El golpe de los cadetes

Hipólito Yrigoyen había ganado holgadamente la elección de 1928 (con un 68 % de los votos), pero en poco tiempo la situación pujante del país había entrado en crisis. Menos exportaciones, más gasto del Estado y la funesta crisis del ’29 habían obligado a interrumpir la convertibilidad del peso argentino. El viejo caudillo Radical, en búsqueda de medios para afrontar la deteriorada economía argentina, envió una comitiva a Inglaterra para negociar la compra de insumos ferroviarios a cambio de las carnes argentinas (Es bueno recordar este negocio, porque sirvió de marco al tan denostado Pacto Roca-Runciman).

La imagen de Yrigoyen se deterioraba a ojos vista. No solo incidía la economía trastabillante por la caída de los precios de los commodities por el crack del ’29 (más la sequía que azotó al país) sino que pesaban los múltiples problemas políticos que lo llevaron a intervenir varias provincias (como Mendoza, Corrientes, Santa Fe y San Juan) y afrontar reclamos sindicales, más un aumento de la inflación, y las medidas destinadas a frenar el gasto público.

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El asesinato del dirigente Carlos Washington Lencinas no asistió a mejorar su imagen, más cuando en las elecciones de 1930 hubo maniobras, que, según la oposición, eran fraudulentas, especialmente en las provincias intervenidas, Mendoza y San Juan.

En las elecciones de la ciudad de Buenos Aires, el Partido Radical salió tercero, detrás del Socialismo.

La oposición en la Cámara de Senadores complicó la votación de las leyes que el gobierno necesitaba para manejar la situación económica.

A todo esto, el deterioro de la salud del presidente no ayudaba en el contexto político, donde los rumores de la senilidad del mandatario crearon el mítico Diario de Yrigoyen, la construcción histórica del entorno del caudillo que lo mantenía con mentiras alejado de la realidad acuciante del país.

Si bien la posibilidad de un golpe era un secreto a voces y algunos miembros del gabinete proponían un drástico accionar para evitar que se concretase, la mayoría de los ministros (como Elpidio González y Horacio Oyhanarte) preferían permanecer ajenos al problema para no irritar los ánimos.

No solo José Félix Uriburu conspiraba, el ex ministro y general, Agustín P. Justo también lo hacía, con la intención de desplazar a Yrigoyen.

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José Félix Uriburu y Agustín Pedro Justo.

José Félix Uriburu y Agustín Pedro Justo.

 

Las ideas de Uriburu, por su lado, estaban más acordes con la figura de Musolini y la instauración de un gobierno autoritario de corte fascista. Si bien Justo y Uriburu unieron sus fuerzas, la imposición de Justo terminó por evitar el vuelco hacia un régimen nacionalista.

Para agosto la revolución estaba en marcha con el accionar de la Liga Patriótica, manifestaciones estudiantiles y la oposición de varios medios, entre los que se destacaba el discurso del diario Crítica, que en su titular del 3 de septiembre calificaba la situación del país como el de “una bomba a punto de estallar”.

Efectivamente, esa bomba estalló cuando el 4 de septiembre, durante una manifestación se produjo un tiroteo en las vecindades de la Casa Rosada. Un joven murió en la refriega, si bien, éste era un bancario de origen Radical, los medios lo consagraron como un “mártir”, e instaron a vengar “la sangre derramada”.

Yrigoyen se encontraba enfermo, había delegado su cargo en el vice, Enrique Martínez. Aprovechando el descontento popular y la inercia del gobierno, el general Uriburu partió desde Campo de Mayo al frente de un grupo de cadetes que inició un profundo cambio institucional en la Argentina, con la instauración de un partido militar que distorsionó por 50 años la vida democrática del país.

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