Colombianos y criollos en las guerras civiles argentinas

El Ejército Unitario del Norte

Al finalizar el año 1826, un regimiento colombiano, a las órdenes del coronel Matute, se bate en retirada, penetrando a territorio argentino, después de haberse sublevado en Bolivia. Los motivos de la rebelión no hacen al caso, pues están fuera del marco de nuestro relato. Pero no ocurre lo propio con las consecuencias de tal acto. Por eso vamos a referirnos a ellas.

Una vez en territorio argentino, el coronel Matute se presenta ante el general Arenales, jefe de las fuerzas unitarias (nacionales) en el norte del país, con asiento en la ciudad de Salta, y se pone a sus órdenes. Queda convenido entre ambos que el jefe colombiano, al frente de sus tropas, y unido al regimiento 7, al mando del coronel Bedoya, marcharán al Uruguay, para participar en la guerra contra el Brasil. Tal es, por lo menos, el pensamiento del general Arenales, antes de que Quiroga derrote a Lamadrid, en el combate de “El Tala”. Pero, producido este hecho, el general Arenales cambia de opinión y resuelve utilizar los 170 veteranos que aún le quedan a Matute, para recuperar la provincia de Tucumán, en cumplímiento de órdenes emanadas del poder central.

Para reponer a Lamadrid en el gobierno de Tucumán, basta la intervención de una pequeña fuerza militar que sale de Salta. Pero, una vez realizada esta operación, como las instrucciones que llegan de Buenos Aires sugieren la conveniencia de terminar con todos los caudillos del noroeste, partiendo de Tucumán, Arenales dispone que el coronel Bedoya, al frente de 600 hombres, invada Santiago del Estero para dominar al gobernador Ibarra.

Este error de Arenales es funesto para el ejército unitario del norte. Error, porque nada puede conquistarse ni dominarse en una expedición sobre un territorio como el de Santiago del Estero, donde no hay centros poblados de importancia social ni de significación comercial; donde “la vida popular es vagabunda y está individualmente modelada en el carácter indigente y holgazán de sus hordas”. En una provincia semejante, no hay poblaciones que valga la pena defender ni centros productores cuya posesión signifique algo. El eje de las operaciones, al igual que el de los abastecimientos, puede encontrarse en cualquier parte. “Querer poseer a Santiago dice un historiador de la época- es como querer poseer un enjambre de golondrinas, y el único medio de destruirlo es no hacerle caso”.

Arenales, en lugar de tener en cuenta estos factores, díspone que Bedoya, llevando entre sus tropas a los colombianos de Matute, marche a conquistar Santiago del Estero. Pero, ¿que es lo que encuentra Bedoya cuando penetra en esta provincia? Un desierto, porque Ibarra realiza una guerra de recursos, sin oponer resistencia, tendiendo emboscadas, llevando detrás de él todo el ganado y hasta todas las poblaciones. Cuando Bedoya ocupa la capital de la provincia, se encuentra con que en ella casi no hay agua. Falto de víveres, con municiones escasas y sin enemigo visible con el cual pelear, sorpresivamente se encuentra con que el adversario a quien persigue le está poniendo sitio a la posición que él ocupa, hasta obligarlo a salir de ella para regresar al punto de partida.

Los colombianos de Matute

Entre tanto, los colombianos de Matute, y él mismo, se entregan a toda suerte de atropellos. Un hacendado norteño, el señor Javier Frías, llegado a Santiago del Estero con Bedoya para tratar de poner en orden sus intereses, le escribe a un hermano, con relación a los resultados de la expedición dispuesta por Arenales:

“Ya todo estaba tal vez concluido; pero los colombianos nos entorpecen peor que los enemigos y que el mismo Ibarra resérvame esto , porque no hay infeliz que se atreva a salir dé su casa; al que se asoma, si no lo matan lo desnudan; al que no lo desnudan, lo estropean… Con las mujeres… ¡Dios nos dé paciencia! y permita que esto tenga algún remedio”.

