El León de Münster y Pío XII

«Los tres sermones del obispo Von Galen nos ofrecen también a Nos, en el camino de dolor que recorremos junto con los católicos alemanes, un consuelo y una satisfacción que hacía mucho que no sentíamos. El obispo ha elegido bien el momento para plantar cara con tanto valor»1. Con estas palabras de gratitud y plena aprobación comentaba Pío XII el 30 de septiembre de 1941 en una carta al obispo de Berlín, Konrad von Preysing, el ataco frontal desencadenado contra el régimen de Hitler desde el púlpito de la catedral de Münster en aquel verano del 41 por Clemens August von Galen. Además Pío XII terminaba la carta al prelado de Berlín manifestando todo su apoyo: «No es, pues, necesario que te aseguremos a ti y a tus hermanos que obispos como el obispo Von Galen, que intervienen con tal valor y tan irreprensiblemente, hallarán siempre en Nos apoyo»2. La misiva de Pacelli recibió inmediata respuesta del obispo de Berlín. El 17 de octubre Von Preysing tomó papel y pluma y no dudó en responderle al Papa de la siguiente manera: «Me llena de verdadera alegría que la actuación del obispo Von Galen sea de consuelo al corazón de Vuestra Santidad»3.

Pero, ¿qué hizo este obispo para que Pío XII le hiciera llegar sus ánimos y su aplauso? ¿Quién era Clemens August von Galen? El New York Times publicaba en 1942, en plena guerra, una serie de artículos sobre eclesiásticos que se oponían a Hitler. El 8 de junio de aquel año, el diario estadounidense abría la serie titulada Churchmen who defy Hitler precisamente con un artículo sobre el obispo Von Galen, definiéndole de este modo: «El opositor más empecinado del programa nacionalsocialista anticristiano».

El primer biógrafo de Von Galen, el sacerdote alemán Heinrich Portmann, que desde el 38 hasta el 46 fue su secretario privado, observó una coincidencia: «Von Galen gobernó como obispo por un periodo igual al de Adolf Hitler. Fue consagrado obispo nueve meses después que Hitler llegara al poder y murió unos nueve meses después de la muerte del Führer»4.

Nacido en 1878 en el castillo de Dinklage, en las cercanías de Münster, Clemens August, conde de Galen, hijo de una catolicísima y noble familia de Westfalia, antes de ser consagrado obispo por Pío XI pasó veintitrés años de su sacerdocio en una parroquia de Berlín. Pero cuando el 5 de septiembre del 33 Pío XI lo nombra sucesor en la cátedra de san Ludgerio, los cascos de acero con las cruces gamadas del Tercer Reich presentes en la solemne ceremonia de toma de posesión de su cargo no imaginaban todavía la que se les venía encima con este prelado de nobles orígenes y profundos sentimientos patrióticos. Von Galen fue el primer obispo elegido después del Concordato del Reich, firmado con la Santa Sede el 20 de julio del 33, y fue uno de los primeros obispos alemanes no solo en intuir y desenmascarar con extrema lucidez y firmeza el peligro de la ideología neopagana del nazismo, sino también en denunciar con fuerza y públicamente las violencias y barbaries del terror nazi.

La condena del “catecismo de la sangre” Nec laudibus nec timore. Este era el lema elegido por el imponente prelado alemán. Lo intrépido de aquel nec timore quedó enseguida demostrado.

