Los comicios marcaron el nacimiento de la democracia en un país donde la injusticia, la violencia y la persecución racial habían sido el escenario dominante durante mucho tiempo. Ese gran momento electoral fue también el punto culminante de la batalla heroica contra el apartheid, de la cual Nelson Mandela fue la cabeza visible.
Mandela, que durante casi toda su vida fue líder de la lucha por la igualdad racial y por derechos de la población de raza negra, fue encarcelado en 1962 y pasó 27 años en prisiones estatales. Su reputación creció y al salir de la cárcel ya era el líder negro más importante en Sudáfrica; un hombre de 75 años preparado para llevar a la práctica su idea de una nueva Sudáfrica, “donde todos sean iguales, donde todos trabajen juntos para conseguir la paz, la seguridad y la democracia para siempre.”
En prisión, él y otros presos políticos realizaban trabajos forzados en una cantera de cal. Las condiciones de reclusión eran muy rigurosas; los presos políticos eran separados de los delincuentes comunes y tenían menos privilegios. Mandela, como prisionero del grupo más bajo de la clasificación, sólo tenía permitido recibir una visita y una carta cada seis meses.
Mientras estuvo en la cárcel Mandela estudió por correspondencia a través del programa externo de la Universidad de Londres, obteniendo el grado de Licenciado en Derecho. En marzo de 1982 Mandela fue transferido de la prisión de Robben island (frente a Ciudad del Cabo) a la prisión de Pollsmoor, junto con otros altos dirigentes del CNA: Walter Sisulu, Andrew Mlangeni, Ahmed Kathrada y Raymond Mhlaba.
“Yo era un joven agresivo y arrogante. Mis 27 años de cárcel me hicieron comprender lo importante que es la tolerancia y que no hay tiempo para la amargura sino para la acción”. “La celda es el lugar idóneo para conocerte a ti mismo. Me da la oportunidad de meditar y evolucionar espiritualmente”.
En febrero de 1985 el presidente Pieter Willem Botha, del Partido Nacional (PN) ofreció la liberación condicional de Mandela a cambio de renunciar a la lucha armada.
Mandela contestó a través de un mensaje que fue leído por su hija Zindzi en un acto celebrado en Soweto, ante unas seis mil personas, que no puede ni quiere hacer promesas mientras el régimen sudafricano no desmantele el sistema de segregación racial. “Yo no soy un hombre violento”, declara Mandela, a la vez que se manifiesta sorprendido por las condiciones impuestas por el gobierno de Botha para su liberación. Mandela agregaba: “antes de pretender que más de 22 millones de negros abandonen la lucha por sus derechos en su propia patria, Botha debería legalizar el Congreso Nacional Africano, poner fin a la política de segregación racial, abandonar su propia violencia, liberar a todos los prisioneros y garantizar una actividad política libre.” “¿Qué libertad se me ofrece, mientras sigue prohibida la organización de nuestra gente? Sólo los hombres libres pueden negociar. Un preso no puede entrar en los contratos.”
Desde noviembre de 1985 y durante los siguientes cuatro años se sucedieron las reuniones y contactos entre Mandela (que ya era el referente de la población negra sudafricana, amplia mayoría de la población del país). En 1988 Mandela fue trasladado a la prisión Víctor Verster, permaneciendo allí hasta su liberación en febrero de 1990.
La histórica elección, que comenzó el 27 de abril de 1994 y que duró cuatro días, provocó colas kilométricas ante las urnas. Unos dieciséis millones de negros y nueve millones y medio de blancos, asiáticos y mestizos ejercieron su derecho al voto. Mandela obtuvo más del 60% de los votos, relegando ampliamente a su rival más próximo, el ex presidente F. W. De Kerk, el hombre que había intentado empezar a abolir el apartheid cinco años antes, luego de un largo recorrido de décadas de abusos metódicos.
La propia campaña electoral había sido violentamente interrumpida por enfrentamientos entre blancos y negros. Milicias como el Movimiento de Resistencia Afrikaner seguían insistiendo, a fuerza de bombas y balas, en una república para blancos.
El líder del Partido Inkatha, el zulú Manghosuthu Buthelezi, también recurrió al terrorismo para boicotear las elecciones. Buscaba asegurar la autonomía zulú en la Sudáfrica del post-segregacionismo; una semana antes de los comicios, Buthelezi desactivó el boicot.
Mandela asumió el cargo bajo la gran presión de una expectativa mundial enorme. Muchísimos negros vivían sin electricidad ni agua corriente y el 50% era analfabeto a causa de la enseñanza discriminatoria.
Se esperaba que el 87% de la tierra cultivable, en poder de los blancos, fuera redistribuida. “No esperen que hagamos milagros”, advirtió Mandela. Pero ahora hablaba como presidente. Y eso ya era un milagro. Por qué no esperar otros…