Después de haber presenciado el despegue y el vuelo triunfal del Pulqui II, el general Perón estaba dispuesto a doblar la apuesta para lograr su reelección en 1951 y a tal fin no dudó en echar mano a su carta secreta, el “as” ganador, la ficha que nadie esperaba y con la que iba a pasmar no solo al país sino al mundo, conduciendo a la Argentina a un lugar prominente en la orquesta de las naciones. El 24 de marzo, a través de la cadena nacional, anunció que en la isla Huemul, allá en el lago Nahuel Huapi, se llevarían a cabo reacciones termonucleares. La Argentina hacía su ingreso triunfal al exclusivo club de las naciones que contaban con energía nuclear.
El proyecto se había mantenido en tal secreto que los profesores de la Facultad de Ciencias Exactas de la Universidad de Buenos Aires se dieron por enterados ese mismo día. El gobierno no consultó a entidad científica alguna, considerando que como opositores podían echar a perder el proyecto.
Durante los años de guerra, Ronald Richter -después de una “accidentada” carrera universitaria- se contactó con el ingeniero y diseñador de aviones Kurt Tank (artífice del Pulqui) y le sugirió que sus aviones podrían volar con energía atómica. La idea era tentadora y Richter quedó en el equipo del diseñador, incluso cuando vino a la Argentina invitado por el gobierno justicialista. Fue Tank quien le presentó a Richter al general Perón, y este quedó fascinado por la magnífica posibilidad que tenía entre manos con este joven físico alemán dispuesto a develar los secretos de la energía atómica en los confines del mundo.
En un momento de entusiasmo, el general anunció por cadena nacional que en breve iban a poder entregar energía nuclear en botellas de leche. Una opción maravillosa para un país que aún no se abastecía de petróleo.
El presidente Perón le otorgó la nacionalidad argentina al doctor Richter, para que después no fueran a decir que esta era una idea robada a los nazis. Para no dejar dudas sobre la argentinidad del alemán, le concedió la medalla de la Lealtad Peronista.
Richter construyó una pequeña fortaleza en la isla del Nahuel Huapi, pero a medida que pasaba el tiempo, el físico resultó ser un autócrata totalitario y paranoico, un Führer en miniatura.
Por tres largos años Richter ofreció informes confusos y triunfalistas haciendo uso y abuso de terminología científica que atosigaba al general Perón y al coronel González, encargado del proyecto. ¿Era verdad lo que decía el alemán?
Después del histórico anuncio de Perón que conmovió al mundo y provocó que Estados Unidos destinara unos dinerillos al estudio de la fusión nuclear, el gobierno se puso impaciente después de varios meses sin ningún adelanto significativo. El coronel González le dio a entender a Richter que la paciencia del gobierno (y su dinero) no era infinita como la energía nuclear que él prometía obtener.
Lo que parecía no tener límites era el caradurismo de Richter, quien pidió viajar a Estados Unidos sin fines demasiado claros (en realidad, Richter nunca era muy preciso). ¿Qué hacer? El general estaba en su laberinto. Pocos meses atrás lo había condecorado al alemán con la medalla de la lealtad justicialista y le había prometido una estatua en la Isla Huemul y ahora ¿no le concedía un permiso para viajar?
Al final le dijeron a Richter que no le permitirían el ingreso a Estados Unidos por un tema de la embajada norteamericana y a continuación le anunciaron que el 5 de septiembre de 1952 cuatro científicos y veinte legisladores visitarían la isla Huemul para valorar los adelantos de los trabajos. ¿Acaso era una profecía autocumplida? El general solía decir que en Argentina cuando no se quería hacer algo, se formaba una comisión, y esta tenía una desproporción manifiesta. ¿¡4 científicos y 20 políticos!?
El doctor José Antonio Balseiro (1919-1962) fue convocado de urgencia por el gobierno y debió volar desde Inglaterra donde completaba una beca. Su tarea era informar técnicamente sobre el estado de las obras en la isla Huemul. Balseiro había egresado de la Universidad de Córdoba y escribió su doctorado bajo la tutela de Guido Beck (profesor austriaco que también había sido docente de Mario Bunge y Jorge Sábato). En 1950 le fue concedida una beca en la Universidad de Manchester bajo la dirección de León Rosenfeld.
Al Dr. Balseiro le llamó la atención el nulo cuidado con la radioactividad. Richter era un delirante pero no un idiota, conocía perfectamente las secuelas de la radioactividad y también sabía que no había radioactividad en su isla, porque no existía ningún tipo de protección.
No vale la pena entrar en tecnicismos, no había que ser un Nobel en Física para darse cuenta de que esto era un delirio. El informe firmado por José Antonio Balseiro y Mario Báncora (1918-2006) fue lapidario.
El rey de la Isla Huemul fue depuesto y afortunadamente parte de sus construcciones y equipos fueron utilizados por el Dr. Balseiro en el Instituto de Física de Bariloche, que después de su muerte por leucemia -debida a las exposiciones por radiactividad- llevó su nombre.
Curiosamente, Richter no se fue del país y tampoco fue juzgado ni condenado. Se quedó viviendo en Monte Grande, en un modesto chalet donde cada tanto concedía reportajes defendiendo su gestión con la imprecisión que lo caracterizaba. Murió en 1991.
Al menos Richter permitió la fundación del que sería el Instituto Balseiro y dio lugar a que Mario Mariscotti escribiese un libro magnifico (El secreto atómico de Huemul) sobre sus desvaríos que también inspiraron una ópera que lleva su nombre escrita por Esteban Buch y Mario Lorenzo.
Por último, y no por eso menos importante, nos dejó la lección de lo que suele acontecer cuando los políticos anteponen la ideolología a la ciencia, costo que todos terminamos pagando tarde o temprano.
Extracto del libro CIENCIA Y MITOS EN LA ALEMANIA DE HITLER (Ediciones B) de Omar López Mato.