Ya dos meses después de su consagración, en noviembre del 33, se da cuenta de que los pactos recién firmados con el gobierno no se respetan y protesta enérgicamente contra las violaciones del Concordato. Y cuando a comienzos del 34 Alfred Rosenberg, el principal teórico del nacionalsocialismo, nombrado sustituto del Führer para la dirección espiritual e ideológica del partido, difunde masivamente su Mito del siglo XX, Von Galen, en su primera carta pastoral diocesana de la Pascua del 34, condena sin reservas la Weltanschauung neopagana del nazismo poniendo claramente en evidencia el carácter religioso de esta ideología: «Una nueva y nefasta doctrina totalitaria que coloca a la raza por encima de la moralidad, coloca a la sangre por encima de la ley […] repudia la revelación, pretende destruir los fundamentos del cristianismo […]. Es un engaño religioso. A veces ocurre que este nuevo paganismo se esconde incluso bajo nombres cristianos […]. Este ataque anticristiano que estamos viviendo en nuestros días supera, en violencia destructiva, a todos los demás de los que tenemos conocimiento desde los tiempos más lejanos»5. La carta termina con una admonición a los fieles a no dejarse seducir por tal «veneno de las conciencias» e invita a los padres cristianos a vigilar a sus hijos. El mensaje pascual cayó como una bomba y tuvo un efecto liberador en el clero y en el pueblo, teniendo eco no sólo en Alemania, sino también en el extranjero.

Durante la Pascua del 35, otro contragolpe. El objetivo del obispo siguen siendo la teoría racial y el «catecismo de la sangre» de Rosenberg. Von Galen, no pudiendo callar contra aberraciones tan peligrosas para los fieles, sacó un suplemento con el boletín diocesano con un estudio contra El mito del siglo XX intentando contrarrestar su difusión. La respuesta del régimen no se hace esperar. El jefe de la Gestapo, Hermann Göring, envía una circular en la que pide la exclusión del clero de la enseñanza en las escuelas. Rosenberg se precipita a Münster y pronuncia palabras de fuego contra el obispo, con el intento de calentar al pueblo contra él y liquidarlo. Pero el pueblo de Westfalia, en su mayoría católicos, se apiña alrededor de su obispo: el 8 de julio las manifestaciones de solidaridad culminan en una procesión masiva de fieles. Los acontecimientos de Münster atraviesan de nuevo las fronteras nacionales y la prensa extranjera refiere la batalla alabando el valiente comportamiento del obispo alemán: «Si los católicos son acusados de ocuparse de política, en realidad es el nacionalsocialismo el que se ocupa de religión», comenta lacónicamente desde París Le Figaro.6

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«Yo grito: ¡exijamos justicia!»

El sábado 12 de julio de 1941 el obispo recibe la comunicación de que han sido ocupadas las casas de los jesuitas de la Königstrasse y de Haus Sentmaring. Con el avance de la guerra los jefes supremos del partido intensificaron el secuestro de bienes de las confesiones cristianas, y precisamente en los días en que Münster sufría graves daños por los bombardeos, la Gestapo comenzó sistemáticamente a deportar a religiosos y a ocupar y confiscar los conventos. También fueron secuestrados los conventos de las monjas de clausura. Los religiosos y religiosas fueron insultados y expulsados. El obispo se puso en movimiento inmediatamente. Afrontó personalmente a los hombres de la Gestapo, diciéndoles que estaban realizando «un acto infame y vergonzoso», y los llamó con mucha claridad y franqueza «ladrones y bandoleros». Consideró que había llegado el momento de intervenir públicamente. Estaba listo para cargar con todo por Dios y por la Iglesia, aunque esto pudiera costarle la vida. El día siguiente, tras prepararse bien el sermón, subió al púlpito decidido a llamar a las cosas por su nombre. «Ninguno de nosotros está al seguro, ni siquiera el que en conciencia se considera el ciudadano más honesto, el que está seguro de que nunca llegará el día en que vengan a arrestarle a su propia casa, le quiten la libertad, le encierren en los campos de concentración de la policía secreta de Estado. Soy consciente de que esto puede sucederme hoy también a mí…»8 Y no duda en desenmascarar frente a todos las viles intenciones de la Gestapo, considerándola responsable de todas las violaciones de la más elemental justicia social: «El comportamiento de la Gestapo daña gravemente a amplísimos estratos de la población alemana… En nombre del pueblo germánico honesto, en nombre de la majestad de la justicia, en el interés de la paz… yo levanto mi voz como hombre alemán, como ciudadano honrado, como ministro de la religión católica, como obispo católico, yo grito: ¡exijamos justicia!»9. Con fuerza y seguridad le salían las frases de la boca, como truenos. Con indómito ardor denunció uno a uno los «hechos infames» y los atropellos de que había tenido noticia. «Los hombres y las mujeres», recuerda un testigo, «se pusieron en pie, se oyeron voces de consenso y también de terror e indignación, cosa que generalmente es impensable aquí, en la iglesia. Vi cómo algunos rompían a llorar».10

