El martirio de Angelelli: he aquí por qué lo asesinaron

El Papa Francisco lo recordó para dar su consejo: “Una oreja para escuchar la palabra de Dios y otra para escuchar al pueblo”. El obispo de La Rioja Enrique Angelelli, asesinado en 1976, fue beatificado en 2019, además de otros dos sacerdotes (un fraile argentino, Carlos de Dios Murias, y el padre francés “fidei donum” Gabriel Longueville) y un laico padre de familia (Wenceslao Perdernera). Todos ellos fueron asesinados en pocos días, durante el verano de 1976, por militares. Mientras las circunstancias del martirio de los dos sacerdotes y del laico que colaboraban con Angelelli no dejan lugar a dudas (fueron asesinados después de haber sido secuestrados y atados de pies y manos, los primeros dos, y agredido por un comando mientras se encontraba en su casa con su familia, el tercero), la muerte del obispo durante mucho tiempo fue considerada un accidente automovilístico. Una “verdad” oficial, del régimen, a la que no creyeron desde el principio muchos fieles de La Rioja, pues había muchos indicios de que se estaba preparando algo nefasto para su pastor, que acabó en el blanco de los militares por su cercanía a los campesinos y por su anuncio evangélico siguiendo las huellas del Concilio Vaticano II y de la Conferencia del Episcopado Latinoamericano de Medellín. El padre Jorge Mario Bergoglio lo conoció personalmente en 1973.

En los últimos años han surgido sospechas sobre las circunstancias de la muerte de Angelelli, así como sobre su misión episcopal, que fue obstaculizada por sectores del catolicismo argentino entusiastas de la dictadura militar y alérgicos a ciertas enseñanzas de la Doctrina social de la Iglesia, en relación con la justicia social. Se ha tratado (primero en Argentina y después entre algunos sitios de internet que pertenecen a la galaxia de medios de comunicación anti-Francisco) de disminuir la figura de Angelelli, presentándolo como un “agitador”, un político, un marxista. Lo mismo sucedió, durante muchas décadas, con el nuevo santo Óscar Arnulfo Romero, el arzobispo de San Salvador asesinado en el altar mientras celebraba la Eucaristía.

El franciscano conventual Murias y el sacerdote francés Longueville, secuestrados en la base aérea de Chamical, Argentina, el 19 de julio de 1976, fueron torturados, asesinados y sus cadáveres fueron aliados dos días después. Wenceslado Pedrera, organizador del Movimiento Rural Católico, fue asesinado en su casa frente a su esposa y sus tres hijas el 25 de julio de ese mismo año. Su causa de beatificación llegó a Roma en 2015. Pocos días después de su asesinato, el obispo Angelelli (18 de julio de 1923 – 4 de agosto de 2976), al volver de Chamical en donde había celebrado una misa en recuerdo de Murias y Longueville, falleció en un accidente automovilístico, según lo que la policía y el tribunal. Pero en julio de 2015, después de que el Vaticano aportara un documento-clave, un tribunal estatal reconoció que se había tratado de un homicidio y condenó a cadena perpetua al ex general del ejército Luciano Benjamín Menéndez, de 86 años, y al ex comodoro Luis Fernando Estrella, de 82 años, reconociéndolos como los autores intelectuales.

A mediados de julio fueron secuestrados los dos sacerdotes de Chamical. Personas que habían mostrado credenciales de la Policía Federal se presentaron en la residencia de las religiosas en donde estaban cenando ambos y se los llevaron. Los convencieron para que los acompañaran diciéndoles que habrían debido testificar por algunos jóvenes encarcelados. Los coches en los que se los llevaron no tenían placas. Las monjas, alarmadas, no denunciara los hechos porque la policía local las convenció de que no era conveniente. Los cuerpos sin vida de ambos fueron encontrados dos días después, el 21 de julio, en un lugar cerca de las vías del tren, a cinco kilómetros del pueblo. Fueron acribillados. Tenían los pies y las manos atadas. Tenían los ojos vendados. Una semana después, el campesino laico Pedernera fue ametrallado en su casa de Sañogasta.