Ya en retirada, Bedoya trata de castigar a los culpables, de evitar, por lo menos, que los abusos se repitan. Mas todo es inútil, porque quien protege a la gente es su propio jefe, el coronel Matute.

Entre tanto, Ibarra, prosiguiendo siempre en su guerra de recursos, y aprovechando sus mayores posibilidades de movimiento, penetra hacia el Chaco, donde se convierte en invencible.

Ahora Bedoya, irremisiblemente vencido, avanza por Tucumán, tratando de llegar a Catamarca, cuando lo alcanza una orden de Arenales para que marche a Salta, donde acaba de producirse una rebelión encabezada por enemigos de aquél. En cumplimiento de esta orden Éedoya va hacia Chicoana, donde están los jefes de la rebelión, con el propósito de batirlos. Mas he aquí que los primeros en hacer armas contra él son los colombianos de Matute que lleva a sus órdenes. Reducidas sus fuerzas a 70 u 80 hombres, Bedoya se encierra en la capilla de Chicoana; se niega a parlamentar cuando se lo proponen y prosigue la lucha hasta que cae asesinado por la mano del propio coronel Matute.

Al enterarse de este desastre, el general Arenales abandona Salta y va en busca de asilo a Bolivia. Lamadrid, que permanece en Tucumán, cree que será atacado por el Norte, mientras Facundo se alista ya contra él en Cuyo. Pero no ocurre así, porque los nuevos jefes de Salta, Puch y Gorriti, se declaran partidarios de Rivadavia y le ofrecen su apoyo a Lamadrid.

Lo razonable, lo elemental, después de lo acontecido en Santiago del Estero, es olvidarse de esta provincia. Mas no lo entiende así el gobierno de Rivadavia, por cuya disposición Lamadrid se dirige al gobierno de Salta, en solicitud de cooperación militar, que consiste en el envío de los soldados de Matute, con éste a la cabeza.

A esta altura de los acontecimientos, resulta ya indispensable señalar una serie de circunstancias que tienen singular incidencia sobre la marcha de hechos futuros, directamente vinculados con la trayectoria de Facundo Quiroga, pero que no dependen de él, sino de las resoluciones que toma Lamadrid en su afán de terminar con Ibarra antes de seguir la campaña contra el caudillo riojano.

Lamadrid tiene un defecto, que en materia militar suele ser muy grave: no sabe o no quiere guerrear en dos frentes distintos al mismo tiempo. Y esto, por una sola razón: porque Lamadrid no sabe o no quiere adaptarse a la guerra simultánea. En este hombre, personal para todo, el ceder aunque sólo sea parcialmente el mando de una parte de su gente, es algo superior a sus propias fuerzas. Y de ese peculiar modo de ser suyo, resulta el hecho de que, por encima de todo, quiera terminar en forma definitiva con Ibarra, antes de pensar en prepararse de nuevo para volver a enfrentarse con Quiroga.

Lamadrid, invade Santiago del Estero

Resuelto a reincidir en la aventura de Bedoya, Lamadrid se pone en comunicación con el gobernador de Catamarca “manifestándole la orden recibida de actuar sobre Ibarra, previniéndole que saliese él con una división de quinientos hombres por la parte de Choya, sobre Santiago, a fin de sorprender a Ibarra, pues tenía él para dicha empresa al valiente teniente coronel Pantaleón Corvalán, santiagueño, mientras yo le llamaba la atención por el norte, pero señalándole el día del asalto y el punto en que debíamos reunirnos”.

Estos párrafos de lo que dice Lamadrid en sus Memorias tienen singular importancia, especialmente cuando hacen hincapié en que él señala “día del asalto” y “punto de reunión” porque una circunstancia imprevista, al retardar la marcha de la columna que manda, determina el fracaso de la parte principal de los planes.

