El primer diplomático

Álvarez Jonte nació en Madrid, en 1784, y a los nueve años se radicó en Buenos Aires con sus padres, que eran personas de muy modesta condición.

Hizo sus estudios de latín y filosofía en el Colegio de Monserrat, de Córdoba, graduándose de bachiller.

Después se trasladó a Chile, en cuya Universidad de San Felipe obtuvo los títulos de licenciado y doctor en cánones y leyes, el 29 de abril de 1808.

Nuevamente en Buenos Aires actuó resueltamente en el movimiento emancipador. La actividad y decisión demostrada en aquellas memorables jornadas le valieron para que el gobierno patriota lo enviara a Chile, con el propósito de acelerar el movimiento revolucionario que, en estado latente, debía estallar de un momento a otro.

El 18 de septiembre de 1810 -fecha en la que en el pueblo hermano se producía análogo movimiento al nuestro, con el establecimiento de la Junta Suprema del Reino de Chile-, fue nombrado comisionado por la Primer Junta para que la representara.

Al llegar a Mendoza se enteró del cambio político operado en Chile, y a pesar de ello, no desistió de su viaje, llegando a Santiago en 29 de octubre.

Álvarez Jonte, no obstante tener poderes para presentarse solamente ante el Cabildo santiaguino, fue recibido por la Junta de Chile con toda solemnidad, donde pronunció un elocuente discurso de recepción. En él, propuso tratados políticos, comerciales y una alianza militar ofensiva tendiente a afirmar el provenir de Chile y las Provincias del Río de la Plata.

La Junta de Buenos Aires le amplió los poderes, posteriormente, transformándolo en un verdadero diplomático con el título de diputado o representante el 29 de noviembre de 1810. Con ese motivo, en un acto oficial, pronunció un nuevo discurso, de contenido verdaderamente revolucionario, desarrollando “las doctrinas políticas de los filósofos del siglo XVIII, sobre la soberanía popular y el derecho inalienable de todas las agrupaciones humanas para darse el gobierno que les conviniera a sus intereses y a su progreso”, como decía Diego Barros Arana. Su discurso causó honda impresión, en la clase dirigente.

Entretanto, asociado a los patriotas más vehementes de Chile, apoyaba a Juan Martínez de Rozas y a Manuel Salas, desplegando una actividad inusitada hasta llegar a ser el autor de algunos panfletos que comunicaban al gobierno noticias calculadas para desacreditar a sus enemigos políticos.

El envío que se hizo a Buenos Aires de unas cartas acusatorias de su actuación, sirvió para que la Primera Junta lo relevara del cargo, siendo sustituido por don Bernardo de Vera y Pintado, a mediado de 1811.

De todos modos, cábele la gloria de que su desempeño fue la primera manifestación concreta de la diplomacia independiente en el continente americano.

De regrese a Buenos Aires, en 1812, fue elegido regidor de sexto voto y defensor de menores, al renovarse el Cabildo de Buenos Aires.

En enero 22, se le designó conjuntamente con don Mariano Sarratea, para integrar el Tribunal de Concordia.

Orador fogoso, fue encargado por el Triunvirato, para pronunciar un discurso alusivo al aniversario de Mayo en la Plaza de la Victoria, el 25 de mayo de 1812, pleno de ideas liberales y patrióticas.

La Revolución del 8 de octubre, que produjo la caída del Primer Triunvirato, lo llevó al gobierno, siendo elegido por gran mayoría de sufragios para integrar el Segundo Triunvirato, con Juan José Paso y Nicolás Rodríguez Peña.

El 28 de septiembre de 1813, en unión con el doctor José Francisco Ugarteche, y en la que era secretario don Justo José Núñez fue nombrado en una Comisión destinada al Alto Perú.

El 27 de diciembre recibió la orden de enjuiciar al general Belgrano para esclarecer su conducta a raíz de los desastres de Vilcapugio y Ayohuma, en el que se lo absolvió de culpa y cargo.

De regreso a Buenos Aires, intervino en los sucesos de 1815, y el 14 de abril, se presentó en el campamento del Director Supremo, general Alvear, requiriéndole la renuncia de su cargo, por cuyo motivo fue desterrado.

En Londres frecuentó el trato de algunos políticos que se interesaban por la independencia de América, entre ellos, Blanco White y el filósofo inglés Jeremías Bentham. Se dice que pudo mantenerse allí debido a los recursos que le enviaba el general San Martín. Desde ese lugar contribuyó eficazmente a la creación de la escuadra chilena, que habría de mandar Lord Cochrane, con quien volvió a Chile.

Enfermo de cuidado, siguió prestando señalados servicios. La Logia Lautaro le impuso la obligación de vigilar al almirante Cochrane y de asesorarlo. Con ese fin fue nombrado Auditor de Marinas y secretario general de la escuadra, encargado al mismo tiempo, de dirigir la propaganda revolucionaria en el Perú.

Continuó vinculado a San Martín, por quien profesaba alta estima, lo cual le valió la enemistad de Lord Cochrane.

Designado el 12 de enero de 1820, Auditor del Ejército de los Andes, por orden del Libertador, la grave enfermedad que minaba su salud le impidió ocupar el puesto.

Desembarco en Pisco, falleció el 18 de octubre de ese año. Sus restos fueron enterrados en la Iglesia matriz de dicha ciudad.

Cuando el general San Martín entró triunfante en Lima, el 10 de julio de 1821, dispuso el traslado de los restos al panteón de la Ciudad de los Virreyes, agregando para sus hijos una pensión vitalicia de 360 pesos anuales.

En homenaje al amigo, decretó también que el baluarte “Príncipe”, de las defensas del Callao, llevase en adelante el nombre de “Jonte”. San Martín formuló un cálido elogio del prócer, al decir que “La patria perdió en él, un antiguo defensor de sus derechos, y el ejército un digno compañero de sus empresas”.

En Buenos Aires se conserva excelente documentación sobre la misión de Álvarez Jonte, en el Archivo General de la Nación y en el Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto.

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