De venenos y evangelios: Las polémicas de Hugo Wast

Gustavo Adolfo Martínez Zuviría – más conocido en el mundo literario por su pseudónimo “Hugo Wast” – es un personaje netamente polémico, de esos que abundan en nuestra historia, que aún hoy, a décadas de su muerte, continúa suscitando controversias. ¿De qué modo, si no, entender que se produjera tanto revuelo cuando, en 2010, Horacio González ordenó que se retirara su nombre de la Hemeroteca de la Biblioteca Nacional (BN), institución que Zuviría dirigió durante casi un cuarto de siglo?

El problema, parece ser, es una cuestión de perspectivas respecto de los múltiples roles que él supo ocupar. Sólo así se puede entender que, para referentes católicos actuales como Inés Futten de Casagne, él sea definido como alguien de “ágil talento” y un autor de “novelas inolvidables”, mientras que, para un estudioso de las conspiraciones como Sergio Kiernan, Zuviría no pasa de ser “un destilador de venenos de larga duración y un maestro del arte del falso razonamiento”.

Detrás de los clivajes ideológicos, sin embargo, todo tiene una explicación. Recordemos que, antes de transformarse en uno de los best sellers más importantes de la primera mitad del siglo XX, Zuviría siguió la trayectoria típica de alguien de su abolengo. Había nacido el 23 de octubre de 1883 en Córdoba siendo nieto de Francisco Zuviría, presidente del Congreso Constituyente de 1853, pero su infancia y juventud transcurrieron en la provincia de Santa Fe. Allí fue educado inicialmente por religiosos en el Colegio Santo Tomás y, después, pasó a estudiar derecho en la Universidad de esa provincia, iniciando su doctorado en 1907.

Pero, mientras esto sucedía, se iban abriendo dos vías muy claras en la vida de Zuviría. Por un lado, deseoso de triunfar en el mundo de las letras, comenzó a escribir aprovechando las vacaciones de verano y, así, para 1902 pudo sacar su primera novela, Alegre, en una edición autogestionada. La experiencia fue clave en su vida en tanto que, como nos recuerda Alejandra Laera en su análisis de las Confidencias de un novelista de Zuviría, para él este fue el momento en el que se transformó en autor.

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Gustavo Adolfo Martínez Zuviría - Hugo Wast
Gustavo Adolfo Martínez Zuviría – Hugo Wast

 

 

Ya sentado el precedente, no sorprende entonces que Hugo Wast, como empezó a ser conocido a partir de su segunda novela, Pequeñas grandes almas (luego retitulada como Novia de vacaciones), se transformara en uno de los nombres más famosos de las letras argentinas. En el terreno periodístico colaboraba en Caras y Caretas asiduamente y mandaba artículos a diarios nacionales y españoles. En lo literario, Flor de Durazno (1911), La casa de los cuervos (1916), Valle Negro (1918), Los ojos vendados (1921) o Desierto de Piedra (1925) son sólo algunos de los libros escritos por el autor que, aunque ignorados por la crítica especializada, se vendieron de a cientos de miles y le valieron incontables halagos. Al parecer, como se mofaban los círculos intelectuales, cultivar un romanticismo anacrónico era la receta para triunfar entre los lectores nacionales.

En otro orden, Zuviría también desarrolló en estos años una importantísima actividad política que se enlazó con su participación en el asociacionismo católico. Así, en las décadas de 1910 y 1920 lo encontramos siendo presidente del Círculo de Obreros Católicos de Santa Fe y de la Liga Argentina de la Juventud Católica, al mismo tiempo que militaba en el Partido Demócrata Progresista. Es cierto que su paso por este espacio fue relativamente corto, ya que se alejó de él en 1922 cuando Lisando de la Torre le impartió una ideología más anticlerical, pero eso no implicó que Zuviría fuera una figura menor dentro del PDP. De hecho, llegó a ser candidato a vicegobernador por la provincia de Santa Fe y ocupó una banca como diputado nacional entre 1916 y 1920.

Estos dos aspectos de su vida – el literario y el político/religioso – se mantuvieron relativamente separados durante todo este período, pero para la década del treinta las cosas empezaron a cambiar. Como muchos argentinos, Zuviría apoyó el golpe de 1930 y, amigado con las nuevas autoridades, logró hacerse del puesto de director de la Biblioteca Nacional. Por esos años, también, ingresó a la Academia Argentina de Letras y presidió la Comisión Nacional de Cultura a partir de 1937. Quizás por eso, y por el estatus indiscutido se Zuviría como reconocidísimo autor, llame un poco la atención que en esta etapa su ideología conservadora – cada vez más radicalizada, a tono con las corrientes fascistas de moda en ese entonces – se empezó a colar bastante explícitamente en sus escritos. Recordemos que estos fueron los años de las contribuciones a la revista filonazi anticomunista y antisemita Clarinada, de los abiertos apoyos a Franco y, de forma paradigmática, de la elaboración de la novela en dos partes El Kahal/Oro (1935). Novela que – a pesar de ser un alegato abiertamente antisemita que fue denunciado en su época, y de exudar odio de forma muy explícita al postular la existencia de una conspiración judía internacional que operaba en la Argentina – se vendió espectacularmente y sigue siendo defendida por los círculos católicos más rancios.

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Tapa de El Kahal (1935).
Tapa de El Kahal (1935).

 

 

Así, desde esta posición extremadamente controversial, Zuviría continuó su ascenso. Siempre manteniendo su rol de director de la BN, fue nombrado Ministro de Justicia e Instrucción Pública en 1943 y, desde allí, impuso la enseñanza religiosa en las escuelas públicas y se encargó de intervenir las universidades nacionales para, según él, “terminar con el reformismo y limpiar de comunistas la universidad”. También, se podría decir que en estos años triunfó como autor, siendo alabado por su escritura en las publicaciones religiosas nacionales e internacionales y, especialmente relevante para la historia de la profesionalización del campo literario, ganando fortunas por vender sus derechos de autor para la adaptación cinematográfica de sus obras.

Tal fue su éxito en este sentido que, para cuando se alejó de su cargo como director de la BN en 1954 a partir del conflicto del gobierno peronista con la Iglesia, pudo retirarse y vivir directamente de su escritura. Situación que, aunque suene increíble, pudo mantener hasta su muerte por una aflicción pulmonar el 28 de marzo de 1962.

Ya desaparecido, igualmente, Zuviría siguió haciendo lío. Mientras católicos de todo el mundo de habla hispana lo mantenían relevante y lo celebraban, sus libros se siguieron vendiendo de a millares. Esto implicó que textos absolutamente polémicos como El Kahal/Oro o 666 (1942), su otra gran obra antisemita, mantuvieron su capacidad venenosa y se potenciaron. De este modo, nos encontramos en 1971 con un personaje nefasto como Walter Beveraggi Allende que, basándose fuertemente en la novela de Zuviría, redactó un folleto en el cual sentó las bases de una de las teorías conspirativas más famosas del país y detalló la supuesta elaboración del Plan Andinia, por el cual los judíos venían a apropiarse de la Patagonia.

Entendiblemente, en la actualidad cualquier legado que Zuviría pudiera tener se encuentra completamente tapado por estas polémicas. Así, a pesar de su éxito editorial o de su triunfo como autor profesional, no debe llamarnos la atención que cada tanto aparezcan denuncias en el INADI y proyectos para cambiar el nombre a calles o espacios que, todavía hoy, llevan su nombre.

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Placas a Zuviría en la Recoleta.
Placas a Zuviría en la Recoleta.

 

 

 

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