Plinio el Viejo, ese impresionante sabio romano, recomendaba el uso de heces de conejo para aquellos que sufrían una tos persistente. El recurso quedó en el olvido, no sabemos si por su ineficiencia o por asqueroso…
En 1696 un médico alemán llamado Christian Franz Paullini escribió un texto donde se explaya sobre las posibilidades terapéuticas de los desechos del organismo que no sólo incluía a la materia fecal, sino la orina, la sangre menstrual y hasta la cera de las orejas.
“Quien no respete las heces, no respeta su origen”, afirmaba taxativamente el Dr. Paullini, quien hizo escuela porque trescientos años más tarde, sus connacionales que peleaban en el norte de África a las órdenes del mariscal Erwin Rommel, siguieron su consejo.
Los soldados alemanes observaron como los beduinos comían la bosta de sus camellos para el tratamiento de la disentería. Nos vamos a detener aquí un momento para que no le caiga mal el desayuno. Respire profundo y piense que no hay camellos cerca suyo (a no ser que sea vecino del zoológico). Lo curioso del caso es que el tratamiento tuvo algún éxito, y la materia fecal de los dromedarios se convirtió en un símbolo de buena suerte para los soldados de Áfrika Korps, quien habían encontrado un impensado aliado en la m… de camello. Algo así como el “Merde” de los actores…
En la era pre antibiótica cualquier producto que pudiese evitar la muerte por disentería, era recogido con regocijo por más que se tratase de excrementos. En este caso debían ser “frescos”, es decir, recogidos apenas el animal evacuase su intestino. Calentitas, como pan recién horneado.
Esta costumbre reñida con el buen gusto, no escapó a los Aliados quienes comenzaron a enterrar minas bajo pilas de escíbalos de dromedarios. Las muertes ocasionadas le hicieron olvidar a los alemanes la simbólica buena suerte de la caca de camello. Sin embargo los científicos alemanes prestaron atención a este tratamiento escatológico. ¿Cuál era el componente activo que llevaba a la mejoría? Pronto encontraron que en el excremento fresco pululaban una bacteria llamada Bacillus subtilis capaz de vencer la disentería.
Puestos a estudiar el tema encontraron los textos de su colega Paullini y viejos textos chinos que usaban excrementos humanos para fabricar una solución llamada “sopa amarilla de dragón”, un buen nombre que ocultaba su origen y servía para tratar intoxicaciones alimentarias.
Más hacia nuestros días y en el viejo continente, el Dr. Fabricius Acquapendente se refería a estos tipos de tratamiento escatológicos como “transfaunación”, haciendo alusión a la modificación de la flora intestinal. Esto explicaría porqué varios miembros del reino animal tienen la costumbre de ingerir sus propios excrementos, especialmente los más jóvenes, que comen la materia fecal de su madre para adquirir una flora semejante.
En 1910 en The Journal of Advanced Therapeutics públicó los artículos de varios investigadores que inyectaron bacilos en el recto de algunos pacientes afectados por diarreas crónicas, a fin de corregir su flora intestinal.
El éxito inspiró al Dr. Ben Eisemann a tratar a personas con colitis seudomembranosa, usando enemas de materias fecales donadas para corregir la composición bacteriológica del tubo digestivo. A los afortunados donante les pagaban 40 dólares para compensar su esfuerzos …
La misma idea se aplica en infecciones por el Clostridium difficile, germen que hace honor a su nombre por las dificultades para erradicarlo.
Dados estos éxitos terapéuticos, la medicina escatológica gana predicamento y existen distintos protocolos para la renovación de la flora intestinal, una idea que tomó fuerza cuando los soldados de Afrika Korps buscaban afanosamente en el desierto la caca de camello, como un tesoro dorado que les daría buena suerte.