El efecto de este primer sermón fue devastador. Durante el segundo sermón del 20 de julio la iglesia estaba abarrotada. La gente venía de lejos para escucharlo. Von Galen volvió a abrirles los ojos sobre la locura del proyecto que perseguía el poder, que llevaría al país a la miseria y a la ruina, y volvió a embestir «contra la inicua, intolerable acción que encarcela a sacerdotes, caza como si fueran animales a nuestros religiosos y a nuestras queridas hermanas… que persigue a hombres y mujeres inocentes…»11. Declara vanos todos los intentos y las súplicas a favor de tantos ciudadanos injustamente perseguidos. «Ahora vemos y experimentamos claramente qué hay detrás de la nueva doctrina que desde hace años se nos está imponiendo: ¡Odio! Odio profundo, como un abismo, contra el cristianismo, contra el género humano…»12. Pero fue el tercer sermón del 3 de agosto, sobre el V mandamiento, el que, por la virulencia de sus palabras, fue considerado por el Ministerio de Propaganda «el ataque frontal más fuerte desencadenado contra el nazismo en todos los años de su existencia». El obispo se había enterado directamente del plan de exterminio de minusválidos, de viejos, de enfermos mentales y de niños con deficiencias de los hospitales de Westfalia. El plan lo mantenían secreto los nazis. Comenta un testigo: «Solo quien ha vivido la dictadura nazi puede medir el significado de las siguientes palabras que un obispo se atrevió a pronunciar: «Ahora se mata, bárbaramente se mata a inocentes indefensos; incluso personas de otras razas, de otras procedencias son suprimidas… Estamos frente a una locura homicida sin igual… Con gente como esta, con estos asesinos que pisotean orgullosos nuestras vidas, no puedo sentirme en comunión de pueblo”. Y aplicaba a las autoridades del nazismo las palabras del apóstol Pablo: “El dios suyo es el vientre”»13.

Los sermones tuvieron una difusión enorme, en poco tiempo dieron la vuelta al mundo. Se imprimieron y se leyeron en todas partes. Llegaron incluso a los soldados del frente. No hay más que decir que la gente se afanaba tanto por conseguirlos que incluso se intercambiaban por mercancías. El pueblo alemán, cristianos y no cristianos, los había recibido con gran reconocimiento. Por la documentación encontrada entre los escombros de Berlín sabemos que durante el invierto del 41-42 varios judíos fueron arrestados por la Gestapo por la difusión de los «sermones instigadores» del obispo de Münster.14 Por estas intervenciones todos pensaban, incluso el obispo, que iba a ser eliminado al cabo de poco. El jefe de las organizaciones juveniles de las SS publicó esta declaración: «Yo lo llamo el cerdo C.A., es decir, Clemens August. Este alto traidor, traidor del país, este cerdo está libre y se toma la libertad de hablar contra el Führer. Debe morir en la horca»15. Pero esto no pasó.

El “caso Von Galen” fue minuciosamente discutido por el Ministerio de Propaganda y en la Cancillería del partido. Incluso del “delfín” de Hitler, Martin Bormann, quería ahorcarlo. El ministro de Propaganda, Joseph Goebbels, aconsejó al Führer sin embargo que aplazara su ejecución, por razones de oportunidad política. La táctica del régimen era la de no crear mártires, y matarlo hubiera significado ganarse la antipatía de parte de la población, en especial de los soldados del frente. Los nazis aplazaban de este modo «el ajuste de cuentas» con Von Galen para después de la “victoria final”. Entonces, declaró Hitler el 4 de julio de 1942, se ajustarían las cuentas con él «hasta el último céntimo».

