magnificado por la adaptación al cine de Lewis Milestone en 1930. Cientos – si no miles – de veteranos se sintieron comprendidos en su dolor e inundaron a Remarque con cartas sobre sus propias historias de guerra que el escritor se encargaba de contestar religiosamente. Pero, lejos de experimentar felicidad o entusiasmo, Remarque ya señalaba en esos años confesaba sentirse “inexpresablemente triste e indefenso”.
Allí, Remarque se refugió de un régimen nazi que iba en ascenso y que desde 1933, asentado en la cúspide del poder, se encargó una y otra vez de apuntar en su contra. Primero vinieron las prohibiciones y los rumores de que era judío, después llegaron las quemas de sus libros y, finalmente, la anulación de su ciudadanía en 1938, a poco de sacar su novela Tres Camaradas (1937). La situación, claramente, se estaba volviendo insostenible y Remarque temió por su vida y la de su ex esposa, la bailarina y actriz Jutta Ilse Zambona, por lo que decidió casarse nuevamente con ella, conseguir visas para ambos y partir a los Estados Unidos.
Años después, acabada la guerra, se enteraría de que sus miedos eran fundados y de que su hermana Elfriede había sido juzgada irregularmente por haber hablado mal de la guerra, siendo ejecutada en 1943 luego de que le confesaran: “Su hermano se nos escapó, pero usted no lo hará”. En el ínterin, sin embargo, la vida de Remarque en el exilio transcurrió con relativa facilidad, dadas las circunstancias. A diferencia de lo que les sucedió a otros autores alemanes, él encontró un eco favorable para su trabajo, pudo desarrollarse profesionalmente y hasta publicó un libro en inglés en 1941 titulado Flotsam (a veces traducida como Los Náufragos).
Ya con el conflicto terminado, no hubo ninguna propuesta desde el gobierno alemán para restituirle su nacionalidad y, desde 1947, adoptó la estadounidense, instalándose luego definitivamente en Suiza con su nueva esposa, la actriz estadounidense Paulette Goddard. En este punto, Remarque continuó escribiendo novelas que lograron una muy buena recepción popular, como Arco del triunfo (1946), La chispa de la vida (1953), Tiempo de vivir, tiempo de morir (1954), El obelisco negro (1956) o La noche de Lisboa (1962). Varios de estos títulos fueron adaptados al cine y el mismo autor llegó a diversificar su producción, elaborando algún guion para la gran pantalla o explorando las posibilidades que el teatro tenía para ofrecer, como en el caso de la obra La última estación (1957).
Ninguno de estos textos, tal como Remarque había presagiado, llegó a tener el éxito o la trascendencia de Sin novedad en el frente, pero hacia el final de su vida él estaba confiado en haber hecho un buen trabajo que, si bien no tan espectacular, había sabido captar con gran destreza las vicisitudes y sensibilidades de su tiempo. Para mediados de la década del sesenta dejó de trabajar cuando su salud se comenzó a deteriorar y, finalmente, el 25 de septiembre de 1970 falleció y fue enterrado en Suiza.