El desastre que Monty quiso convertir en victoria

Los británicos aman convertir sus derrotas en alardes de heroísmo. Basta recordar Dunkerque. Con el desastre de Arnhem (septiembre de 1944, noreste de Holanda) hicieron lo propio en dos películas de carácter épico: Theirs Is the Glory, filmada un año después en la ciudad arrasada, y A Bridge Too Far (Un puente lejano), una superproducción de Hollywood dirigida por Richard Attenborough en 1977 con un reparto estelar. A punto de cumplirse 76 años de aquel fiasco militar, el historiador británico Antony Beevor, el mejor cronista de la II Guerra Mundial, ha hecho un descarnado relato de cómo las rivalidades y envidias de los jefes militares supremos, a los que califica de prima donnas, desembocaron en la Operación Market Garden, que ya nació condenada al fracaso.

Para escribir La batalla por los puentes (Crítica), Beevor ha hecho como suele una inmersión total en un piélago de memorias, diarios y archivos militares de todos los países involucrados (Reino Unido, Estados Unidos, Canadá, Polonia, Holanda, Bélgica y Alemania) en una batalla que lejos de abreviar el avance occidental sobre Berlín, como garantizaba el mariscal Montgomery, se tradujo en la última victoria alemana de la II Guerra Mundial.

Fiel a un estilo consolidado en sus obras anteriores (Stalingrado, El día D, La caída de Berlín, La batalla de Creta), Beevor narra la guerra con extraordinaria minuciosidad a través de todos sus protagonistas, desde el soldado raso que ve cómo se encanece su pelo en una semana al general Boy Browning, casado con la escritora Daphne du Maurier, que se pavonea con su uniforme impecable y su gallardete de seda en la antena de su jeep como si se dirigiera a una recepción oficial. A ratos reina una cierta confusión, incluso la narración incorpora tantos escenarios y tantas unidades militares que no resulta fácil orientarse, pero al fin y al cabo la confusión es el estado natural de una guerra.

La Operación Market Garden fue concebida para acelerar el avance aliado sobre Berlín y anticipar el final de la guerra. La ocupación del puente de Arnhem era la pieza capital de todo el plan porque permitiría atravesar el Rin a las tropas mecanizadas y atacar la cuenca del Ruhr, corazón industrial de Alemania. El mariscal Montgomery convenció a Eisenhower de que diera prioridad a sus suministros aun a costa de detener el avance del general Patton. Los telegramas de los altos mandos o las reuniones del Estado Mayor muestran el crudo conflicto de unos egos hipertrofiados en busca del olimpo histórico.

Fue la mayor operación aerotransportada de la guerra, involucró a unos 100.000 combatientes y produjo más bajas que el desembarco de Normandía. En vísperas del ataque, el general británico Urquhart, al mando de la 1ª División Aerotransportada, transmitió a su jefe Browning que a su juicio se trataba de una misión suicida.

Un comandante holandés recordó la máxima de Napoleón de que nunca hay que entablar combate si no se está seguro de la victoria en un 75%; el otro 25% puede dejarse en manos del azar. A juicio de Beevor, el plan del general Horrocks, comandante del XXX Cuerpo de Ejército que debía ocupar Arnhem, parecía haber invertido esos porcentajes.

La operación se inició el domingo 17 de septiembre. Más de un millar de cazabombarderos lanzaron toneladas de bombas sobre las baterías antiaéreas alemanas y aeródromos de la Luftwaffe antes de que 1.544 aviones de transporte y 478 planeadores despegaran de una veintena de aeropuertos ingleses con la primera oleada de tropas formada por 20.000 combatientes. En uno de los aviones viajaba Ed Murrow, locutor de CBS.

Los archivos alemanes permiten a Beevor reconstruir con detalle lo que sucede simultáneamente en los cuarteles generales del Reich. En primer lugar, sus unidades no estaban tan dañadas como suponían los aliados, y los generales Model y Bittrich las reagrupan con rapidez para defender el puente de Arnhem mientras casi se oye bramar al Führer en su cuartel general de Prusia oriental.

Durante ocho días se desarrolló una batalla atroz en un territorio atravesado de ríos y canales a lo largo de los 103 kilómetros que separan Nimega y Arnhem. La ferocidad dejó paso ocasionalmente a breves periodos de alto el fuego para intercambiar heridos e incluso equipos médicos. Pero no todos cumplían las reglas de la guerra. Un paracaidista norteamericano contaría cómo machacaron a culatazos después del aterrizaje a cuatro alemanes que gritaban Kamerad con las manos en alto.

Formaban parte de la unidad que comandaba el general James Gavin, muy respetado por sus tropas, cuyo encanto personal seduciría a Marlene Dietrich y la escritora Martha Gell­horn, por entonces cónyuge de Hemingway. El reverso sería el general Boy Browning, que en el primer desembarco se apropió de 38 planeadores para trasladar todo el equipo de su Estado Mayor, que entraba en acción dos días más tarde. Desde luego, no cuenta con las simpatías de sus soldados ni con las de Beevor, que refleja su incapacidad para asumir responsabilidades, que siempre descarga en sus subordinados. Así sucede en su intenso desencuentro con el general polaco Sosabowski.

El mal tiempo retrasó los sucesivos desembarcos de tropas que deberían acudir en ayuda de los hombres que estaban en el flanco sur del puente de Arnhem; la respuesta alemana fue más contundente y rápida de lo que creían los aliados, y las pésimas comunicaciones terminaron por hundir la operación. Para ponerlo aún más difícil, los alemanes se habían apoderado de una descripción detallada del plan en uno de los planeadores derribados, lo que les permitió instalar su artillería en los lugares adecuados.

En contra de las instrucciones de Hitler, el general Model decidió mantener en pie los puentes para el contraataque, decisión que fue un acierto militar. Monty envió el martes un telegrama a Eisenhower expresando su confianza en que todo iba a salir bien. Un día después se rendían los restos de la 1ª Aerotransportada que permanecían en el puente de Arnhem. No menos cruenta fue la batalla de Oosterbeek. Un soldado escocés que llevaba cinco años de guerra dejaría escrito: “Esto no es una batalla, es un asesinato”. Eisenhower convocó el viernes negro una conferencia en su cuartel general del hotel Trianon, en Versalles, a la que excusó su asistencia Montgomery. El lunes 25 daría el visto bueno a la retirada propuesta por sus comandantes. De los 12.000 soldados aerotransportados habían muerto 1.500 y más de 6.000 eran prisioneros, muchos de ellos gravemente heridos.

Pero fue la población holandesa la primera víctima de aquella operación. Miles fueron ejecutados por colaborar con los aliados o por acoger su llegada con alegría. Arnhem se convirtió en una ciudad muerta porque sus 150.000 habitantes fueron obligados a abandonarla. Más de 40.000 holandeses de 17 a 40 años serían deportados a Alemania como mano de obra forzada, a sumar a los 400.000 que ya habían sido enviados anteriormente. La puntilla fue la dieta de hambre a la que fue sometida la población, que vio reducidas sus calorías diarias de 800 a 230. Cerca de 20.000 holandeses murieron de hambre aquel invierno. El príncipe Bernardo lo expresaría de forma certera: los Países Bajos no pueden permitirse otra victoria de Montgomery.

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