Luis Güemes (1856 – 1927) fue sin duda uno de los clínicos más destacados de su tiempo. Nieto del prócer, el doctor Güemes, nació en Salta en 1856. Se graduó en la facultad de Buenos Aires en 1879 con una tesis sobre Medicina Moral. Dos años más tarde partió hacia París donde realizó nuevamente la carrera a lo largo de seis años consecutivos. Es quizás el único caso en la historia nacional en que dos veces se sometió voluntariamente a los extensos avatares de la carrera médica. Entonces, su tesis fue menos lírica, versó sobre la Hemato Salpingitis.
A lo largo de sus años en Francia conoció a Jean-Martin Charcot –el maestro de Sigmund Freud–, a Joseph Babinski y a George Dieulafoy –el mismo que le recomendó a Mitre los baños terapéuticos por sus derrames articulares–. Volvió al país en 1888 y desde entonces se convirtió en una figura consular como docente de clínica médica y académico.
En 1907 fue elegido senador por Salta. En el seno de la Cámara Alta, también tuvo una destacada actuación. Fue decano de la Facultad de Medicina a partir de 1912 y a pedido de sus colegas se resolvió dar su nombre a la Sala de Clínica Médica del Hospital de Clínicas donde había actuado.
Fue el árbitro de los diagnósticos difíciles y médico de los casos comprometidos. Nicolás Avellaneda le regaló un reloj de oro por los servicios prestados y el presidente Quintana le obsequió un hermoso escritorio Luis XIV. Además de atender a Roca por su insuficiencia cardíaca, fue consultado por Juárez Celman y Luis, Roque Sáenz Peña y Bartolomé Mitre. A todos ellos acompañó en sus últimos momentos.
Hombre distinguido, humilde, simpático y sin jactancia fue sin duda alguna, el médico de los presidentes argentinos.