Después de dos décadas de actividad poco reconocida como comediante, Alfred Hill -más conocido bajo el pseudónimo de “Benny Hill“- comenzó a escribir sus propios libretos, que lograron convertir sus presentaciones en un éxito internacional (aunque, en Argentina, el general Galtieri prohibió su emisión por provenir de un país enemigo).[1]
La fama de seductor, de la que hacia ostentación en su show, era solo fruto de su frondosa imaginación. Las tres mujeres a las que amó y a las que les propuso matrimonio lo rechazaron. Benny Hill, desde entonces, vivió solo y no se le conoció ningún romance o relación duradera.
A pesar de la fortuna que acumuló, siempre vivió en departamentos alquilados y escasamente amueblados y nunca tuvo un automóvil. Poca gente lo visitaba y no tenía compromisos sociales, vivió con su mamá hasta su muerte, pocos antes de la suya. Le gustaba pasar largas horas frente al televisor mirando viejas películas. Llegó a pesar cien kilogramos y a sufrir de arritmias cardíacas, por lo que los médicos le recomendaron hacerle un bypass coronario, pero él se rehusó.
En la primavera de 1992, los vecinos del departamento que rentaba se quejaron de un olor nauseabundo que brotaba de este. Fue entonces cuando se percataron de que hacía unos días que no veían al gracioso inquilino. La policía, después de forzar la puerta, encontró al comediante muerto en estado descomposición, sentado frente al televisor encendido.
El cuerpo del señor Hill fue enterrado en el cementerio de Shirley en Southampton, Inglaterra. Las diez millones de libras que dejó en herencia se distribuyeron entre sus sobrinos, pero este detalle pasó desapercibido y comenzó a correr el rumor de que había sido enterrado con todo su dinero. Pocos meses después, su tumba fue profanada y el ataúd, abierto. Cuando la policía examinó el féretro al día siguiente, encontró dentro del sarcófago al comediante, solo, como siempre.
Los ladrones son los únicos que saben si Benny Hill pretendía llevarse sus millones al más allá, con finalidades que desconocemos y nos cuesta imaginar o, acaso, esta haya sido su última broma…
[1]. Las ridiculeces son parte de la condición humana. Aunque había sido prohibido en Argentina, Hill realizó un sketch donde se burlaba de Thatcher y de su aventura en el Atlántico Sur, que también fue censurado en Inglaterra.
Extracto del libro Trayectos Póstumos de Omar López Mato (Olmo Ediciones).