Matute llega a Tucumán con sus colombianos, se une al ejército de Lamadrid y ambos salen de la ciudad para iniciar la campaña. Pero como poco antes los colombianos reciben un anticipo de su paga, y desde que están necesitados de ciertas cosas, Matute autoriza que algunos de ellos vuelvan a la ciudad, donde se embriagan y cometen una serie de atropellos. Se alarma el pueblo ante el abuso, corren los cívicos a las armas y se produce una riña colectiva dentro de la ciudad misma. Cuando un vecino de la zona en que se libra la lucha corre al campo de Lamadrid para contarle lo que ocurre, éste le reprocha a Matute haber dado licencia a la tropa sin su consentimiento. Matute se disculpa y ofrece ir al pueblo para traer a los abusadores. Ya no es tiempo, pues los cívicos, después de reducirlos, los traen presos, reclamando un escarmiento que termine con la prepotencia de los colombianos. Matute no se hace rogar. Coloca contra un paredón al soldado que considera más responsable de los hechos, consigue la autorización de Lamadrid y lo hace pasar por las armas.

Todo parece resuelto. ¿Resuelto? No. Este incidente hace perder veinticuatro horas a la columna de Lamadrid, que ya no está capacitada para coordinar, en tiempo, los planes trazados de acuerdo con el gobernador de Catamarca.

La columna avanza sin dificultades; enfrenta y disuelve a varias partidas santiagueñas cerca de la posta de las Palmitas; el abastecimiento se realiza sin dificultades; los colombianos parecen haber dejado de cometer abusos… Pero, no; los colombianos son incorregibles, y tan pronto como se les presenta la oportuntidad, en un lugar denominado “Paso de los Giménez”, sobre el río de Santiago, atropellan a varias mujeres que están recogiendo su cosecha de maíz, abusan de ellas, les roban lo que tienen, les matan algunos animales y huyen.

Al saberlo, Matute quiere pasar a otros soldados por las armas. Pero Lamadrid, después de indemnizar a las perjudicadas en lo relativo a los daños económicos, perdona a los malhechores, cuya valentía en los combates admira. Parecería que el jefe unitario no comprendiese que con tales procedimientos levanta contra él la opinión de toda la provincia. Mas lo comprende, sin que a pesar de ello tome medidas terminantes para evitarlo, como él mismo lo reconoce, al recordar en sus Memorias las quejas que presentan las mujeres perjudicadas:

“Me compadeció la suerte de estas infelices, y las consolé previniéndoles que les pagaría el perjuicio que habían sufrido, y disculpando a los colombianos con ellas, con que eran unos hombres valientes que estaban acostumbrados a hacer la guerra de aquel modo a los españoles y a los pueblos que no les obedecían”.

Entre tanto, el gobernador Gutiérrez, al frente de las tropas catamarqueñas, y confiado en que el plan preparado de acuerdo con Lamadrid ha de cumplirse “en lugar y fecha”, sorprende a Ibarra, lo derrota y lo pone en fuga. Espera, lógicamente, que Lamadrid esté atacando a las otras fuerzas con que cuenta el gobernador de Santiago. Pero Lamadrid no llega a tiempo, Ibarra reúne a las tropas de refresco, vuelve caras contra Gutiérrez y lo destroza. Un día después, ya alejado Ibarra en previsión de cualquier sorpresa, cuando Lamadrid llega al lugar, no quedan ni rastros del ejército catamarqueño.

A pesar de todas las precauciones del gobernante santiagueño, las fuerzas de Matute, mandadas por Lamadrid como vanguardia de persecución, lo alcanzan y lo derrotan en los Robles, obligándolo a huir hacia Córdoba. Lamadrid ocupa entonces la ciudad de Santiago, desde donde proyecta marchar hacia Córdoba, en persecución de Ibarra. Mas también aquí surge un nuevo inconveniente, motivado por la indisciplina de los colombianos, cuando los mandan avanzar hasta el pueblo de Loreto, donde no sólo asaltan, roban y matan, sino que violan criaturas menores de diez años.

