El perverso encanto del anarquismo

Creció Severino Di Giovanni, en una Italia destruida por la guerra: hambre, pobreza, soldados mutilados en medio de una conflictiva situación política. De joven se vio fascinado por la prédica de anarquistas (Bakunin, Kropotkin, Malatesta), mientras se formaba como tipógrafo. Después de quedar huérfano se dedicó a la militancia, mientras el fascismo se imponía en Italia.

Mussolini marchó sobre Roma con sus Camisas Negras, mientras imponía censura y perseguía a los ácratas. Severino, que se había casado con su prima, decidió emigrar a Argentina con sus tres hijos.

En nuestro país encontró trabajo como tipógrafo, mientras continuaba su prédica con la revista Culmine, que cada día radicalizaba más su posición, a punto de enfrentarse con otras agrupaciones afines, como FORA.

El 6 de junio de 1925, durante una función especial en el Teatro Colón para celebrar el 25 aniversario del acceso al trono de Vittorio Emanuele III, Di Giovani y su amigo, Paulino Scarfó, interrumpieron la función al grito de ¡Asesinos! ¡Ladrones! Repudiando la presencia del embajador italiano, representante del régimen fascista. Las escoltas del diplomático se trenzaron en una feroz pelea con los anarquistas, quienes terminaron en la cárcel.

En 1927, participó en los actos de solidaridad por la ejecución de Sacco y Vanzetti. Mientras continuaba su prédica violenta a través de la revista Culmine, desde donde promovía la agitación de los trabajadores italianos.

Di Giovani pasó a los hechos violentos que promovía desde sus editoriales. “A la vida es necesario brindarle la elevación exquisita, la rebelión del brazo y de la mente”, predicaba.

Dentro de esta “elevación exquisita” se cuenta la voladura del City Bank, donde murieron dos personas (24 de diciembre de 1927), la explosión del Banco de Boston, donde solo hubo daños materiales, el ataque a la Embajada Americana, como acto de venganza de Sacco y Vanzetti, la voladura del Consulado italiano, donde hubo nueve muertos, y treinta y cuatro heridos.

Entre los robos (más de $ 300.000 de la época), y actos violentos, que cometió junto a Scarfó, asesinó a un policía (el agente Domingo Dedico). También se sospecha que mató a Emilio López Arango, del periódico “La Protesta”, y a Giulio Montagna que lo habían delatado.

La policía comenzó a perseguirlo, y lo encontró en una imprenta de la calle Callao. Cuando intentan detenerlo, se da a la fuga y se trenza en una balacera con los agentes del orden. Una niña que salía de su domicilio en la calle Corrientes, muere a causa de una bala perdida. También hiere en la pierna a un policía que se había sumado a la persecución.

Aprovechando la confusión, se fugó por la calle Ayacucho, hasta llegar a la calle Sarmiento, donde cayó herido, y fue trasladado al hospital Ramos Mejía. Finalmente, fue conducido a la penitenciaría de la calle Las Heras, donde confiesa el paradero de su amigo Paulino Scarfó.

Sometido a juicio, fue defendido por el teniente Juan Carlos Franco, quien actuó como defensor de oficio (por este acto, Franco sería dado de baja del Ejército).

El 1ero. de febrero de 1931, Di Giovanni fue fusilado. Antes de morir le escribió una carta la hermana de Scarfó, América, su compañera de vida e ideología.

Murió al grito de ¡Viva la anarquía!“, mirando de frente a las balas que pusieron fin a su vida, condenado por la muerte de once personas.

Roberto Arlt, testigo de la ejecución, escribió para el diario “El Mundo”: “Hoy he visto hombres que se ponen guantes blancos para matar a otros hombres”. Cuando el texto fue leído por el jefe de redacción, ordenó eliminar este comienzo. Según Arlt, fue la primera y única vez que lo censuraron.

El cuerpo de Di Giovanni fue enterrado en La Chacarita, y setenta años más tarde, en un acto oficial de la Casa Rosada, América, recibió las cartas llenas de amor, que Severino le escribiera; llenas de poesía, mientras descargaba su furia letal sobre la sociedad.

Y sin embargo, a pesar de sus crímenes confesos, de sus robos y su prédica violenta, hoy hay muchos que lo consagran como un héroe, como un mártir de la causa. ¿A cuántas personas se necesita matar en Argentina para que un asesino no sea considerado un prohombre, ni que su figura sea idealizada?

Severino peleó por la libertad, pero una libertad inoperante y violenta, granjeándose la simpatía de muchos por ese perverso encanto de la anarquía.

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