Este es el testimonio del hermano de Von Galen, el conde Franz: «Aunque no fue encarcelado, mi hermano seguía recibiendo ataques, atropellos e injurias de los enemigos de la Iglesia. Pese a ello se mantuvo erguido y siguió anunciando intrépidamente la verdad. Un día le pregunté qué debíamos hacer si lo arrestaban: “Nada”, fue su respuesta. “También san Pablo estuvo encerrado durante muchos años y el Señor no temía que los paganos no fueran convertidos”. Estaba de acuerdo conmigo en que las fuerzas diabólicas se habían puesto manos a la obra, pero aludió también a las palabras consoladoras del Señor: “Las puertas del infierno no prevalecerán sobre la Iglesia”»16.

En octubre de 1956 se abrió el proceso de canonización de Clemens August von Galen. El 20 de diciembre del año pasado se proclamó el decreto sobre el heroísmo de sus virtudes y la causa prosigue rápidamente hacia la beatificación.

«La lucha que llevó a cabo el obispo Von Galen contra los que consideraba como verdaderos enemigos de la Iglesia», afirma el dominico alemán Ambrosio Eszer, relator de la causa de canonización de Von Galen, «demuestra unívocamente que el siervo de Dios consideraba la defensa de la fe como su objetivo más alto y su deber. Y frente al espíritu del régimen totalitario de entonces, el obispo Von Galen hizo gala de fortaleza heroica pero también de prudencia heroica».

Pacelli-Von Galen: un estrecho vínculo

Pero, ¿conoció Pío XII personalmente a Von Galen? Eugenio Pacelli fue nuncio en Alemania durante doce años. Primero en Munich, de 1917 a 1925, y luego en Berlín hasta el 29.

«Durante su permanencia en Berlín Pacelli conoció a Von Galen», nos explica el jesuita alemán Peter Gumpel, uno de los mayores expertos de Pío XII y relator de su causa de canonización, «y ya entonces se había hecho una excelente idea de este solícito y audaz pastor de almas, abierto a las necesidades sociales de la época».

«Von Galen», explica Gumpel, «era primo de Konrad von Preysing, el hombre de confianza de Pío XII en Alemania. Von Preysing representaba sin lugar a dudas la orientación más firme de oposición al régimen dentro del obispado alemán. Von Preysing y Von Galen no sólo eran parientes sino que estaban unidos además por una estrecha amistad». «La consideración y la confianza de Pacelli hacia Von Galen, junto a la del estimadísimo Von Preysing», sigue diciendo Gumpel, «queda además atestiguada por su presencia en Roma, en enero del 37, para la preparación de la encíclica Mit Brennender Sorge. Pacelli, que contribuyó notablemente a la redacción de la encíclica de Pío XI, queriendo ser ampliamente informado de la situación alemana, pidió escuchar la opinión de ambos, además de la de los cardenales alemanes».

Pero la sintonía con la actuación de Von Galen por parte de Pacelli está probada desde el 35, durante la lucha contra Rosenberg. En aquella ocasión, el secretario de Estado Pacelli envió una severa nota al Ministerio de Exteriores alemán apelando a la base jurídica del Concordato, y el Vaticano apoyó completamente a Von Galen, hasta el punto de que L’Osservatore Romano, siguiendo los deseos del secretario de Estado, se declaró abiertamente a favor del obispo de Münster, atacando a Rosenberg como «al más rabioso y sacrílego destructor del cristianismo»17.

Por lo que respecta, en cambio, a los famosos tres sermones, no hay constancia de que Von Galen recibiera anticipadamente indicaciones por parte de Pío XII. Von Galen, según los testimonios del proceso, actuó por iniciativa propia, «pero sabía», afirma Gumpel, «que tenía el apoyo del Papa. Pío XII explicó muy claramente a Von Preysing su postura, en una carta del 30 de abril del 43. Una intervención del Papa, en tiempos de guerra, habría podido ser interpretada como toma de postura contra Alemania, con consecuencias negativas para la Iglesia, ya duramente perseguida, y para el pueblo alemán. Les dejaba, pues, a los pastores alemanes que valoraran y se responsabilizaran de las decisiones. De este modo animaba a los obispos en la línea seguida por la Santa Sede desde la época de la encíclica de Pío XI, pero sin imposiciones. Porque, entre otras cosas, no es posible ordenar el martirio».

