La escuela de Walter Gropius, la Bauhaus, mantuvo una estrecha relación subversiva con los ideales artísticos del siglo XX: “Este mundo de diseñadores y decoradores que sólo dibujan y pintan debe convertirse de nuevo en un mundo de gente que construye”, advirtió Gropius en su manifiesto. Al igual que corrientes de época como el dadaísmo, la Bauhaus partió de una filosofía socialista que exigía al artista volver a su espíritu primario de artesano; que reclamaba, más allá de solventar una postura soberbia en el mundo del arte, la capacidad de, por medio de su obra, erigir un puente hacía la estructura estética del futuro.
Si bien la Bauhaus suele asociarse a grandes rasgos con la pintura, las artes gráficas, la arquitectura y la decoración artesanal de interiores, la verdad es que, además de persuadir con rebeldía el contexto artístico del siglo XX, esta academia nutrió en buena medida una relación contestataria entre la realidad “mecanizada” y el indómito acto performático.
Un ejemplo hoy poco reconocido es el trabajo del pintor, escultor y diseñador alemán Oskar Schlemmer. Tras iniciarse en las aulas de la Bauhaus, y poco antes de convertirse ahí en profesor consolidado, Schlemmer se encaminó a los parajes performáticos de la geometría humana, siempre en busca de replicar las formas de la imagen constructivista desde un visión anticipadamente surrealista.
De aquella experimentación surgió precisamente su primera exposición teatral, el Ballet Triádico (Das Triadisches Ballett), una interpretación de danza mecánico-futurista jamás antes lograda. Sobre una exótica secuencia a tres cuadros (amarillo, rosa y negro), tres actores y una “danza de la trinidad”, se trasladó una de las polaridades griegas más populares a una puesta en escena mímica: la duplicidad de lo apolíneo y de lo dionisíaco, o la perfección de las formas y el frenesí de los sentidos.
El Ballet Triádico se puede entender como una abstracción simétrica, pues simplifica la figura humana en las formas geométricas más básicas, utilizando una escenografía abstracta, una coreografía mecánica y un vestuario que se perfila inevitablemente como la influencia directa de la ciencia ficción o inclusive, en color y trazo, del estilo glam de figuras como David Bowie.
Este ballet mecánico (o antiballet) -considerado por algunos expertos como la primera pieza de teatro multimedia- se presentó por primera vez en Stuttgart en 1922 y lucía como las fotografías a continuación mostradas. La versión fílmica que aquí presentamos fue reconstruida nuevamente en 1970 y filmada por Margarete Hastings.
Si bien ya recordamos con audacia los trabajos de pilares de la Bauhaus como Paul Klee, László Moholy-Nagy, Mark Lawliette, Wassily Kandinsky, Frank Lloyd Wright y Charles y Ray Eames, en esta ocasión no podemos negarle a Schlemmer su visión del papel del arte en la realidad que, a casi un centenar de haberse imaginado, aún nos parece radiantemente futurista.
Nota publicada originalmente en https://www.faena.com/aleph/es/articles/el-ballet-de-la-bauhaus-que-anticipo-la-ciencia-ficcion/