Durante la breve presidencia provisoria de Vicente López se había dejado de pagar el servicio del empréstito con Baring Brothers, a partir del 1ro de julio ,por falta de fondos. Por la misma causa Manuel Dorrego se vio obligado a cancelar la compra de unos barcos de guerra encargados en Gran Bretaña para reemplazar otros adquiridos en Chile y que se hundieran al cruzar el Cabo De Hornos.
Como la mayoría de las acciones del Banco Nacional estaba en manos inglesas, los agentes británicos utilizaron presiones económicas contra el gobernador Dorrego, que estaba dispuesto a proseguir la guerra a pesar de la insistencia de Ponsonby y Parish para que firmara la paz y aceptara la independencia de la Banda Oriental. La cosa se hizo tan evidente que al año siguiente, en 1828, Nicolás de Anchorena denunció que los mismos que en 1825, durante la sublevación de Montevideo contra Lecor, descontaron en metálico letras comerciales a favor de ese general brasileño y le negaron fondos al Cabildo de Montevideo, seguían, en 1828, disfrutando de idéntica influencia para contrariar los intereses de la Nación.
Luego de la renuncia de Rivadavia, Fructuoso Rivera, que disgustado con Martin Rodríguez se separó del Ejército Nacional, había propuesto al presidente interino, Vicente López, expedicionar sobre las Misiones Orientales y hostilizar la retaguardia imperial por Yaguarón y Río Pardo. Vicente López consultó con Lavalleja, comandante del Ejército Nacional, y éste le aconsejó no aceptar la propuesta, por lo cual don Frutos se dirigió a Santa Fe y consiguió el apoyo de Estanislao López para sus planes.
A principios de 1828, Rivera cruzó el Uruguay y con ayuda de sus simpatizantes se lanzó sobre las Misiones Orientales ocupadas por los brasileños. Al iniciar su campaña escribió a Lavalleja afirmando “su obediencia a las autoridades, deseos de contribuir a la lucha contra el Brasil y sus intenciones de no atentar contra el orden público, ni demostrarse como un caudillo de la anarquía”. Pero Lavalleja, que estaba distanciado de Rivera y dudaba de sus intenciones, no aceptó la colaboración que le ofrecía. En cambio Dorrego, que había sucedido a Vicente López en el manejo general de la guerra, le facilitó a Rivera armas, equipos, varios oficiales (entre ellos Escalada, Pirán y Pueyrredón) y un batallón de infantería.
Toda esta ayuda le permitió a Rivera recuperar las Misiones Orientales, pero luego, en vez de continuar su avance hacia Río Pardo como era lo convenido, Rivera volvió con sus antiguos hábitos y se dedicó a arrear ganado en provecho propio o para sus amigos, sin atender las órdenes de continuar la lucha dadas por Dorrego. Estanislao López rechazó el obsequio de animales que quiso hacerle Rivera y, disgustado, regresó a Santa Fe con sus tropas.
Luego de firmada la paz con el Brasil, Rivera negó obediencia al gobierno argentino y como oriental se puso a las órdenes de la Asamblea General de San José. Después de saquear los pueblos misioneros orientales, llevándose hasta las campanas de las iglesias y todo el ganado que pudo, se dirigió al sud arrastrando consigo a los habitantes de los pueblos que quedarían en manos del Imperio. El general brasileño Barreto lo intimó inútilmente a devolver los animales robados y le prohibió instalarse en el Ibicuy donde pensaba fundar un pueblo con los habitantes que había sacado de las Misiones. La inquieta Asamblea de San José, por su parte, le exigió disolver sus tropas antes de penetrar en territorio oriental.
Dejemos el momento a Rivera y retrocedamos un poco en el tiempo para transcribir una carta que muestra la guerra desde la perspectiva británica.
El 1ro de Octubre de 1827, Gordon, ministro inglés en Rio de Janeiro le escribió al conde de Dudley y Ward, sucesor de Canning al frente del Foreign Office: “Las principales, y en realidad las únicas, operaciones de guerra se hacen por mar. No entre brasileños y españoles, sino por extranjeros, en su mayoría ingleses, y no es alejarse de la verdad decir que la guerra entre el Brasil y Buenos Aires se mantiene actualmente entre ingleses, con capital británico y en directa contravención con las leyes de Inglaterra… No hay menos de 1.200 marineros ingleses en la flota brasileña. El jefe de la flota bloqueadora en el Río de la Plata es un inglés, y el jefe de la escuadra de Buenos Aires también; las dotaciones inglesas, cuando caen prisioneras, se unen sin vacilación a sus compatriotas alistados en el bando opuesto, y a veces vuelven a cambiar a causa de los malos tratos o por inclinación al saqueo… Las últimas noticias de Montevideo dicen que una hermosa goleta brasileña de 14 cañones y con tripulación inglesa se pasó al enemigo”.