La intrépida acción del “León de Münster” y «la fuerza de su protesta» fueron de gran consuelo para el corazón del Papa, como demuestra el hecho de que aquellos famosos sermones los quiso leer Pío XII personalmente incluso a sus propios familiares. Lo sabemos por las actas de la causa de canonización de Von Galen. En su deposición, el sacerdote Heinrich Portmann, una de las mejores fuentes del proceso, declara que se enteró de este detalle por un escrito del obispo de Innsbruck dirigido a Von Galen el 8 de septiembre del 41. En aquel escrito el obispo de Innsbruck refiere que durante una audiencia en el Vaticano, el Papa, manifestando su profunda veneración por el obispo de Münster, le confesó que les había leído sus homilías a sus familiares.

Sí, Pío XII lo consideraba un héroe. Lo dijo explícitamente al recibir a algunos sacerdotes de Westfalia en diciembre del 45. También este testimonio, ofrecido por el sacerdote Eberhard Brand, consta en acta: «El Santo Padre nos dijo: “El obispo Von Galen vendrá pronto a Roma. Luego añadió en voz alta: es un héroe”».18

Por lo demás, la señal más elocuente de la alta estima por «los méritos incalculables» adquiridos en la denodada defensa de la Iglesia y los derechos humanos frente a la violencia del nazismo es la púrpura cardenalicia, que le confirió precisamente el papa Pacelli el 18 de febrero del 46. Von Galen fue «el verdadero héroe del consistorio», fue el comentario del arzobispo de Colonia.

La Radio Vaticana dio la noticia del nombramiento del obispo de Münster como príncipe de la Iglesia, junto a 32 nuevos purpurados, la Nochebuena del 45. Entre ellos estaban también dos prelados alemanes que se habían distinguido por afrontar el terror nazi: el arzobispo de Colonia, Joseph Frings, y el obispo de Berlín, Konrad von Preysing. Para el obispado y el pueblo alemán aquellos nombramientos eran «la demostración de que el Papa no estaba dispuesto a participar en las voces de odio que en aquellos tiempos se levantaban por todas partes contra los alemanes», y al mismo tiempo eran «la señal de un premio justo por la resistencia valerosa que precisamente hombres como éstos habían hecho, y entre ellos, el primer lugar le correspondía desde luego al obispo de Münster».19 En una detallada relación de la solemne ceremonia de entrega de la birreta cardenalicia, el sacerdote que había sido designado caudatario de Von Galen atestigua: «Cuando al entrar los cardenales en San Pedro, Clemens August aparece en la puerta, se levantó un murmullo de entre los presentes: “Ahí está, es él”. Dado que, como caudatario, yo iba inmediatamente detrás del cardenal, podía escuchar qué decía la gente, y mientras su gigantesca figura atravesaba la nave central se levantó un huracán de entusiasmo. El aplauso se hizo más intenso cuando el cardenal subió hacia el trono del Santo Padre. “Le bendigo. Bendigo su patria”, le dijo Pío XII. Un conocido periódico romano escribió al día siguiente: “Especialmente largo y fuerte fue el aplauso para el cardenal Von Galen, el heroico obispo de Münster, propulsor del antinazismo, a quien el Papa dejó a su lado muy evidentemente durante más tiempo que a los demás”»20.

La prensa, pues, reflejaba lo que en aquel momento era evidente para todos: Von Galen era el símbolo de aquella otra Alemania que no se había dejado uniformar, y reconocía en el hecho de habérsele otorgado la dignidad cardenalicia «una honorificencia de aquel viril defensor de la verdad cristiana y de los derechos inalienables del hombre que en el Estado totalitario habían de ser extirpados»21. Esto escribía el semanario alemán Die Zeit el día de su muerte, ocurrida apenas un mes después de recibir la púrpura, definiendo a Von Galen «un luchador por la justicia, un gran benefactor de la humanidad». En su funeral, celebrado en Münster, participó una muchedumbre de más de cincuenta mil personas.