Esta vez Lamadrid ya no tiene tantas contemplaciones. Quiere proceder. Matute se opone, en lugar de mandar fusilar a sus hombres, como en la oportunidad anterior, y anuncia que no continúa la marcha hacia Córdoba; que quiere regresar a Salta, llevándose sus tropas. Lamadrid se sorprende. ¿A qué tanta prisa por regresar a una ciudad que no es la suya, y donde casi nadie lo conoce? El propio Matute le explica las causas de su determinación, que Lamadrid refiere luego en esta forma:

“Matute se había casado violentamente en Salta, con una señorita de las primeras familias, doña Luisa Ibazeta. El padre de esta señorita era español, de los comerciantes ricos de Salta, casado además en la familia de los Figueroa con una hermana del provisor. Dicha señorita pasaba ya de los 25 años y probablemente se enamoró de él repentinamente en un baile. El resultado fue que la pidió Matute, que era un pardo de pasas, a sus padres, y se la negaron, como era natural; pues sin más formalidad que sacarse a la señorita del baile y obligar a un sacerdote que los casara, quedó celebrado su matrimonio antes de venirse a Tucumán. Esta es la razón principal que tenía para no querer continuar la campaña a Córdoba”.

Frente a esta negativa, y en vista de que el gobernador de Catamarca no puede volver a reunir sus tropas, mientras que Ibarra ya está de nuevo al frente de las suyas, Lamadrid resuelve regresar a Tucumán. Entre tanto, Quiroga se prepara en La Rioja para atacarlo, después de haberle escrito al general Bustos, con relación a los ya difundidos abusos de los colombianos:

“Corro a dar alcance a esa tropa de bandidos que no han dispensado crimen por cometer; que no sólo han incendiado las poblaciones y degollado los vecinos pacíficos, sino que, atropellando lo más sagrado, han violado jóvenes delicadas. Tengo, pues, jurado, dejar yo de existir o castigarlos de un modo ejemplar y raro, muy particularmente a esa horda de bandidos titulados colombianos ‘que, con sus hechos escandalosos, han manchado la tierra con sangre de inocentes. Si ellos, en Bolivia, han sido elejemplo de la insubordinación, si en Chicoana lo han sido de la barbarie, y en todo lo que han pisado aquí, un motivo de horror y de espanto, muy en breve sabrá vuestra excelencia, o que he perecido al frente de mis fuerzas en el campo de batalla, o que uno solo de ellos no existe ya sobre la tierra”.

Evidentemente, todo hace presumir que Facundo no ha de tardar en volver sobre Tucumán, para reconquistar esta provincia e incorporarla definitivamente a la liga federalista que está preparando. Lamadrid debería convencerse de que esto tiene que ocurrir, en forma más o menos inmediata. Pero parece no creerlo, hasta que la información directa e indudable que llega a sus manos, en el sentido de que Quiroga se moviliza de nuevo sobre Tucumán, lo obliga a disponer lo necesario para librar un nuevo combate, en momentos en que todos los factores están en su contra.

Rincón de Valladares

Un violento entrevero de vanguardias, producido en la madrugada del 4 de junio de 1827, cerca de Vinará, anuncia que los ejércitos de Quiroga y Lamadrid se aproximan para librar combate.

En este lugar, una avanzada unitaria a las órdenes del coronel Helguera permanece desprevenidamente a la espera de que sus bombeadores le anuncien la proximidad del enemigo, cuando caen sobre ella los jinetes de la vanguardia riojana, encabezados por el comandante Frontanel. El ataque es tan sorpresivo y tan violento que las tropas de Helguera se desbandan y huyen hacia Tucumán, abandonando todos sus elementos.

Al tener conocimiento de este primer éxito, Facundo, que avanza con el grueso de sus fuerzas, acompañado por el gobernador Ibarra, acelera su marcha. Mientras tanto, en Tucumán, el coronel Lamadrid, aún convaleciente de una operación de cirugía menor, mantiene todas sus tropas en disposición de dirigirse al lugar en que las necesite, con la sola excepción de una fuerte división destinada para ocupar la retaguardia de los enemigos.