El obispo Angelelli reunió testimonios sobre estos homicidios y conservaba consigo, celosamente, la documentación con la cual, se lee en la relación histórica que se encuentra en las actas del proceso de beatificación, quedaba claro el “plan sistemático de represión”. Desde el 5 de julio de 1976, pocos días antes de que sus dos colaboradores fueran brutalmente asesinados, el obispo Angelelli escribió una detallada relación al nuncio apostólico en Argentina, Pio Laghi (catalogada en las actas de la causa con el protocolo n. 898/2014 por la Congregación para los Obispos), en la que explicó que el jefe militar Osvaldo Héctor Battaglia obstaculizaba el trabajo pastoral de la Iglesia, humillando al obispo, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas con todo tipo de vigilancia y secuestros, incluso durante los ejercicios espirituales: “A todos los presos se le hacen las preguntas fundamentales acera de la relación con el obispo, con los sacerdotes, religiosas e instituciones de la Iglesia”. Los militares suspendieron la transmisión vía radio de la misa que celebraba Angelelli en la catedral de La Rioja y la sustituyeron con una que celebraba un capellán militar. Los militares obligaron al sacerdote arrestado, el padre Ruíz, a escribir desde la cárcel una carta en contra de Angelelli, quien afirmó: “fue moralmente torturado para que la escribiera”.

“Estamos permanentemente obstaculizados —escribió Angelelli al nuncio— para cumplir con la misión de la Iglesia. Personalmente, los sacerdotes, las religiosas, somos humillados, requisados y allanados por la policía con orden del ejército. Ya no es fácil hacer una reunión con los catequistas. Todo este proceder surge principalmente del ejército y de la persona del jefe y del segundo jefe: Pérez Battaglia y Malagamba. El jefe de policía, mayor de Césari, al “demorar” a seis religiosas entre las que estaba la Provincial de las Azules, Madre María Eugenia, públicamente se les dijo que eran sospechadas y que el mayor ideólogo marxista era el obispo. (¡ridículo!). Pero hasta esto llegamos. Me aconsejan que se lo diga: nuevamente he sido amenazado de muerte. Al Señor y a María me encomiendo. Sólo se lo digo para que lo sepa”, pero considerar estos hechos “no significa que no debamos mirar todo desde la Fe y con una gran paz interior y con esperanza cristiana”. Hay que notar el fragmento en el que Angelelli se refiere a las amenazas de muerte y explica al nuncio apostólico que no eran las primeras que recibía.

“No es una novedad lo que informo —se lee en la relación del obispo a monseñor Laghi—, pero es una realidad dolorosa de la que me duele muchísimo. Nuestra cárcel está repleta de detenidos. Personas honorables; padres de familia; gente sencilla, están dentro muchos de ellos por el solo “delito” de ser miembros fieles y conscientes de la Iglesia […] Una novedad para La Rioja: se tortura asquerosamente. Quiero volver a un asunto del que le hablé la última vez: la misión de la Vicaría Castrense, en estas circunstancias que vivimos y las relaciones con la diócesis. Después de la entrevista con el general Menéndez y el general Vaquero en el Comando del III Cuerpo del Ejército en Córdoba, comprendí lo que significa que nuestros militares se sientan “cruzados de la fe” y sientan que hay que unir cruz y espada para matar a los enemigos de Dios y de la Patria. Me lo dijo con esas palabras y convencido, en una conversación amable. Señor nuncio, ¡pensemos a tiempo todo esto para no tener que lamentar consecuencias dolorosas en un futuro muy próximo! ¡No quiero pintar negro el horizonte!”.