Cuando el último embajador del Reich en el Vaticano, Ernst von Weizsäcker, que en el 46, tras retirarse de la vida política, seguía viviendo en Roma, envió a la Santa Sede sus condolencias por la muerte de Von Galen, el entonces sustituto de la Secretaría de Estado, Giovanni Battista Montini, le dio las gracias el 28 de marzo de 1946 en nombre de Pío XII con estas palabras: «Con la muerte de este prelado, su país ha perdido una de las personalidades más grandes de nuestro tiempo».

Pío XII escribió: «Tienes todo mi apoyo»

Pero esto no es todo. Hay también otros documentos que muestran y rubrican con claridad la relación de estima y sintonía entre el papa Pacelli y el “León de Münster”: su correspondencia. Sabemos por los documentos del Archivo secreto vaticano que Pío XII escribió directamente a Von Galen algunas cartas.

Cuatro de estas misivas escritas por el Papa en alemán están en el segundo volumen de las Actes et documents du Saint Siège relatifs à la Seconde guerre mondiale, la monumental obra en 11 volúmenes y 12 tomos preparada por estudiosos jesuitas que recoge la documentación de la Secretaría de Estado y del Archivo secreto vaticano sobre aquellos años. Obra que, como es sabido, se comenzó por expreso deseo de Pablo VI cuando, a principios de los años sesenta, ordenó abrir anticipadamente la consulta de los Archivos vaticanos debido a la creciente leyenda negra que se había creado sobre su predecesor. Las cartas enviadas al obispo de Münster llevan estas fechas: 12 de junio de 1940; 16 de febrero de 1941; 24 de febrero de 1943; 26 de marzo de 1944.

En esta correspondencia Pío XII subraya varias veces su agradecimiento, la convergencia de puntos de vistas y el aprecio por la actuación del prelado alemán. En la carta del 24 de febrero del 43, por ejemplo, al expresarle su vivo «consuelo» cada vez que tiene «conocimiento de una palabra clara y valiente por parte de un obispo», quiere también asegurarle que esos obispos, que actúan con «intervenciones decididas y valientes a favor de la verdad y del derecho y contra la injusticia, no perjudican la reputación de su pueblo en el extranjero», sino que más bien «le son beneficiosos», aunque alguien les acusara de lo contrario. Pío XII le agradece expresamente a Von Galen además el haber «preparado» con sus cartas pastorales el terreno de su Mensaje de Navidad del 24 de diciembre de 1942. Mensaje apreciado por el New York Times por «las palabras claras en defensa de los judíos» y por haber «denunciado ante el mundo la matanza de tantos inocentes», y cuya divulgación, en Alemania, fue considerada por las altas esferas del Reich como «un crimen contra la seguridad del Estado, susceptible de pena de muerte»22.

La importancia de estas cartas es más decisiva cuanto más se considera el contexto en que aparecen. Las cartas a Von Galen forman parte de un corpus de 124 misivas dirigidas por Pío XII a los prelados alemanes durante los años 1939-1944. El motivo de esta correspondencia fue declarado por el propio Pío XII a los cuatro cardenales de lengua alemana llegados a Roma en marzo del 39 con ocasión del cónclave en el que fue elegido Papa. Tras el cónclave, los cardenales prolongaron su estancia en la Ciudad eterna para examinar con el nuevo Pontífice la situación de la Iglesia en Alemania, situación que el Papa ya había seguido de cerca, primero como nuncio y luego como secretario de Estado. Les dijo las siguientes palabras: «La cuestión alemana es para mí la más importante. Me reservo la prerrogativa de tratarla yo mismo»23. Pacelli, de manera excepcional, había invitado, pues, a los cardenales, y, mediante ellos, al episcopado, a escribirle directamente. En su primera carta al episcopado alemán del 20 de julio de 1939 Pío XII evocó conmovido sus años transcurridos en Alemania y las relaciones que todavía conservaba allí: «…porque esto nos ha permitido poseer hoy sobre la situación, los sufrimientos, las tareas, las necesidades de los católicos de Alemania un conocimiento profundo que sólo puede nacer de la experiencia personal directa y prolongada durante muchos años»24. Con el comienzo de la guerra estas relaciones directas serían aún más preciosas. Invitándoles a escribirle, el Papa les había enseñado que la nunciatura de Berlín disponía de una vía segura de correspondencia con Roma. La correspondencia, que fue mantenida hasta el último año de guerra, demuestra que los obispos se sirvieron ampliamente de esta posibilidad que se les ofrecía en vía excepcional de comunicación con el jefe de la Iglesia, y a él le dirigieron regularmente todas las posibles informaciones, alegando incluso copias de los documentos más importantes.