Quiroga cruza el río Chico el 5 de julio, y al día siguiente se encuentra sobre el pueblo de Santa Bárbara, al frente de 200 hombres de caballería. Enterado de este movimiento, Lamadrid abandona la ciudad para ir a esperarlo en las inmediaciones del campo de la Ciudadela, con 1.500 hombres de caballería, 200 cívicos y 4 piezas de artillería. El jefe unitario está aún débil, debido a la extracción de un pequeño tumor, y deben ayudarlo para que monte a caballo. No obstante, reina gran optimismo entre la población tucumana. Cuando se reciben informes de que Quiroga está en Rincón de Valladares, junto al rancherío de Concepción, ese optimismo es tal, entre los unitarios, que el propio Lamadrid dice, años más tarde, al recordarlo:

“Todos los individuos del comercio, representantes y vecinos de Tucumán, salieron a presenciar nuestro triunfo, que yo consideraba seguro; se colocaron a espaldas de mi línea, de espectadores “

Quiroga forma su línea de batalla, colocando sobre su ala izquierda los 600 santiagueños con que Ibarra concurre a la pelea, y permanece a la expectativa, sin hacer un solo movimiento, dispuesto a sacar provecho de la rapidez con que puede desplazarse, tan pronto como las circunstancias se lo aconsejen.

Lamadrid, cuyo principal enemigo es la enfermedad que padece, ordena que el coronel Matute, con sus granaderos colombianos, cargue sobre las tropas de Ibarra, después de que su artillería “ablande el frente enemigo”, recomendándole no perseguir a los dispersos, sino hacer alto y esperar nuevas órdenes. Facundo, al ver llegar la carga de los colombianos, le ordena a Ibarra que no ofrezca lucha y que se retire violentamente, tratando de que Matute se empeñe en una persecución indiscríminada. Lo que el riojano busca es alejar del centro del combate a las tropas más aguerridas de Lamadrid. Y lo consigue, porque Matute cae en. la trampa.

“Ablandada” la línea quirogana por la artillería de los cívicos de Tucumán, y aparentemente puestos en fuga los santiagueños de Ibarra, el combate está resuelto a favor de los unitarios. Pero Quiroga, que en este momento aciago, lejos de perder la calma observa atentamente las alternativas del campo de batalla, advierte cierta vacilación en el ala izquierda de Lamadrid y carga violentamente sobre ella. Es un golpe aconsejado por la desesperación, un golpe de audacia. Mas este golpe de audacia basta para cambiar la suerte de la lucha, al acobardarse los jefes tucumanos, como el propio Lamadrid lo reconoce: “Paz, que ve correrse por entre el monte a la izquierda la caballería de Quiroga, vuelve caras; síguele Helguera con todas sus milicias y llévanme por delante mi reserva y me dejan solo con los infantes y mi artillería”.

A pesar de este desastre, Lamadrid reúne un pequeño número de jinetes y logra pasar por entre las líneas enemigas, para ir a reunirse con Matute. No lo encuentra, le envía propios con la orden de que regrese y éstos lo informan de una novedad que no espera: Matute ha sido derrotado por Quiroga. Pero, ¿cómo pudo ser derrotado el hombre cuyas tropas acaban de desaparecer persiguiendo a los santiagueños de Ibarra? ¿Qué ha ocurrido en el campo de batalla? Algo muy simple, y muy adecuado a la genialidad de Facundo, que permanece quieto en sus posiciones, a la espera de que regresen los colombianos a quienes ha jurado escarmentar. Es el propio enemigo de Quiroga quien así lo manifiesta y reconoce:

“Cerrada ya la oración había regresado Matute al campo de batalla, dando vivas a la patria y a mí, juzgándose dueño del campo, y lo reciben los infantes de Quiroga con una descarga, pues mis cívicos habían acabado las municiones de sus dos piezas de artillería y perdido más de las tres cuartas partes de su fuerza, y sólo así se le habían entregado poco antes de que llegase Matute. Tuvo, pues, que repasar el Manantial y dirigirse al punto con algunas pérdidas”.