Desgraciadamente Angelelli no estaba pintando de negro el horizonte, sino simplemente anunciando (y no había que ser profeta para hacerlo) lo que estaba por suceder. E indicaba nombre y apellido de los autores intelectuales. En otra carta al nuncio, del 27 de julio, el obispo informó al representante del Papa sobre los asesinatos de los dos sacerdotes y del laico, hablando, a pesar de todo, de “paz y esperanza”. Pero también añadió: “Se está investigando. Creo que necesitamos garantías para que tenga resultado positivo. Juzgo que obstaculizarán determinados intereses para que no camine”. En esa misma carta, Anglelelli pidió un encuentro con el nuncio, para “brindar más elementos de juicio”. No habría tenido la posibilidad para reunirse con Laghi, pues su vida estaba por ser troncada, y los documentos que había reunido fueron secuestrados por los militares.

El 27 de julio de 1976, el padre Giorgio Morosinato, Custodio Provincial de los conventuales, escribió al Ministro general de la Orden, escribió una carta al Ministro General de la Orden, el padre Vitale Bommarco, sobre el asesinato de los dos sacerdotes. El documento fue encomendado a la nunciatura apostólica de Buenos Aires para que llegara a Italia sin ser interceptada: “No tenemos dudas de que el doble delito fue perpetrado directamente o mediante mercenarios por la extrema derecha”, ni de que quien asesinó “ha obrado con la protección o el favor de la policía local. El pueblo repite unánimemente que todo es obra de dos altos oficiales dela base de Chamical”. En relación con los homicidios, el padre Morosinato, después de haber hablado con Angelelli, escribió: “No pudiendo, por muchas razones, golpear directamente a la persona del obispo local, toman represalias contra alguno de sus ayudantes. EL obispo ha tenido serias dificultades con dos oficiales de la Base de Chamical por motivos religiosos y de jurisdicción. Además, el clero indicaba que tanto la policía como el ejército consideran a Mons. Angelelli y al clero de izquierdas o directamente comunistas”.

Otra de las razones que cita el superior franciscano en su texto, que ahora pertenece a los documentos de la causa, es la “venganza en contra de los dos sacerdotes” y “particularmente contra el padre Carlos, que siempre, en público y en privado, defendía al obispo y, sin medias tintas, predicaba el Evangelio según la actualización proclamada por el Vaticano II y por Medellín”. También se quería “dar una lección al clero argentino que no se encontraba en la sintonía política impuesta por este nuevo gobierno. Se pretende on estos dos asesinatos cerrar las bocas. Por supuesto, ni el padre Carlos ni el padre Gabriel Longueville pertenecían a la izquierda, ni usaban armas. Además, el padre Carlos había participado con el papá en varias campañas electorales a favor del partido radical (partido del centro). Es más, se puede decir que eran anti-comunistas. Examinando la actividades de los dos sacerdotes, su predicación (el padre Carlos dejó escritas todas sus prédicas dominicales de estos últimos meses), el obispo y el clero local hemos concluido, reunidos todos en Chamical, que los dos sacerdotes, fueron martirizados porque no tuvieron miedo de predicar el Evangelio como la Iglesia y el Papa quieren que sea predicado hoy y por haberse puesto de la parte de los humildes que no tienen ninguna posibilidad de hacerse escuchar. Y esto explica por qué el gran afecto que la gente de Chamical nutría por sus dos sacerdotes y por qué ahora los siente como santos y protectores. Todo nos hace sospechar que la persecución continuará”.

Angelelli escribió al nuncio Pio Laghi sobre las amenazas de muerte que había recibido. Después de los brutales homicidios de julio de 1976, perpetrados contra personas cercanas a él, se dio cuenta de que las amenazas eran inminentes y las había aceptado. El entonces vicario, el padre Arturo Pinto, al describir los últimos días de vida del obispo indicó que estaba consciente de ser el próximo en la lista de los militares y, al mismo tiempo, su determinación a no escapar o establecer acuerdos, según expresó el mismo obispo en una reunión del 3 de agosto de 1976: “En esa reunión, quienes estábamos, le insistimos que tomara distancia porque teníamos miedo por su vida, a lo que él contestó, entre otras cosas: “El pastor no abandona a sus ovejas… A mí me buscan y me encontrarán”” (“Summarium Testium Angelelli”, teste XXIII, § 186).