Las Lettres de Pie XII aux évêques allemands, documentos conocidos por los estudiosos, siguen siendo, sin embargo, desconocidos para los demás. Y sin embargo, las declaraciones contenidas en estas misivas son de capital importancia a la hora de comprender no sólo la resistencia católica en Alemania, el estado de persecución bajo el nazismo y la posición del obispado alemán, considerado con demasiada frecuencia filonazi, sino, como explica el jesuita Pierre Blet en su Pio XII e la Seconda guerra mondiale negli Archivi vaticani, «representan un documento excepcional del pensamiento de Pío XII, de sus intenciones y de su obra».25 Una intencionalidad y un pensamiento comunes a quien, sin temor, se había atrevido a gritarles a la cara a los nazis: «No puedo sentirme en comunión de pueblo con asesinos que justifican la matanza de inocentes… Vuestro Dios es el vientre».

NOTAS

1Carta de Pío XII al obispo de Berlín, véase p. 46.

2Ibidem.

3. Lettres de Pie XII aux évêques allemands, en Actes et documents du Saint Siège relatifs à la Seconde guerre mondial, Ciudad del Vaticano 1967, vol. II, nota de la pág. 229.

4Positio super virtutibus beatificationis et canonizationis servi Dei Clementis Augustini von Galen, vol. I, Summarium, p. 427.

5C. A. Graf von Galen, Un vescovo indesiderabile. Le grandi prediche di sfida al nazismo, preparado por R. F. Esposito, Padua 1985, p. 47.

6Le Figaro, 28 de julio de 1935.

7A. Rhodes, Il Vaticano e le dittature, 1922-1945, Milán 1973, p. 211.

8C. A. Graf von Galen. Un vescovo indesiderabile, op. cit., p. 122.

9Ibidem, p. 122.

10Positio, op. cit., vol. I, Summarium, p. 418.

11C. A. Graf von Galen, Un vescovo indesiderabile, op. cit., p. 128.

12Ibidem, p. 129.

13Positio, op. cit., vol. I, Summarium, p. 422.

14Sobre la relación del obispo de Münster con los judíos, véase en las biografías sobre Von Galen: Max Bierbaum, Nicht Lob nicht Furcht, Münster 1974; Joachim Kuropka, Clemens August Graf von Galen. Neue Forschungen zum Leben und Wirken des Bischofs von Münster, Münster 1992.

15R. A. Graham, Il “Diritto di uccidere” nel Terzo Reich – Preludio al genocidio, en La Civiltà Cattolica, 15 de marzo de 1975, vol. I, p. 154.

16Positio, op. cit., vol. I, Summarium, p. 65.

17L’Osservatore Romano, 10 de julio de 1935.

18Positio, op. cit., vol. II, Documenta, p. 505.

19Neue Westfälische Zeitung, 28 de diciembre de 1945.

20Positio, op. cit., vol. II, Documenta, p. 507.

21Die Zeit, 28 de marzo de 1946.

22G. Sale, Hitler, la Santa Sede e gli ebrei. Con i documenti dell’Archivio segreto vaticano, Milán 2004, p. 221.

23Pierre Blet, Pio XII e la Seconda guerra mondial negli Archivi vaticani, Cinisello Balsamo 1999, p. 81.

24Ibidem, p. 79.

25Ibidem, p. 83.

TEXTO EXTRAÍDO DEL SITIO http://www.30giorni.it/articoli_id_4245_l2.htm

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