Al caer la noche, la situación se mantiene indecisa. Facundo, al ver que el enemigo se concentra a cierta distancia de él, con el propósito de reorganizarse, forma su nueva línea de batalla en la ceja de un monte, reúne a los prisioneros que ha tomado y ordena que uno de ellos se desnude, colocándose un taparrabos. Lo mantiene así durante la noche, y al amanecer, cuando Lamadrid comienza a formar nuevamente su línea de batalla frente a él, le envía el prisionero con la siguiente orden:

“Marche usted y diga a su gobernador, que si da un simple paso adelante o me dispara un solo tiro, fusilo a todos los prisíoneros, que usted ve cómo quedan”.

La respuesta de Lamadrid no se hace esperar:

“Puse a Quiroga un oficio diciéndole que si él atentaba contra la vida de uno solo de mis prisioneros, no daría yo cuartel a más de cientode los suyos, entre oficiales y tropas que yo tenía en mi poder”.

Lamadrid cuenta con poder reorganizar sus tropas sobre los colombianos de Matute, pero éstos se niegan a volver a la carga después de haber sufrido el rigor de los llaneros de Quiroga. Por fin, convencido de que acaba de ser nuevamente derrotado por Quiroga en el Rincón de Valladares, Lamadrid huye hacia el norte. Mientras, seguro de su triunfo, Facundo entra en Tucumán, donde reúne a la Junta de Representantes, para hablar de cuestiones económicas, a las que siempre se muestra afecto. Se trata de establecer el monto de las reparaciones y de deslindar responsabilidades. En realidad, el provocador es él, que llega procedente de La Rioja a invadir la provincia de Tucumán. Pero desde que el enemigo está inerme, le exige que pague, mediante la acusación de haber iniciado la contienda, por lo menos parte de los gastos de su ejército, “que en manera alguna deben soportar ni el pueblo ni el gobierno de La Rioja”. El mismo fija esas reparaciones en la suma de 24.000 pesos. La exigencia es aceptada en principio, pero no se cumple con ella. Entonces Facundo se dirige a la Junta en términos conminatorios:

“He sabido por varios miembros de la Honorable Junta, que Vuestra Excelencia ha hecho comprender al pueblo, que no debe contribuir en nada para cubrir los 24.000 pesos que reclamé como parte de los gastos que me ocasionó la injusta guerra declarada contra mí por esta provincia, por el órgano de sus representantes, y que, con este motivo, algunos que habían subscripto se han retraído; de lo que resulta que V. E. con su genio activo ha podido, a poca costa, oponerse a que yo me reembolse de la pequeña parte que les pido de los grandes gastos y perjuicios que he experimentado, pero ¡por Dios vivo!, si no me satisface antes de las dos horas de este día, me haré pagar, no la suma de 24.000, pesos, sino todos los gastos que he hecho y todas las pérdidas que he sufrido en mis negocios. Cuidado, pues, no haya equivocación. Las generosidades tienen sus límites, y no me falta disposición para castigar del modo más ejemplar el orgullo y osadía de este país rebelde, que mira con desprecio la generosa tolerancia con que ha sido tratado, aunque sin merecer la más mínima consideración. V. E. puede, si lo considera conveniente, hacer saber esto a la Junta, en la inteligencia de que, pasada la hora ya mencionada, sin haber recibido la pequeña suma que pido, empezaré a hacer sent’:r inmediatamente los estragos de la guerra. Dios guarde a V. E. muchos años. Juan Facundo Quiroga”.

Tucumán paga en el acto. Y huelgan los comentarios.

Nota originalmente publicada en http://www.lagazeta.com.ar/rincon_de_valladares.htm

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