Sor Angélica dos Santos se reunió con Angeleli durante los últimos días de julio y los primeros de agosto de 1976. Su testimonio, en las actas de la causa, confirma lo que afirmó Pinto: “en esos días precedentes, en una oración de Laudes que se prolongó mucho, al final él hizo un círculo-espiral que mostraba que estaba por tocarle finalmente a él, después de los curas. Como el apóstol Pedro, yo me negaba a aceptar esa posibilidad. Él, como Jesús, me reprochó duramente […] Le dijeron la noche anterior: “Prelado, deje La Rioja, tome un colectivo y váyase a Córdoba”. Pero él no quiso. “Si persiguen a las ovejas, el pastor no puede huir””. También el padre Sebastián Antonio Glassman estaba en esa reunión y confirmó estos detalles, añadiendo que Angelelli recomendó a todos la necesidad de seguir ofreciendo testimonio de los valores evangélicos con valentía, pero al mismo tiempo con la necesaria prudencia: “a nosotros nos aconsejó prudencia, no provocar, no hacernos los héroes, cuidad a nuestro pueblo, no hablar demasiado, porque la gente sabía lo que éramos, pensábamos y no necesitaba que nos hiciéramos los profetas”. El padre Miguel Ángel López, como otros testigos citados, confirma plenamente la conciencia del obispo de ser el objetivo principal de los militares después de los asesinatos de los dos sacerdotes y del laico. Otro testigo, Miguel Argentino Pérez Gaudio, cita otras palabras de Angelelli: “Era valiente. “Mirá, Miguel, no sé para cuánto tengo, me van a matar”, llegó a decírmelo”. “Nos parece que las afirmaciones de los testigos —se lee en la “Positio”— no dejan lugar a ninguna duda legítima sobre la disponibilidad del Siervo de Dios a dar la sangre por amor de Cristo”.

El 3 de agosto, Angelelli se reunió con sus más cercanos colaboradores y, según lo que recordó Pinto, expresó ser consciente de que su destino ya estaba marcado: “En esta reunión, quienes estábamos, le insistimos que tomara distancia porque teníamos miedo por su vida […] Y dijo: “Ahora me toca a mí””. En el ámbito de la misma reunión, el obispo pidió al entonces sacerdote Pinto que lo acompañara de vuelta a su sede. Los eventos del día siguiente fueron descritos con bastante precisión por el testigo. Este último indicó que revisó muy bien todo antes de salir y se aseguró de que el vehículo estuviera en buenas condiciones. Por lo tanto, después de haber almorzado en la casa de algunas religiosas, hacia las 15 él y Angelelli decidieron ponerse en marcha. Considerando la situación, tomaron un camino para evitar cualquier contacto con la entrada de la CELPA (“Centro de Ensayo e Lanzamiento de Proyectiles Autopropulsadosˮ, unidad operativa de las fuerzas aéreas argentinas en La Rioja, que en esa época estaba bajo el comando de Luis Fernando Estrella y Lázaro Aguirre). Al llegar a Punta de los Llanos, a 32 kilómetros de Chamical, se verificó el accidente: “Pasado el paraje mencionado de Punta de los Llanos […] vi sorpresivamente —afirmó Pinto— como un segundo vehículo de tamaño mediano y color claro que nos daba alcance y de manera brusca y rápida nos cerraba el paso. En ese momento alcancé a escuchar un gran reventón perdiendo el conocimiento, que recobré al día siguiente cuando salía del hospital de Chamical hacia Córdoba”.

Los documentos que el obispo llevaba consigo nunca fueron encontrados. En el juicio penal instruido a finales de diciembre para esclarecer los hechos testificó también Rodolfo Peregrino Fernández, secretario privado del entonces ministro del Interior Albano Harnguindeguy. Fernández afirmó que dos días después de la muerte de Angelelli los documentos en cuestión fueron llevados al Ministerio del Interior, en Buenos Aires y que allí se depositaron como documentos reservados.

TEXTO EXTRAÍDO DEL SITIO https://www.lastampa.it/vatican-insider/es/2018/10/30/news/el-martirio-de-angelelli-he-aqui-por-que-lo-asesinaron-1.34056542

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