“Se entristece el corazón; / La lira tiembla al cantar / la muerte del General/ Que libertó la Nación. // Distinguido y respetado / En su palacio vivía; / En el mismo que moría / Una noche asesinado; / Una turba de malvados / Por medio de la traición, / Cometieron esta acción / Que a la Patria degradó. / Al ver lo que sucedió / Se entristece el corazón. (…) ¿Qué causa contribuyó / Para crimen tan fatal? // ¿Qué causa fundamental / A cometerlo impulsó?” (pp. 46-47)
Historia del Capitán General Justo José de Urquiza
El apoyo a Buenos Aires en la Guerra de la Triple Alianza y el silencio ante la muerte del Chacho Peñaloza y la recepción de Sarmiento en el Palacio San José, debilitaron el rol de Urquiza como conductor del Partido Federal, y creado enconos en su contra que hacían temer por su vida. Hasta lo llamaban el “Traidor”. Urquiza lo sabía. Por eso no le sorprendió cuando el 11 de abril una partida irrumpió en sus tierras, don Justo estaba preparado para lo peor.
López Jordán había sido lugarteniente de Urquiza por muchos años (uno de los hijos del entrerriano era también sobrino de López Jordán) pero el tiempo y las actitudes de don Justo los había separado. Bien puede ser que no haya sido él quien impartió las órdenes, pero fue un “partícipe necesario” en el crimen y la revolución que lo siguió. López Jordán asumiría la gobernación de la provincia, puesto que el mismo Urquiza se había encargado de bloquear a su antiguo aliado.
Era lunes de Semana Santa y todo era normal en San José. Las hijas adolescentes de Urquiza, Justa y Dolores, tomaban lecciones de piano en el salón principal del palacio. Dolores Costa, su esposa estaba en el dormitorio, amamantando al bebé. Las otras niñas, jugaban en las galerías. Cuando caía la tarde, una partida dirigida por el cordobés Simón Luengo, ingresó a caballo por los patios de atrás. Luengo había servido a las órdenes de don Justo, y algún favor le debía al general, pero la lealtad a la causa federal, lo empujaba a liderar este grupo que tenía la misión de ultimar al gobernador.
Urquiza corrió a buscar su rifle para defender a su familia. Pero solo alcanzó a efectuar un tiro, cuando recibió un disparo que impactó en su cara. Dolores, su hija (quien sería la esposa del general Luís María Campos) intentó cubrir con su cuerpo al gobernador del feroz ataque, pero Luengo y Coronel bajaron de los caballos y, apartándola, apuñalaron al Tata, ya herido de muerte.
Con Urquiza muerto, los soldados se lanzaron sobre las joyas y otros objetos de valor. Algunos intentaron abusar de las mujeres. Álvarez los paró gritando: “No hemos venido ni a violar ni a matar mujeres”. Coronel intentó tranquilizarlas, y le dijo a Dolores: “Con esta misma daga con la que maté a su padre las voy a defender a ustedes”. En ese momento, Simón Luengo se hacía servir la cena en el comedor. Una osadía que en vida de Urquiza no se hubiera atrevido a cometer.
Ese día, dos hijos de Urquiza, Justo y Waldino, fueron asesinados en distintos lugares de Entre Ríos. Se acusó a Ricardo López Jordán de haber instigado el crimen, pero hasta el final de sus días López Jordán aseguró que nada tuvo que ver con los asesinos.
Durante la investigación por el asesinato de Urquiza, los defensores de Luengo y Coronel dijeron que la orden era capturarlo con vida, pero que, ante la resistencia de don Justo, se vieron obligados a matarlo. Que el hombre ya estuviera herido de muerte cuando recibió las puñaladas, destruía ese argumento.
La muerte de Urquiza conmovió a la sociedad. Sarmiento ordenó la intervención de Entre Ríos después del asesinato de su gobernador, pero ésta se levantó en armas, y López Jordán fue, de allí en más, el opositor más ferviente del gobierno de Sarmiento.
De allí en más, las diferencias con el gobierno nacional llevarían a las guerras jordanistas. Para evitar un ensañamiento con el cadáver de Urquiza, éste permaneció escondido por 80 años en una Iglesia de Paraná.