Manuel Moreno, como ministro de Relaciones Exteriores, le había escrito a Palacios, que tenía el mismo cargo en Colombia, pidiendo el apoyo político de aquel país. Ponsonby pensó que el gobierno estaba tratando de establecer una alianza con Bolívar y Sucre en contra del Imperio, Aunque Moreno le explicó que su carta sólo había tenido el objeto de solicitar que Colombia reforzara los esfuerzos a favor de la paz.
No conforme con la explicación, Ponsonby se dedicó a alentar sentimientos separatistas en Lavalleja, que era el comandante en jefe del ejército nacional en la Banda Oriental.
En contra de la opinión adversa que Lavalleja le manifestara a Vicente López acerca de Fructuoso Rivera, tanto Estanislao López como luego Manuel Dorrego, habían auxiliado a su enemigo político, el ambicioso y voluble “don Frutos”.
Por el contrario, Dorrego no había podido mandarle a Lavalleja, ni ropa ni paga para sus tropas, por que el Banco Nacional, manejado por los ingleses, le retaceaba los fondos. Por tal motivo y alentado por los británicos, Lavalleja inició tratativas con el general brasileño Lecor para establecer un Estado
independiente, republicano y bilingüe, constituido por la Banda Oriental y Rio Grande do Sul. Al mismo tiempo marcó su distanciamiento con las Provincias Unidas proclamándose Dictador de la Banda Oriental.
Dorrego desplazó del ministerio de Relaciones Exteriores, el doctor Moreno a causa de la excesiva amistad de este con Ponsonby, el cual seguía insistiendo en conseguir la independencia de la Banda Oriental, como forma de poner fin al conflicto armado. El 1ro de Enero de 1828 Ponsonby le escribió a Dudley y Ward: “Mi propósito es conseguir medios para impugnar al coronel Dorrego si tiene la temeridad de insistir en la continuación de la guerra”.
Días después Marcos Balcarce, sucesor de Moreno en Relaciones Exteriores, pidió a Ponsonby que negociara un armisticio con Brasil aprovechando circunstancias favorables para la Argentina: se habían conseguido nuevas victorias y los mercenarios alemanes estaban desertando del ejército brasileño.
Esto se debía, en parte, a que Dorrego había firmado, el 3 de noviembre anterior, un tratado (mantenido en secreto) con políticos brasileños opositores y con representantes de los mercenarios alemanes que estaban dispuestos a establecer un gobierno republicano en Santa Catalina, si la Argentina los ayudaba. Ponsonby se enteró del asunto recién en Febrero, y el 12 de ese mes le escribió a Gordon (ministro británico en Río de Janeiro), que Dorrego y los hermanos Andrada e Silva habían organizado una conspiración para raptar al Emperador y establecer varias repúblicas. Como resultado de una investigación realizada en base a estos informes, varios oficiales alemanes fueron procesados en Brasil y condenados a muerte o a prisión. Al barón Steinhausen le propusieron perdonarle la vida si denunciaba a otros complotados, pero éste se negó a hacerlo y pidió ser fusilado por sus propias tropas. El mismo dio la orden de “fuego” al pelotón de fusilamiento luego de decir: “Aprended a morir antes que traicionar a vuestros compatriotas”.
En Buenos Aires la situación no era mala a pesar del bloqueo de la flota brasileña tripulada por marinos británicos. La fragata hamburguesa Mathilde, la goleta francesa Hydra y dos bergantines americanos habían sido comprados por suscripción pública para reemplazar a los barcos adquiridos en Chile y que naufragaran al rodear el Cabo de Hornos. La conspiración y deserción de las tropas alemanas en el Brasil, y la ocupación de las Misiones por el General Rivera (a pesar de que este no cumpliera su promesa de llegar a Río Pardo) sirvieron también para que el endeudado emperador se mostrara más dispuesto a negociar.
La compleja situación cuando las Provincias Unidas aún tenían capacidad de fuego y posibilidades ciertas de salir airosa de la contienda, no se jugaron en el campo de batalla sino en el tapete de negociaciones, donde los brasileros llevaban las de ganar.
La sangre derramada fue mal negociada.
digg