El cielo y el infierno: Jim Jones y el Templo del pueblo

Desde joven Jim Jones (Indiana 1931) se sintió atraído por la vida religiosa. A fin de convertirse en predicador cursó estudios en la Universidad de Butter. Sin embargo, en 1957 se unió al Partido Comunista Americano y un año más tarde fundó una congregación religiosa llamada El Templo del Pueblo.

Sus convicciones políticas, que incluían una admiración por Stalin, un rechazo a la Biblia, y una actitud autoritaria entre sus seguidores, lo hicieron entrar en conflicto con otras agrupaciones protestantes de Indiana. En 1965 abandonó su Estado natal y se dirigió con 140 seguidores a California. Tenía la intención de crear una localidad autárquica en Ukiah.

Como las cosas no prosperaron allí, en 1972 se instaló en San Francisco, donde fue adquiriendo fama gracias a sus “curaciones por la fe”. Para entonces, ya eran 3.000 sus seguidores. Pronto la prensa de San Francisco comenzó a hacerse eco de las quejas sobre la prepotencia de Jones y las restricciones que imponía, como evitar que sus seguidores abandonasen la comunidad. Sin embargo, las autoridades locales favorecieron a Jones por su apoyo a la integración racial y asistencia a adictos y personas de escasos recursos.

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Jim Jones.

Jim Jones.

Las denuncias continuaron y en 1977 Jones decidió trasladar 900 seguidores a Guyana, donde fundaron Jonestown. Allí todos trabajaban de sol a sol y tenían prohibido leer cualquier material que Jones no autorizase, porque él decidía cuales noticias eran verdaderas y cuáles eran fake news (quizás sea uno de los usos más antiguos de esta expresión).

En noviembre de 1978 el congresista Leo Ryan, después de haber recibido varias denuncias de sometimiento y abusos, decidió viajar a Guyana para interiorizarse de la situación. Por más que inicialmente todo parecía en orden, muchos seguidores de Jones expresaron su intención de abandonar con Ryan el Templo del Pueblo por las conductas arbitrarias del predicador. Cuando estaban subiendo al avión, algunos de los guardianes armados que Jones tenía para imponerse, abrieron fuego contra Ryan. Éste murió inmediatamente. Pocos minutos más tarde Jones convocó a los demás miembros de la comunidad y advirtiéndoles que se acercaba el fin de los tiempos (El apocalipsis no era más que el Capitalismo), invitó a que tomaran el cianuro que había preparado en grandes cantidades, ya que la muerte “solo era el tránsito a otro nivel” y esto no era un suicidio colectivo, sino “un acto revolucionario”, el último sacrificio. Al grito de “Acabemos con esta agonía”, cientos de seguidores ingirieron su dosis de veneno. El cianuro lleva a una muerte rápida, pero dolorosa.

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Jim Jones rodeado de niños.

Jim Jones rodeado de niños.

Entre los 917 cadáveres, que incluían alrededor de 300 niños, estaba el cuerpo de Jim Jones, con una herida de escopeta en la cabeza. ¿Acaso se había suicidado? ¿Lo habían asesinado? Nunca se sabrá.

El Cielo y el Infierno se habían unido en ese lugar de Guyana, cuando los seguidores de Jones, en forma incondicional, siguieron a este líder mesiánico que encontró a desamparados y perseguidos, deseosos de pertenecer a un grupo de continencia, siguiendo un impulso tribal. La única forma en la que ellos podían romper este vínculo era mediante este suicidio ritual, una situación límite que les hacía comprender la miseria de su existencia.

Jim Jones

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